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La movida de Franco: así fue el Rollo lisérgico de la dictadura

La nueva ola opacó el movimiento contracultural que revolucionó España en 1975. Edi Clavo rememora aquella explosión musical en 'Viva el rollo!', objeto de una charla en el ciclo Ciudad Sonora de Oviedo.

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El grupo sevillano Smash, uno de los iconos lisérgicos del rock andaluz.

madrid, Actualizado:

¿Qué es el Rollo? Que no te cuenten movidas: fue todo lo que pasó antes de lo que te contaron. Porque había otra España antes de los ochenta, gris y en blanco y negro, sí, pero con destellos jipis, roqueros y, además de progresistas, progresivos. Edi Clavo (Madrid, 1958) lo define como "una especie de movimiento espontáneo de carácter marginal", aunque la descripción es una respuesta a una pregunta cerrada. Y el Rollo fue abierto, heterodoxo y con varios semblantes. Lo perfila en esta entrevista telefónica.

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Eduardo Rodríguez Clavo, como consta en su deneí, también lo explicará con detalle el 8 de noviembre en Oviedo, donde dará una charla titulada Viva el rollo: el rock español y la transición (La Salvaje, 20.30 horas). La conferencia se enmarca en el ciclo Ciudad Sonora, en cuyo cartel figuran Corizonas, Sexy Zebras, Guadalupe Plata, Toundra, Bala, Denom, La Paloma o Huda. Veinte conciertos gratuitos que tendrán lugar, hasta el 9 de diciembre, en cinco salas de la ciudad asturiana con el objetivo de potenciar el circuito de música en vivo.

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La conferencia remite a Viva el rollo! Una crónica de Rock & Rollo en la España de 1975 (Sílex Ediciones), el último libro de Edi Clavo, batería de Gabinete Caligari y Malevaje. En su haber, Grasa y otros materiales nobles, Electricidad revisitada y Camino Soria, jugosa obra de un histórico de la música española —y con buena pluma— que ahora rememora aquel zambombazo de libertad creativa antes del fallecimiento de Franco y, claro, de la movida. Melenas, contracultura, hedonismo y acidez, también lisérgica.

Había ganas de enterrar al muerto, todavía muy vivo, y de gozar del rock sin trabas ni censuras, como se estaba haciendo más allá de nuestras fronteras. Empezaban a llegar —tarde y a circuitos muy acotados— filmes como La Naranja Mecánica, Blow Up o Easy Rider, que configuraban una ética y una estética desconocidas por estos lares, donde proliferan los cómics underground a la sombra del humo de un canuto: más baratos que una película y con menos mano de obra que un disco.

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Los manifiestos contraculturales se cuelan en las revistas Star y Ajoblanco, amén de alguna otra biblia en formato impreso, como biografías, ensayos y la narrativa de ficción de Félix Francisco Casanova (El don de Vorace, escrita a los diecisiete años y en solo 44 días) o Mariano Antolín Rato (De vulgari Zyklon B manifestante), traductor del Yonqui de William Burroughs y de otros beatniks (Kerouac o Ginsberg) y perdidos (Faulkner, Fitzgerald o Dos Passos). Una prolífica producción amenizada por la banda sonora de las publicaciones Disco Expres, Popular 1 y Vibraciones.

La revista 'Ajoblanco' y las Jornadas Libertarias del Parque Güell, en Barcelona. — Pilar Aymerich / Ajoblanco

En Madrid sonaba lo que tenía que sonar en Popular FM, Onda 2, Para vosotros jóvenes (Carlos Tena), Musicolandia (Mariscal Romero) y Radio Torrejón. Las bases americanas, como explica Santiago Auserón en esta entrevista, contribuyeron a la difusión de la electricidad en una España acústica. En Catalunya, la difusión hertziana corría a cargo de Radio Juventud y Radio Barcelona. Algún oasis en ciudades como Sevilla o Zaragoza, pero más convencional.

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En TVE, la oferta era pobre —nada que extrañe hoy en día, pese a la multiplicación de canales—, aunque destacaba el programa Mundo Pop, presentado por Gonzalo García Pelayo y Moncho Alpuente. 1975 es, en palabras de Edi Clavo, "el año cero del Big Bang del Rollo", cuando se publica el recopilatorio ¡¡Viva el Rollo!!, rock macarra, punk y laietano a cargo de Burning, Volumen, Indiana, The Moon, Mariscal Romero y Tílburi, cuya canción La Cochambre remite a la invasión de Burgos, festival fundacional de la cosa junto al Canet Rock.

¿Más? Sevilla, claro, con el rock andaluz de Triana y el Manifiesto de lo Borde de Smash. La Barcelona laietana y progresiva. Madrid, haciendo pie para respirar, luego cuna del rock urbano. Peta, tripi y porrón. Menos mensaje que la canción protesta, porque el medio era el mensaje. Tijera, borrón y cuenta nueva, o sea, portadas alternativas para los discos censurados por el franquismo, objeto de estudio del periodista Xavier Valiño: el paquete de los Rolling y el culo de German Rock Scene. Capítulo aparte merecen las bandas de melenudos con el sello del Opus Dei.

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Edi Clavo da cuenta de esa vibrante procesión de inadaptados en su crónica enrollada, que también se escribía con dos erres, véase la primigenia El Rrollo enmascarado, revista subterránea de Nazario y Pepichek. Las consonantes se estiraban en el cómic, ¡brrrrmmmm!, y bailaban en la música: ¿Mariscal o Mariskal? España, en fin, se sacudía la caspa. Ese era el rollo. "La punta de lanza de una revuelta sorda, un misil imparable contra el búnker franquista que veía desaparecer, entre el estupor y la impotencia, la ética del anciene règime, el estado campamental y el influjo de las sotanas", escribe el autor.

"Los incondicionales de esas modernidades vivían en la cuerda floja de una actividad bajo sospecha, un rito inaudito para las autoridades competentes que nada sabían de psiquedelia, flash, wah-wah o Mellotron. Aún así, por entre las grietas y entre los poros del sistema se iban introduciendo consignas y ruidos, gritos y distorsiones, humos, modos y maneras del rock and roll way of life, o de lo que aquí se podía entender por todo aquello; una mudanza apresurada e incompleta de lo que era estar en el ajo…, en definitiva, en el Rollo", añade Edi Clavo en este aperitivo del libro y de su charla en Oviedo.

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Edi Clavo: "La movida fue la sublimación comercial del Rollo"

Edi Clavo, autor del libro 'Viva el rollo!' (Sílex Ediciones), con un ejemplar de la revista 'Disco Expres'.

Cuando se habla del Rollo, a veces nos quedamos con el rock urbano: la parte por el todo.

Venía de antes, de finales de los sesenta, del rock underground de Smash y del rock alternativo catalán de Máquina! O sea, del rock progresivo inglés. Sin embargo, en aquella época no hubo la posibilidad de que aquí se desarrollara ese estilo porque en España había mucha precariedad y no se podían hacer conciertos. Por eso, establezco 1975 como el año en el que empiezan a permitirse los festivales.

Incluso se ha llegado a incluir a Tequila.

Porque hicieron de puente entre el Rollo y la nueva ola, como Moris, Salvador Domínguez o incluso Miguel Ríos. No eran compartimentos absolutamente estancos, sino la evolución de una época.

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Sevilla fue la tercera pata. Y Barcelona, antes que Madrid.

Primero fue Sevilla, porque tenía mucho contacto con las bases de Rota y Morón. Es una ciudad sureña, donde se vive en la calle y con tradición de flamenco, de gitaneo y de bares. En fin, era un poco más abierta, mientras que en Madrid —capital del Estado burocrático— resultaba más difícil que la gente se saliera del tiesto. Barcelona, en cambio, estaba conectada con Europa y tenía una influencia muy grande de Francia y de la chanson. Fueron las tres ciudades más importantes en la conexión con lo moderno.

Smash y Triana, dos grupos emblemáticos del Rollo, sección sevillana.

Se ha hablado mucho del Canet Rock y de la invasión de la cochambre en Burgos, pero menos del Marbella Rock, al que usted también concede importancia.

Burgos y Canet fueron festivales con grupos exclusivamente españoles, mientras que al Marbella Rock asistieron bandas extranjeras. Dos maneras de expresar en directo el Big Bang del Rollo de los setenta. A partir de ese momento, las autoridades franquistas empiezan a permitir los festivales al aire libre, porque antes no les parecía bien que se juntaran 10.000 jóvenes en una plaza de toros a escuchar rock.

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Aunque ya había sido tratado en algunas obras precedentes, su libro viene a cubrir un hueco histórico.

Me he centrado en el rock como eje vertebrador del libro. Otros han abordado la marginalidad, el underground y los movimientos contraculturales desde el punto de vista del cine, los cómics, la literatura y la poesía. Sin embargo, el rock aglutina a las masas, igual que luego sucedió en la movida.

El Rollo allanó el camino a todo lo que vino después. En cambio, en su día tanto medios como instituciones lo menospreciaron de alguna manera. O, si lo prefiere, antepusieron a los grupos de la movida, tanto a la hora de promocionarlos como de contratarlos, caso de los ayuntamientos.

La movida fue la sublimación comercial del Rollo. A partir del Big Bang, hubo una serie de ramificaciones estilísticas: el rock urbano, el heavy metal, el pop, el rockabilly, el tecnopop... La que triunfó entre el público fue la que definió la nueva ola, pero sin despreciar el heavy metal o el rock urbano. Ellos tuvieron su momento y sus apoyos, como los programas del Mariscal Romero o de Paco Pérez Bryan. Había mucha gente que respaldaba otro tipo de música que no fuera la de Spandau Ballet o la de Loquillo y Trogloditas. No obstante, la movida tuvo más éxito comercial.

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Edi Clavo (derecha), en el I Certamen Rock Ciudad de Torrelavega (1976), donde actuaron Lole y Manuel, Companyia Elèctrica Dharma, Iceberg, Triana o Bloque. 

Sin embargo, la movida solapó, en cierto modo, al Rollo. Quizás, incluso, de una manera injusta.

Es una evolución. Técnicamente, los grupos de los setenta eran muy buenos y los de los ochenta, no tanto. Ahora bien, los de los setenta eran miméticos con otras tendencias, como el jazz rock o el rock progresivo, que ya estaban agotadas; mientras que las bandas de los ochenta se fijaban en lo que estaba pasando en ese momento, como el punk y la new wave. No eran mejores, pero tuvieron más aceptación entre el público.

O sea, que usted cree que la movida no sepultó al Rollo.

No lo sepultó, fue una evolución. Igual que los grupos indies de los noventa se comieron a los de la movida. Simplemente, en los ochenta Alaska y Dinarama tenían más tirón que la Companyia Elèctrica Dharma, por poner un ejemplo.

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Los cantautores sí que se vieron abocados a una travesía en el desierto.

De hecho, se quejaron amargamente cuando salimos nosotros, porque les habíamos comido la tostada.

¿Había más rebeldía o compromiso en el Rollo que en la movida?

No lo definiría como compromiso, sino como ganas de que los dejaran hacer esas actividades, o sea, de que no llegara la policía y disolviera un concierto o un festival. En el mundo del rock no había esa militancia, que sí encontrabas en Manuel Gerena, Luis Pastor, Elisa Serna o Hilario Camacho. Querían tocar en una plaza de toros, no pretendían tumbar el franquismo mediante el rock.

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Edi Clavo, autor del libro 'Viva el rollo! Una crónica de Rock & Rollo en la España de 1975' (Sílex Ediciones).

La transgresión, entonces, era la melena, el acontecimiento social, la propia música...

Era una subversión latente, no explícita.

No fue un movimiento monolítico: ahí estaban los roqueros contra los sinfónicos.

Eran las dos tribus de la época. Los que bebían los vientos por la onda progresiva o el rock sinfónico: Pink Floyd, Yes, Genesis, King Crimson... Y los que pretendían beber directamente del rock and roll más básico: Lou Reed, The Rolling Stones, Chuck Berry… Dos opciones claramente diferenciadas.

Termina el libro con la muerte de Franco en noviembre de 1975, pero ¿cuándo se acaba el Rollo?

Cuando falleció Franco y al año siguiente tocaron los Rolling Stones en Barcelona, pensamos: "Ya somos europeos". ​​Podríamos decir que murió con la llegada de la nueva ola. Si hubiese que fijar una fecha, en 1979 los grupos del Rollo ya estaban un poco marginados. Yo he usado 1975 como una excusa, porque es un año redondo, con varios festivales que normalizan el rock en directo. Sin embargo, no significa que tras la muerte de Franco todo fuera jauja.

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