Leer a Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) provoca delirios. Uno imagina que la escritora es en realidad una entomóloga llegada del espacio para estudiar las costumbres humanas. Y que las paredes de su casa están decoradas con pequeños humanoides clavados con alfileres. El título de su nueva novela La nueva taxidermia (Mondadori) no ayuda precisamente a frenar estas fantasías. 'La taxidermia remite al intento de recrear apariencia de vida donde ya no la hay, de recuperar un pasado el del animal vivo a todas luces irrecuperable. Este es un rasgo común de ambas historias, aunque nada tengan que ver con animales', cuenta.
Vale, las protagonistas del libro, formado por dos novelas cortas, no son bichos, pero sí seres 100% cebrianianos. Una sólo se comunica a través de muñecos de ventrílocuo. La otra está obsesionada con reconstruir (literalmente) su pasado. Para narrar sus peripecias, Cebrián cambia el lápiz por el bisturí. Con él extirpa los clichés melodramáticos para mostrar los rituales cotidianos descontextualizados y al desnudo. Los besos no los dan aquí dos amantes fogosos bajo un aguacero tropical, sino 'dos lenguas y centilitros de saliva'. Mientras que la pareja que posa en un reportaje fotográfico sobre su casa de diseño parece 'materia ectoplasmática que no acabara de asentarse en la envidiable vivienda que tanta apertura de bocas y de ojos origina'.
'Mis personajes son los sosos de la fiesta que miran cómo bailan los demás'
'Trato de posicionarme siempre dentro y a la vez fuera de lo que narro. De ahí que mis narradores adopten casi inevitablemente la posición del que se siente incómodo en muchos rituales cotidianos porque, al haberlos observado también desde fuera, no les ve ningún sentido. Digamos que es la posición del soso de la fiesta que no baila con los demás sino que los mira bailar, actividad que para él consiste sólo en contonearse ridículamente y con una alegría excesiva al ritmo de una música que le resulta ajena', razona.
La nueva taxidermia produce una gran extrañeza, como si fuera un relato de ciencia ficción que anticipa patologías por venir. 'Creo que la extrañeza del texto puede venir de una posible anticipación, pero quizá también sea una relación de contigüidad la que genera cierta inquietud: la sensación de que nuestros vecinos pueden estar dedicándose a tareas muy alejadas de lo que consideramos normalidad y están ahí mismo, al otro lado de la pared del cuarto de estar'.
Le interesa el poder del consumo porque nadie escapa a él
Rara resulta, por ejemplo, la obsesión nostálgica de una de sus heroínas, una fijación que a Cebrián 'le interesa y asusta a partes iguales', porque 'es terriblemente fácil sucumbir a ella y además no es nada objetiva: lo tapa todo con una especie de capa similar a aquella media de nylon que se ponía ante el objetivo de la cámara para que las actrices entradas en años suavizasen sus arrugas', dice antes de dar un 'inquietante' ejemplo: el museo berlinés de la RDA, 'una colección de memorabilia para turistas que mete en el mismo saco los programas televisivos de la época, las vacaciones en campings nudistas y el espionaje de la Stasi. Leído desde la nostalgia, hasta lo atroz puede resultarnos entrañable'.
Otra de sus preocupaciones es el consumismo. Un tema tan ajeno a nuestra literatura que cualquiera diría que en España rige una dictadura ascética que tirotea a cualquiera que ose poner el pie en el Ikea. 'Creo que las personas que se encuentran de verdad fuera del ámbito del consumo se pueden contar con los dedos de una mano. Por eso me parece casi inevitable hablar de ello. Que a otros escritores no les interese, es otro cantar: se me ocurre que, al ser un aspecto tan presente en nuestra cotidianidad, por eso no le prestan mucha atención, al igual que, literariamente, yo tampoco se la presto al hecho de que el corazón bombee sangre a diario, por ejemplo', zanja.
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