La memoria de un pene circuncidado
Nadav Lapid lleva al cine su propia experiencia, su obsesivo intento por desligarse de su identidad israelí, en 'Sinónimos', una osadía cinematográfica libre, impulsiva y muy potente que ganó el Oso de Oro y el Premio FIPRESCI de la crítica internacional en Berlín.
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MADRID,
"Israel reclama de sus ciudadanos un amor excesivo por su país". Es la exigencia de un amor delirante, una fidelidad ultranacionalista que asfixió al cineasta Nadav Lapid cuando solo tenía veinte años, hasta el punto de empujarle a una experiencia radical. Se fue a París, renunció a pronunciar una sola palabra en hebreo y se comprometió con una vida casi monástica, mientras recitaba, como si fuera una oración, palabras francesas que sacaba de un pequeño diccionario de bolsillo. A pesar de lo extremado de este intento por desligarse de su identidad israelí, su propio cuerpo se lo impidió, su pene circuncidado se lo recordaba constantemente.
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Había jurado no regresar jamás a Israel. Volvió y hoy vive en Tel-Aviv. Pero quince años después de aquella crisis –"mi estado mental era extremo", ha dicho– ha vuelto a recordar ese tiempo en una película, Sinónimos. Agitada, intensa, obsesiva, divertida y también disimuladamente triste, esta osadía cinematográfica que solo atiende a la libertad y a los impulsos de su creador y que contiene un generoso poso político e intelectual se alzó con el Oso de Oro en el Festival de Berlín y con el Premio FIPRESCI de la crítica internacional. Los críticos israelíes, en palabras del propio Lapid, no la supieron entender.
Renegado
El actor debutante Tom Mercier -una mezcla poderosa de físico, sexualidad, fragilidad, cierta brutalidad latente y una insolente libertad- es el mismo Nadav Lapid en la ficción. Aunque con el nombre de Yoav, la película comienza tal y como el cineasta inició su aventura, apareciendo con su mochila en París. Todo a partir de ese momento es un reflejo de cosas que realmente ocurrieron, eso sí, pasadas por el filtro de la envidiable resistencia del disidente. Y al mismo que tiempo que autobiografía, todo es también una enorme alegoría.
Nada más llegar a París, Yoav se queda literalmente desnudo, sin dinero, sin ropa, sin comida… Es, paradójicamente, su gran oportunidad de partir de cero y concretar una nueva identidad. Renegando de la violencia nacionalista de Israel, del hebreo, de la hipermasculinidad que le exige su país, el joven comienza una nueva vida. Conoce a Émile y Caroline. Él se convierte en su benefactor, ella, en su amante. Y con ellos Lapid retrata la tensión real entre Israel y Francia. Amor y rechazo, fascinación y explotación, baile de intereses personales.
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Sinónimo del fin
"El pasado no se puede cambiar". Por muy resentido que estés por haber heredado una identidad que te ahoga, por muchos esfuerzos que hagas para negar esa identidad, todo es inútil. La identidad está escrita en ese pasado que no podemos ya alcanzar. Es la conclusión a la que llegó Nadav Lapid en su juventud y que reconfirma ahora con Sinónimos. Pero en este proceso de comprensión y aceptación, el cineasta también adivinó que tenía la obligación de rebelarse.
Tal vez por ello su personaje Yoav vive desde su infancia identificado con Héctor, muerto a manos de Aquiles en la defensa de Troya. "Al identificarse con Héctor, incluso a los cuatro años, Yoav ya está en rebelión contra el ethos israelí, que no es solo un ethos de victoria, sino también de prohibición absoluta de la derrota. En Israel, todos fuimos criados de esa manera, y es algo en lo que todavía creemos. No tenemos derecho a perder, ni una sola vez. Para nosotros, perder es sinónimo del fin", escribe Lapid en las notas de producción de la película.
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Violencia y hostilidad
Ese motín íntimo del personaje contra la identidad de Israel se tropieza una y otra vez con lo físico, con el cuerpo, con el pene circuncidado. Yoav comienza a trabajar como modelo para un fotógrafo y ahí explota la ácida verdad. Cuando quiere fotografiarle con una modelo palestina la sesión no sale bien.
Sinónimos escupe sus críticas sobre Israel y sobre Francia, refleja el amor y el odio del personaje hacia ambos países y aterriza finalmente en el territorio de lo inevitable, lo ineludible del pasado. "Todos los países del mundo son complicados e Israel es un país en una fase difícil en su historia. Hay mucha brutalidad y esta brutalidad es la que intento mostrar en mi película. Al mismo tiempo, contiene una fuerte emoción. La violencia y la hostilidad hacia Israel no serían tan fuertes si yo no tuviera este apego por mi país", dijo Lapid en la rueda de prensa del Festival de Berlín.
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"Israel es un país que te exige un amor total. Un amor sin reservas ni dudas. Total fidelidad. Tal vez por eso es difícil separarse de esta identidad", añadió entonces y antes de confesar que, a pesar de todas sus conclusiones, de la drástica experiencia que vivió en su juventud, para él es "sorprendente el porcentaje de israelíes que no van a Europa, que se quedan, obedecen, respetan y se identifican con una situación política que debería ser inaceptable”.