David Grossman (Jerusalén, 25 de enero de 1954) tenía 13 años cuando en el colegio le obligaron a elegir un idioma de estudio. 'Mi madre quería que escogiese francés', recuerda, pero él cogió un mapamundi y soltó a su madre: 'Mira dónde estamos, dónde vivimos y quiénes nos rodean'. Corría el año 1967 e Israel salía victorioso de la Guerra de los Seis Días, ocupando toda Palestina, y parte de Egipto y de Siria. Grossman eligió árabe, 'la lengua del enemigo'. Su ambición no era convertirse en espía al servicio del sionismo, sino en portavoz de la paz, en un ciudadano israelí harto de dejar siempre la última palabra a las armas. ¿Una fantasía? 'Cuando hablo de paz, no me permito ninguna ilusión. No será un final feliz hollywoodiense, sino una solución dolorosa, que habrá que aceptar', aclara en una entrevista uno de los escritores más respetados de las letras israelíes.
Desde su compromiso de joven idealista y sus primeras obras que marcaron la agenda de los grandes líderes –El viento amarillo (1987), que narra el sufrimiento de los palestinos por la ocupación israelí, fue citado como referencia por Barack Obama–, algo importante cambió en la vida de Gross-man. Su hijo Uri, de 20 años, falleció en la guerra de Líbano de 2006 alcanzado por un cohete de Hezbolá. Decidió seguir escribiendo y publica ahora La vida entera (Lumen), que se presenta hoy en Madrid.
'La paz será una solución dolorosa que provocará la ira de mucha gente'
'Es la historia de una rebelión contra lo que somos. Los israelíes están programados para la guerra', lanza el escritor. La vida entera sigue los pasos de Ora, una mujer de 50 años que acompaña a uno de sus dos hijos a un cuartel militar, punto de encuentro para luego ir al frente, a los territorios ocupados. 'Pero ella tiene un mal presentimiento, sabe que algo terrible va a pasar a su hijo', cuenta Grossman. Cuando murió Uri, el 12 de agosto de 2006, dos militares despertaron al escritor a las tres menos veinte de la madrugada para informarle de la muerte de su hijo. Más de tres años después, al oír el nombre de Uri, Grossman guarda el silencio. Prefiere hablar de su protagonista, Ora.
'Se rebela. No entiende cómo pudo ser más fiel a las autoridades de su país que a su propia familia. No quiere ver a estos dos desconocidos que acuden a tu casa para anunciarte la muerte. Ella escapa', continúa. Ora no huye sola, se lleva a Abram, el amor de su vida, a un viaje al norte de Israel. Las palabras de Grossman son secas y directas, las frases cortas, como si el texto fuera una obra de teatro: 'No te vayas, tengo miedo / ¿Lo oyes? / ¿Si oigo qué? / El silencio que hay de repente. / ¿Ha habido algún bum antes? / Cañonazos. / He estado todo el rato dormida y de repente vuelve a ser de noche. / Aunque esté acostado, siento como si me cayera. / Cada vez que abro los ojos, es de noche. Porque lo tienen todo cerrado y a oscuras. Creo que ellos nos están venciendo. / ¿Quiénes? / Los árabes'.
El autor perdió a su hijo, de 20 años, en la guerra de Líbano de 2006
Cada palabra tiene un sentido y Grossman las cuida. Además de La vida entera, el escritor también publica ahora en España Escribir en la oscuridad (Debate), una recopilación de sus ensayos. En uno de ellos, denuncia cómo la prensa israelí manipula las palabras: se habla de los 'Territorios', no de los territorios ocupados; cuando 'ha resultado muerto un joven', no se sabe si se trata de un niño de tres años o de un militante; siempre son 'lugareños', no palestinos.
Grossman lo tiene claro: 'Oriente Medio no acepta a Israel. Por eso, aunque haya paz, necesitaremos un ejército, porque ni yo me fío de la buena voluntad de los países árabes. Pero si sólo se usa la fuerza, el peligro será mayor. Necesitamos ser un país fuerte, que sepa defenderse, pero el ejército no siempre es la solución'.
Una opinión que suele ser calificada de 'blanda' por los defensores de los palestinos, aunque son pocos los escritores israelíes que osan criticar el sueño sionista de los líderes de Israel. 'La paz será una solución de compromiso, una solución dolorosa que provocará la ira de mucha gente, de Hamás y de colonos judíos, que harán todo lo posible para asesinar esta frágil paz', añade.
'Si un pueblo siempre se define según su pasado, no tendrá futuro'
En todas sus obras, la prioridad de Grossman es entender al otro. 'Cuando aprendí árabe, entendí hasta construcciones de mi propia lengua, el hebreo. Son dos idiomas de la misma familia', explica un autor que en numerosas publicaciones intenta adoptar el punto de vista de los palestinos para ver 'nuestra degradación como pueblo y nuestra ceguera'.
'Desafortunadamente, el árabe es el idioma menos estudiado en Israel', lamenta. Y recuerda un diálogo de Free Zone, película del israelí Amos Gitai, cuando una palestina lanza: 'Si los israelíes hablasen árabe como nosotros el hebreo, las cosas serían diferentes'.
Grossman quiere con su novela entrar en el corazón de los israelíes
Con La vida entera, Grossman quiere mirar en el corazón de los israelíes, ver más allá de 'la armadura detrás de la que se protegen, porque no quieren entrar en la cabeza del otro'. 'Cuando escribo, aunque el protagonista sea un palestino, un nazi o un judío, quiero meterme en su cabeza y que él se meta en la mía', explica. El escritor se identifica con Ora: 'La mujer siempre sospecha más de los grandes sistemas, como el Estado o el ejército. Quería meterme en la piel de una mujer que dio a luz, quería entender lo que es la maternidad'. Mientras escribía, como Ora, recorrió hasta 500 kilómetros a lo largo de su país.
Y descubrió un país que vive entre paradojas: 'Somos gente traumatizada y nos falta esperanza, aunque al mismo tiempo tenemos una gran vitalidad y mucha energía'. Mientras viajaba, Grossman preguntaba a la gente cuáles eran sus anhelos, sus sueños. 'La mayoría lamentaba caminos de su vida que no escogieron, añoraba a familiares muertos en guerras, aunque nunca pronunciaron la palabra guerra', asegura.
Grossman habla de hatmatzan, 'la situación' en hebreo. Es decir, el Muro, la ocupación, los ataques de Hamas... Las respuestas de sus conciudadanos le sorprendieron porque siguen en el poder los mismos de siempre, como Netanyahu, actual primer ministro, y Shimon Peres, el presidente. Netanyahu sigue con sus planes de construcción de nuevos asentamientos –'obstáculos a cualquier paz con los palestinos. ¡Es increíble que lo hagan!', dice– en Jerusalén Este, la parte árabe de la ciudad. 'Hay un dicho en mi país: cuanto más falla un político, más popular será', lanza.
Grossman teme que la guerra sea una fuerza de vida para muchos israelíes. 'La gente cree que está al borde del abismo, lo cual les da una gran fuerza', asegura. ¿Qué pasa si llega la paz? 'El problema es que muchos israelíes piensan que si hay paz, nos convertiremos en gente normal, nos comeremos entre nosotros', responde. La explicación de esta paradoja se halla en una cultura del sufrimiento, de víctima: 'Estamos adictos a la tragedia de la Shoá, a la resurección de Israel, pero es destructor'.
Como escritor, David Grossman considera que debe hablar de memoria, pero matiza: 'El pasado está demasiado presente en Israel. Porque la memoria puede convertirse en una cárcel. Si un pueblo siempre se define según las humillaciones del pasado, no podremos tener una vida normal en el futuro'. El autor es cauteloso: 'Sólo pido un poco de aburrimiento, sinónimo de normalidad'.
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