El otro mayo del 68: revolución cultural y antifascismo en el corazón del imperio
Confluyeron en EEUU diferentes movimientos de protesta, en torno a la guerra de Vietnam, la lucha por la consecución de los derechos civiles para los afroamericanos y el movimiento estudiantil, que empujaron a la calle a centenares de miles de ciudadanos decididos a enfrentarse a las autoridades gubernamentales para cambiar el país para siempre.
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madrid,
A lo largo de todo este 2018, se han venido recordando diferentes hitos del famoso mayo del 68 francés, la primavera de Praga o la eclosión de la Fracción del Ejército Rojo en Alemania de mano de Rudi Dutschke. También, se han rememorado los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, dos abiertos defensores de los derechos civiles y la igualdad racial que trabajaron denodadamente para que la sociedad de su época cambiara para siempre. E, igualmente se volverá a hablar sobre los sucesos de la plaza de las tres culturas de Tlatelolco (México) cuando nos aproximemos al mes de octubre para cumplir así con su correspondiente efeméride. Y es que, en 2018 se está cumpliendo el 50 aniversario de aquel año destinado a cambiar para siempre a la sociedad occidental. Un año que en sí mismo representa la trayectoria de toda una década que supuso un punto de inflexión en la política pública por la impresionante velocidad a la que se expandieron los movimientos sociales surgidos durante aquellos años y la potente capacidad de acción que tuvieron estos.
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El 68 estadounidense
La década de 1960 fue una época que en Estados Unidos estuvo marcada por la nueva izquierda, el aperturismo, la conflictividad, la cultura popular, la visibilización de la juventud, las demandas de igualdad de género, los intelectuales mediáticos y la figura del rebelde anti-sistema, entre otras cosas. Fue un momento clave en el que confluyeron diferentes movimientos de protesta, en torno a la guerra de Vietnam (1955-1975), la lucha por la consecución de los derechos civiles para los afroamericanos y el movimiento estudiantil, que empujaron a la calle a centenares de miles de ciudadanos decididos a enfrentarse a las autoridades gubernamentales para cambiar el país para siempre (González Férriz, 2012).
Fueron años en los que la nueva izquierda jugó un papel muy relevante como corriente de pensamiento que canalizó las opiniones de los movimientos pro-libertad de expresión y las teorías de los revolucionarios latinoamericanos, sustentándose principalmente sobre autores como Herbert Marcuse. Estuvo compuesta por un gran número de hombres y mujeres disconformes. Y en ella nacieron organizaciones estudiantiles como la Student NonViolent Coordinating Comitee y la Students for Democratic Society. Los integrantes de este tipo de organizaciones encuadradas en la nueva izquierda consideraron que el mundo occidental estaba esencialmente mal y que había que cambiarlo de raíz. No confiaban en el sistema socio-político porque, a su juicio, estaba dirigido por aristócratas, más o menos progresistas, cuya principal obsesión era el mantenimiento de una estabilidad social que fomentaba la desigualdad (Rorty, 1999). De hecho, renegaban del capitalismo y de la cultura burguesa a los que consideraban trabas a la autonomía personal y a la expresión libre y sincera (Kurlansky, 2004). En consecuencia, aspiraban a transmitir un mensaje político serio y coherente con aquella tradición política estadounidense que se preocupaba por el estado de la nación, defendiendo cuestiones novedosas como la autonomía, la autoafirmación y la crítica a la sociedad postindustrial, e instaurar una democracia representativa cuyo “poder emanara del amor, la reflexión, la razón y la creatividad, basada en elevados valores morales” (Tilly y Wood, 2014).
Quienes se ubicaron en esta línea, apostaron por llevar a cabo una revolución cultural que cambiara íntegramente a Estados Unidos y, a tal fin, utilizaron diferentes narrativas y estrategias de protesta más o menos posibilistas, más o menos violentas, para defender sus posturas, denunciar las irregularidades del sistema y lograr lo que a su juicio eran progresos democráticos. Y, aunque ambicionaron transformar el sistema mediante un cambio radical, la revolución tardó en llegar. No sólo porque ésta nunca estuvo destinada a expulsar violentamente a los poderosos y sustituirlos, sino porque, progresivamente, se fueron produciendo algunos cambios (Hobsbawm, 2011).
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En realidad, 1968 supuso el final de una época progresista. Y lo fue porque muchos grupos políticos que representaron ese progresismo, y con ellos me refiero a las ya mencionadas organizaciones estudiantiles o al movimiento yippie de Abbie Hoffman, acabaron radicalizándose hasta el punto de dar lugar a organizaciones terroristas como Weathermen o The Black Liberation Army. Sin embargo, en la trayectoria que recorrieron para llegar hasta el punto de tomar las armas, hubo grupos políticos, si bien ideológicamente extremos, que como el Black Panther Party merecen la pena ser recordados dentro de este aglutinante mayo del 68 un tanto nostálgico y hermético. Porque visto en perspectiva, la década de 1960 fue una etapa repleta de un idealismo mitificado que, dentro de un marco cultural que catapultó la capacidad de movilización de la sociedad, permitió la radicalización de diferentes agentes sociales estadounidenses como el que se trae a colación: The White Panther Party.
El mayo del 68 estadounidense y sus rara avis: 'The White Panther Party'
La historia del White Panther Party es sinónimo de la trayectoria vital de John Sinclair, un profundo devoto de la cultura afroamericana del ghetto que escuchaba jazz y rythm & blues y que consumía grandes cantidades de cerveza y marihuana, porque ello le hacía sentirse un verdadero white-niger (Hale, 2001). En 1964, abandonó su Flint (Michigan) natal, uno de los pulmones de la General Motors, para trasladarse a Detroit en busca de nuevas oportunidades en el mundo de la cultura. Allí, formó parte de la comunidad hípster que se gestó en torno a la Wayne State University y comenzó a participar en el floreciente ambiente underground.
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Incluso realizó su primer acercamiento a la política activa al escribir junto a su compañera, la alemana Magdalene “Leni” Arndt, un manifiesto muy crítico con la cultura dominante. Se convirtió rápidamente en un auténtico hípster y comenzó realizar trabajos completamente contraculturales, ubicándose conscientemente en los márgenes de la sociedad, es decir, en el lumpen. Y así lo demostró al crear The Artist’s Workshop, un movimiento cultural vanguardista que buscó romper las reglas y ayudar a la revolución social.
Como se sabe, las estrategias de este tipo de corrientes suelen acabar atrayendo el interés de las autoridades y así sucedió. La policía de Detroit, que a principios de la década de 1960 había creado el equipo de fuerzas especiales Security Investigation Squad, para hacer frente a todo tipo de elemento subversivo, se dedicó a realizar redadas para calmar los ánimos de estos inconformistas. El resultado fue que entre 1964 y 1966 Sinclair fue detenido, multado y encarcelado por tenencia y consumo de estupefacientes y sentenciado a seis meses de cárcel. Su confinamiento en prisión supuso un vuelco tremendo para la vida cultural de Detroit y provocó la emigración de muchos a San Francisco.
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A su salida de prisión, lejos de relajar su postura, Sinclair se fue radicalizando, coincidiendo con el verano del amor de 1967 (también conocido como el del descontento) en el que se produjo un importante pico demográfico con el flower children y el LSD, que ardió como la pólvora por happenings y festivales. Sinclair utilizó el ácido para establecer lazos de amistad con hippies, beatniks y estudiantes bajo la premisa de que sólo el LSD conseguiría cambiar los valores de la sociedad norteamericana. En este contexto, impulsó el Trans-Love Energies (TLE), una organización de colectivos contraculturales políticamente comprometidos que apostaban por el igualitarismo y la inexistencia de líderes, siendo la prensa underground y el grupo musical MC-5 (del que Sinclair era el manager) sus principales medios de expresión.
La connivencia de TLE y MC-5 a mediados de 1967, un momento de importante agitación juvenil con el auge de la nueva izquierda, el black power y los movimientos antibelicistas, hizo que el movimiento de Sinclair gozara de una importante acogida. Al igual que muchos otros grupos estudiantiles, esta organización fue extremando sus métodos a causa de los ataques policiales que se vivieron en Ann Arbor y los sucesos trágicos de Detroit de 1967, uno de los disturbios raciales más sangrientos de los 60. También por el contacto que mantuvo Sinclair con la banda de Jesse James, una facción maoísta del Students for Democratic Society que dio lugar a la organización terrorista Weathermen y que apostaba por la violencia. Se convenció entonces de que la revolución era la única vía para cambiar la trágica situación que atravesaba la sociedad norteamericana y con tal principio acudió al festival de la vida de Chicago que organizaron Abbie Hoffman y los yippies en el verano de 1968 con motivo de la celebración de la Convención del Partido Demócrata.
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Su estancia en la ciudad del viento, en la que observó los duros disturbios tanto en Lincoln Park como en los aledaños de la Convención del Partido Demócrata, le convenció de dos cosas: que la policía respondía de manera desproporcionada ante los freeks, izquierdistas, antibelicistas, panteras negras y demás movimientos underground; y que debía de crear una rama política del TLE para prestar su ayuda a las panteras negras, a la que denominaría White Panther Party. Sinclair creía que había mucho camino que recorrer para llegar al igualitarismo racial y, como auténtico white-niger, lo mínimo que podía hacer era crear una organización que respaldara a sus camaradas de color, sobre todo, cuando Huey Newton, fundador del Black Panther Party, había manifestado públicamente que ningún blanco se organizaba como partido para ayudarles. Fue así como, John Sinclair y “Pun” Plamondon fundaron en Detroit el White Panther Party, un partido-comunidad contracultural radical de extrema izquierda, antirracista, culturalmente vanguardístico y originalmente pacífico (Curl, 2009).
Influido políticamente por las panteras negras, los yippies y, en general, por la nueva izquierda, su máxima fue asaltar la cultura y la política con todos los medios necesarios, convencidos de que la protesta y la resistencia eran los primeros pasos hacia la revolución. En este sentido, el White Panther Party, fundado el 1 de noviembre de 1968, se convirtió en el aliado político blanco oficial de las panteras negras, aprovechando la coyuntura de aperturismo de estos últimos, cada vez más partidarios de colaborar con los blancos y organizaciones para-políticas como el sindicato estudiantil Students for Democratic Society, los Young Patriots y los portorriqueños Young Lords Organization (Jeffries, 2003).
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Su vinculación con las panteras negras fue tal que readaptaron su programa de 10 puntos y el resto de sus consignas, mezclando propuestas yippie y políticas utópicas como asaltar la cultura por todos los medios (rock and roll, drogas y violencia en las calles), comida gratis y asistencia médica. Asimismo, jerarquizaron su partido siguiendo la organización ministerial de las panteras negras con ministros de religión, de defensa y de información, siendo el grupo musical MC-5 el que ocupara este último cargo.
¿Activismo político o acción directa?
Su primer año de existencia coincidió con la elección de Nixon como presidente de Estados Unidos, quien al poco tiempo de estar en el poder comenzó a perseguir a la disidencia política contracultural y terrorista con todos los medios disponibles. El White Panther Party también fue sujeto de esta persecución porque había llevado a cabo diferentes iniciativas de confrontación contra la policía y las instituciones estadounidenses a lo largo del país, y, al igual que las panteras negras y otros grupos para-militares y políticos, había pasado a engrosar la lista de elementos subversivos potencialmente peligrosos del programa de contrainteligencia COINTELPRO del Federal Bureau of Investigation (FBI). Fueron, en consecuencia, definidos por la policía federal como revolucionarios paramilitares antiimperialistas que se consideraban a sí mismos oprimidos, porque, los hípsters, a los que consideraban su cultura de base, eran perseguidos y tratados como si fueran una colonia de Estados Unidos. En realidad, esta definición no respondía más que a un mito fundacional: el de que los militantes del White Panther Party eran una suerte de kamikazes comprometidos con sus ideales, cuyo objetivo era acabar con la imagen pacifista de lo hippie llevando a cabo todo tipo de acciones sin tener miedo, prometiendo atacar y asaltar la estructura de poder capitalista y enfrentarse a la policía.
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Mito o no, la radicalidad del White Panther Party se constató con relativa rapidez: en septiembre de 1968, Sinclair, Forrest (ministro de educación del White Panther Party) y Plamondon (ministro de defensa del White Panther Party) atentaron contra la Central Intelligence Agency (CIA) colocando una bomba en una de sus oficinas de Ann Arbor dedicada al reclutamiento de estudiantes y profesores de la universidad (Treml, 1968). Dos meses antes, el Instituto de Ciencia y Tecnología, situado en la zona norte del campus de Ann Arbor, ya había sido objetivo también de un acto terrorista: se había hecho explotar un coche bomba frente él para denunciar los vínculos entre la universidad y el ejército (Zbrozek, 2006). Sea como fuere casi un año después de los sucesos, el Tribunal Supremo de Michigan acusó a los tres miembros del White Panther Party de conspiración con el testimonio de David Valler que dijo literalmente que había visto a unos “hippies comunistas” que encajaban con su descripción. Fue entonces cuando Plamondon y Forrest pasaron a la clandestinidad y, posteriormente, al exilio, mientras que Sinclair, que no pudo huir, fue acusado de conspiración, un delito al que se sumaba el agravante de sus antecedentes por posesión de estupefacientes.
Como consecuencia, en junio de 1969, los militantes del White Panther Party tomaron las calles de Ann Arbor y se enfrentaron duramente a la policía antidisturbios, que acabó con numerosos detenidos, que meses más tarde también fueron acusados de conspiración. Finalmente, en julio de 1969, ante la imposibilidad de demostrar su autoría e implicación en los atentados contra la oficina de la CIA, el Tribunal Supremo del Estado de Michigan envió a Sinclair a prisión por posesión de marihuana, donde estuvo 29 meses sin poder apelar la sentencia. El escándalo fue tremendo, hasta el punto de que impulsó la solidaridad entre músicos, artistas y representantes de la contracultura organizándose un concierto-protesta para solicitar su liberación. Aquel evento que se celebró en el Crysler Arena de la Universidad de Michigan contó con la participación de Steve Wonder, Yoko Ono y John Lennon, entre otros, y ayudó no sólo a su visibilización, sino a que unos meses más tarde Sinclair fuera liberado (Jania, 2004).
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Un declive de apenas una década
El White Panther Party se mantuvo activo hasta principios de la década de 1980, pero, la detención de sus líderes en el 69 supuso un duro varapalo para la organización. Aunque fueron un claro ejemplo de la organización política contracultural de los 60, su metamorfosis de movimiento pacifista en terrorista, que, a la postre, supuso su persecución por el gobierno federal, respondió a una serie de factores muy concretos: el clima conservador e inflexible del sureste de Michigan, que se vio representado en una fuerte represión policial, y la sobreactuación como movimiento contracultural radical tanto en las canciones de MC-5 como en la prensa underground.
El White Panther Party como muchos otros movimientos contraculturales del 68 norteamericano son prácticamente desconocidos en España y su trayectoria ha quedado reducida a las notas al pie de página de los principales libros que se están publicando a lo largo de este año. Sin embargo, creo que tanto el grupo político aquí tratado como los Motherfuckers (Rocha, 2015) y otros colectivos deben ser recordados como parte inherente de esa década de cambio, de ese 68 que, si bien quedó diluido por el giro conservador de los años 70, sí que parte de su esencia se ha mantenido hasta nuestros días en materias tan dispares como la liberación sexual, el empoderamiento femenino y los derechos civiles.
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*David Mota Zurdo es Doctor en Historia en la Universidad Isabel I y autor Los 40 Radikales (Ediciones Beta III Milenio)