madrid
Actualizado:Ferran Mascarell, delegado del Gobierno de Catalunya en Madrid, apuesta en su ensayo Dos estados (Arpa editores) por la necesidad de desdramatizar la propuesta catalana de desligarse de España. El que fuera conseller de Cultura de la Generalitat en los gobiernos de Maragall y Mas percibe en la independencia de Catalunya una oportunidad para España: "Dos Estados democráticos y eficientes son incomparablemente mejor que el Estado heroico, ineficiente y de baja calidad democrática que hoy tenemos". Reacio a utilizar la fórmula "choque de trenes", Mascarell apunta a la ineficiencia del Estado y sus élites como corresponsables de la coyuntura. "Se intenta imponer un discurso en el que parece que un gobierno se enfrenta a otro, pero lo cierto es que es un Estado contra una sociedad", apunta.
Sostiene en el libro que para el Estado español la independencia de Catalunya es buena, ¿en qué sentido cree que es beneficiosa?
Esencialmente porque permite liquidar el problema histórico que tienen los ciudadanos españoles y que no es otro que el Estado. Parece que en España las cosas funcionan al revés y la sociedad está al servicio de él, cuando debería ser al revés. Es importante que esta sociedad posea un Estado que sea una herramienta eficaz al servicio del bienestar de la gente. Este país tiene muchos retos y un potencial tremendo que, creo, está constreñido por la existencia de un instrumento que no rinde cuentas de un modo correcto. No se ha construido como un Estado inclusivo, dejando a un lado a los catalanes que obviamente no se sienten cómodos, creo que en general la sociedad española lo sufre.
Habla también de la necesidad de desdramatizar la situación, ¿no cree que es un poco tarde para esto?
Considero clave entender que suceda lo que suceda el 1 de octubre el deseo de independencia no va a desaparecer, ese es un dato que muchos deberían tener en cuenta antes de ese supuesto choque de trenes. El independentismo no va a desaparecer por mucho que se obvie o que, dese Madrid, se hable de él como un movimiento que hay que aniquilar. Yo recomiendo lo contrario, que se observe desdramatizado, como un proceso que tiene unas razones y unas motivaciones que cualquier político con ganas de resolver el problema debería tratar de mirar de frente, y no tratando en primer lugar de hacer ver que no existe como ocurrió hasta el año 2014, para después entenderlo como un movimiento político originado por la maldad de una clase política determinada.
Por otra parte, no sabemos el resultado de ese hipotético referéndum, incluso aquellos que votaríamos por la independencia somos conscientes de que quienes no la quieren obtengan un buen resultado, de modo que hemos de convivir con esa idea también.
En todo caso, el choque de trenes parece inminente…
La imagen de dos trenes que chocan no me parece correcta. Creo que más bien se trata de un tren que se llama Estado, que cuenta con todos sus artefactos en forma de comisiones y opciones —algunas legales, otras no tanto—, un tren que imagino tradicional y vetusto. Enfrente tenemos el proyecto catalán, que no tiene que ver con una administración pública, sino con una movilización social o un conjunto de movilizaciones. Creo que son dos cosas muy diferentes, lo que sucede es que se trata de imponer un discurso en el que parece que un gobierno se enfrenta a otro, pero lo cierto es que es un Estado contra una sociedad.
¿Hasta qué punto las élites españolas son corresponsables de la situación a la que se ha llegado?
Yo creo que tienen mucha responsabilidad. Lo que está sucediendo tiene que ver con un Estado muy cerrado sobre sí mismo y muy vinculado a un grupo relativamente restringido de personas que lo han convertido casi en su propiedad. Son gente que a través de la propiedad del Estado ha privatizado el conjunto del territorio español, de tal forma que actúan como si les perteneciera, incluida Catalunya. Muchas veces en Madrid tengo la sensación de que hablo con dirigentes políticos o del Estado que saben mejor que yo, que he vivido en Catalunya, lo que me conviene, lo que deseo y lo que anhelo. En cambio, lo que nunca dicen es qué esconde ese deseo de propiedad del Estado español.
Me refiero a ese grupo dirigente conformado por los principales partidos estatales, ciertos altos funcionarios de las instituciones y algunas pequeñas élites vinculadas a los medios de comunicación. Cuando hablas con ellos tienes la impresión de que hacen política exactamente igual que si fueran dirigentes políticos.
¿Y qué hay de la élite catalana?
Hay una élite catalana que participa de estos beneficios. Es una élite pequeña que en ocasiones ha renunciado a sus intereses como catalanes por el bien de los intereses que defiende este conjunto, pero esto no se corresponde con el anhelo de la sociedad catalana. Ni que decir tiene que esta élite no está contenta con lo que está sucediendo en Catalunya.
¿Cómo valora la factura del caso Pujol al procès?
Sin duda ha tenido importancia. La corrupción tensa la confianza colectiva y cuando pierdes esta confianza en un proyecto colectivo inevitablemente das un paso hacia atrás. Desde este punto de vista la corrupción resulta corrosiva. En el caso concreto de Pujol, no cabe duda de que estamos ante un personaje que ha tenido una gran significación en la sociedad catalana de los últimos 20 años, por tanto la repercusión es obvia. Sin embargo, es importante que no confundamos el caso Pujol con el conjunto de la sociedad, he visto a militantes de su partido —gente absolutamente honorable— desconcertados con lo que ha sucedido. Creo que conviene dimensionar bien lo que significan estos casos y no convertirlos en un sinónimo de la manera de ser del conjunto de la sociedad en Catalunya y por supuesto de su clase política.
Resulta repugnante ver esta especie de corrupción sistémica que se ha imbricado en ciertos partidos. Sin duda este es uno de los males que hay que resolver, yo querría un país en el que las reglas del juego impidieran la corrupción, y esto es algo que el Estado permite porque de alguna forma ha desatendido dichas reglas del juego. El Estado es una herramienta que por naturaleza ha de ser profundamente democrática y transparente para que sea eficaz. España necesita una profundísima renovación política e institucional, porque lo cierto es que esto no va, no funciona.
¿No cree que ha faltado un poco de pedagogía? Me refiero a la opinión pública y a cómo ésta percibe el procès
Los medios de gran difusión cuentan una narrativa que sólo concibe una idea posible de España, es precisamente esa narrativa la que ha terminado por articular el deseo de marcharse de los catalanes. Nosotros hemos propuesto hipótesis diversas que nunca han tenido éxito, y en cambio, el discurso que parece imperar es que la catalana es una sociedad egoísta que se mira a sí misma.
Creo que la pedagogía solo funciona si tú impones con claridad qué es lo que quieres y el motivo por el que lo quieres. Por eso creo que con libertad política y desde el pacto tenemos un recorrido extraordinario en común.
¿Cómo imagina ese nuevo Estado catalán?
Imagino un país abierto, profundamente democrático y participado, un país que pone en primer plano la prosperidad vinculada a la justicia y al bienestar. Imagino un país culto, educado, cívico y sostenible. Al contrario de lo que se suele decir desde Madrid, buscamos un país sin fronteras; entre Catalunya y España no habrá fronteras y serán dos estados colaborativos, dos estados que cedan soberanía en beneficio de agrupaciones terceras. Ya no hay fronteras en la Europa que estamos viviendo.
Apunta en el libro dos fenómenos sintomáticos que evidencian la necesidad de una refundación…
Es que en los últimos 7 u 8 años el Estado ha tenido que hacer frente al fenómeno catalán, que es un jaque directo a su esencia, y a otro movimiento, más o menos paralelo en el tiempo, que ha sido la irrupción de Podemos. En cierta forma, pese a que este último viene de sectores más jóvenes y posee una estructura social diferente, ambos sujetos vienen a decir lo mismo: esto no funciona, este Estado no es representativo ni eficaz, distribuye las cargas de forma desigual…
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