Marcelino "Sin duda, el hombre más gracioso que ha existido"
Germán Roda recupera en la película 'Marcelino, el mejor payaso del mundo' la figura de Marcelino Orbés, el payaso aragonés que conquistó Londres y Nueva York, admirado por Chaplin y del que Buster Keaton dijo que era "el mejor payaso que había visto sobre un escenario"
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Madrid,
"Creo que nadie ha hecho reír a tantos niños ingleses como él", escribió el prolífico escritor y humorista británico E.V.Lucas en 1905. "El mejor payaso que he visto sobre un escenario es Marcelino", aseguró Buster Keaton en unas declaraciones hoy recogidas en el libro Buster Keaton: Interwiews. Charles Chaplin coincidió con él en los escenarios y a su muerte fue quien envió las flores que cubrieron su ataúd.
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Marcelino Orbés, un aragonés –Jaca, 1873- que empezó de niño de los recados en el circo, se convirtió en el mejor payaso del mundo de esa época. Con un éxito colosal que nadie antes había conocido, su carrera, como la de muchos otros, se fue apagando con la aparición del cine. Terminó arruinado y hundido en una depresión, pero nada de ello explica el injustísimo silencio que ha ocultado desde entonces su existencia.
El ejercicio de investigación y recuperación de la figura de este acróbata y payaso se debe al periodista Mariano García Cantarero, autor del libro Marcelino, el mejor payaso del mundo, título que ahora lleva la película dirigida por Germán Roda y que cuenta con la participación del clown Pepe Viyuela. Una obra que comienza por el final, el 5 de noviembre de 1927, en el Hotel Mansfield de Nueva York.
La troupe de los Martini
Imágenes de antiguos números de circo conviven en la película con espectáculos circenses grabados para ella y con varios números de Pepe Viyuela recreando los de Marcelino. Fotografías del payaso, numerosos recortes de prensa de la época, testimonios de clowns y expertos en la historia del circo… se reúnen en la pantalla para narrar la historia del mejor payaso del mundo.
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Marcelino, todavía un niño, pisó su primer circo en Zaragoza. Allí, en la Plaza de Salamero se enroló en el Circo Alegría y entró a formar parte de la troupe de Los Martini. Tenía diez años y era el encargado de poner las sillas para la función y recogerlas. Con 19 años, en Bruselas, comenzó a hacer su propio espectáculo, y con 22, despuntaba como uno de los payasos que más hacía reír al público en Francia. El mito de Marcelino comenzó poquísimo después en Ámsterdam, desde donde viajó a Londres y comenzó una carrera de inmensa fama.
Silvers, el mejor payaso de América
El Hippodrome de Londres –hoy es el casino más grande de Inglaterra- fue el trampolín para su deslumbrante ascenso. En aquel escenario en el que había un tanque con 5.000 litros de agua, carruajes de caballos que rodaban a su alrededor y donde actuaban las figuras más grandes del espectáculo, Marcelino se convirtió en el rey de los payasos. "La primera actuación fue un show espectacular, se llamaba Giddy Ostend", dice el director de comunicación del Hippodrome, que recuerda cómo allí Marcelino conoció a Chaplin, entonces un joven que estaba en el coro.
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Dispuesto a seguir creciendo, Marcelino Orbés aceptó un contrato para actuar en el Hippodrome de Nueva York, el más grande del mundo, con un aforo de 5.200 localidades y un escenario de 61 por 33 metros (tres veces el del Teatro Real de Madrid). Allí presentaron un espectáculo estrella: Marcelino Orbés, el mejor payaso del continente europeo, contra Slivers Oakley, el mejor payaso de América.
2,5 millones de espectadores al año
1,60 metros de alto, un smoking usado y su mímica especial… arrasó. Cada día iban a verle unas 10.400 personas. Eso son 240.000 espectadores al mes y 2,5 millones al año. Las cifras describen mejor que nada el monumental éxito que consiguió Marcelino Orbés. Entre 1905 y 1907, no había nadie en Nueva York que le hiciera sombra. Los empresarios del Hippodrome le firmaron un contrato de por vida, él se convirtió en protagonista de un cómic que se publicaba en un periódico, se hicieron muñecos de payasos con su figura… y la prensa sentenció: "Sin duda, el hombre más gracioso que ha existido".
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Entonces apareció el cine. En el Hippodrome terminaron proyectando películas y Marcelino Orbés empezó a decaer. El payaso, que había ganado fortunas, terminó arruinado. Volvió a actuar en circos de carpa, pero ya no era ni la sombra de lo que había sido. Se ahogó en una profundísima depresión. Tal vez, su final hubiera cambiado si hubiera tenido la oportunidad de participar en el cine –lo intentó con una película The Mishaps of Marceline (1915)-, pero las condiciones de su contrato y su ausencia de entusiasmo por el séptimo arte, le dejaron al margen.
"El payaso necesita que le amen"
"La vida dura que llevó en su infancia seguramente le estimuló para dejar de ser el niño que lleva el cubo o la comida a los elefantes y para convertirse en el más grande del mundo", afirma Pepe Viyuela, quien, por otro lado, también dice: “Imagino que el éxito que tuvo le convirtió en un hombre muy vanidoso y el fracaso le tuvo que doler tanto…".
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Como dice el clown José Piris, "el payaso necesita que le amen. A partir de ahí es ya el oficio". A Marcelino le amaron ¡millones de personas! pero él era el payaso ‘excéntrico’, el que lleva la cara blanca dentro, el tipo que provoca sus propios accidentes y que hace que todo el espectáculo gire sobre él, "es un payaso que, sin embargo, necesita al público para medirse". Marcelino murió el 5 de noviembre de 1927, en el Hotel Mansfield de Nueva York, pero había empezado a apagarse antes, cuando las luces del circo empezaron a languidecer.