Lars von Trier recurre a Hitler para escandalizar
El director danés dinamita la presentación de Melancolía', una película con el fin del mundo de telón de fondo, con unas declaraciones filonazis. El filme fue acogido con frialdad pese a su megalomanía
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Lars von Trier cumplió con el papel de payaso disparatado e irritante un año más. Pero la broma esta vez se le fue de las manos. Melancolía, la película con la que compite por décima vez por la Palma de Oro, quedó eclipsada por un conjunto de declaraciones hechas bajo el único objetivo de escandalizar. Paren y lean un desatino de muy mal gusto: "Yo entiendo a Hitler, aunque creo que hizo cosas equivocadas, por supuesto. Sólo estoy diciendo que entiendo al hombre, no es lo que llamaríamos un buen tipo, pero simpatizo un poco con él", espetó cuando le preguntaron por su fascinación por la estética nazi. La chirigota delirante continuó en la misma línea: "No digo que me vaya la Guerra Mundial. Ni que esté contra los judíos. Estoy con ellos. Y digo esto igual que digo que los israelíes son como una patada en el culo".
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Visto la que armó, Von Trier rectificó más tarde: "Me disculpo sinceramente si he herido a alguien. No soy antisemita ni tengo prejuicios raciales, como tampoco soy un nazi".
Lo peor es que la liada era previsible. Von Trier no podía pasar por Cannes sin demostrar que es el tipo más chiflado del planeta. Ahora bien, el asunto llegó a ser tan desproporcionado que podría parecer que lo que buscaba era armar ruido para tapar el hecho de que su película no le gusta ni a él. El director reconoció que no le acababa de convencer el resultado de Melancolía, a la que define como un filme "romántico", que no parece suyo y cuyo look le recordaba a esas cintas que detesta. "En mi próximo proyecto quiero radicalizar mis posturas y rodar pornografía", admitió.
¿Qué decir entonces de la película después del numerito que representó el danés? Después de que Von Trier llevara a su terreno hipertrófico el cine de terror psicológico con Anticristo, ahora hace lo mismo con el cine de catástrofes, aunque en realidad sólo le sirva como excusa para hablar de un estado de ánimo.
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Empecemos rescatando lo que dice Lars von Trier sobre los melancólicos: "No ven el sentido a los rituales de la vida. Ven el envoltorio, pero debajo no ven sino vacío". Siendo así, entonces Melancolía es un gran acto justo en esa línea: es un ritual hermoso, ultra estético, pero que queda vacío en la mente y el corazón del espectador. La última aventura cinematográfica del danés deja frío, a pesar de la megalomanía del director, que quiso hacer una película "no sobre el fin del mundo, sino sobre el estado mental" de su depresiva protagonista.
El mundo se acaba al principio del filme de Lars von Trier. Un planeta enorme, de nombre Melancolía, avanza hacia la Tierra hasta colisionar. Conocemos el final, pero eso no importa, porque como dice Von Trier "también sabemos que James Bond no va a morir en sus películas, pero aún así nos quedamos a verlas por la emoción de las secuencias". Se trata de una película donde lo que pesa es la atmósfera, no la resolución, la trayectoria de los personajes, más que adónde van a llegar, aunque el cineasta no consiga realmente ninguna de las dos cosas.
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Se abre como hacía Anticristo, con un prólogo. Conducido por la obertura de Tristán e Isolda de Richard Wagner, Von Trier despliega escenas de cuadros del romanticismo, como La muerte de Ofelia, que apuntan a la muerte y la desesperación romántica. A continuación, arranca la primera de las dos partes en que estructura el filme: la primera, la dedicada a Justine (Kirsten Dunst), tiene lugar en la boda de esta. El asunto recuerda a aquel filme dogma llamado Celebración, donde la mierda familiar salía a la superficie como de una alcantarilla. "Justine se ha convencido a sí misma de que eso es lo que quiere, cree que la boda es la última oportunidad para ser feliz, pero a medida que avanza la fiesta se da cuenta de la mentira y cae en depresión", explicó el director.
La segunda está centrada en Claire (Charlotte Gainsbourg), la hermana fuerte y dominadora que se ha hecho cargo siempre de la depresiva Justine. Pero a medida que el fin del mundo se acerca, los roles se intercambian. Y aunque esa es la teoría, no hay emoción ni verdad en la ejecución. La familia del filme no es creíble. No existe química en el reparto y, por tanto, no hay emoción.
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La película de Lars Von Trier quiere ser un homenaje al romanticismo, pero no logra traducir a imágenes la inquietud del melancólico. Todo queda en la superficie, en un bello acto de manierismo.