De Juan Carlos I a sus antepasados Los amantes de la Corona española
Ha habido romances que han servido como estrategia para destruir la imagen del rey respecto a otro candidato. También ha habido historias que han derivado en obras de arte imperecederas.
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madrid, Actualizado:
Puede que ahora se les llamara amigos íntimos, pero las calles los definían como amantes. La relación de Juan Carlos I con Corinna es la más reciente de las historias en las que un rey se ha visto públicamente salpicado por aventuras de dormitorio. Algunas, incluso, han originado obras de arte ahora expuestas en el Museo del Prado o han servido como punta de lanza de campañas de desprestigio.
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Desde Felipe II con Isabel de Ossorio hasta Alfonso XIII, bisabuelo de Felipe VI, con la actriz Carmen Ruiz, todos tuvieron mancebas a las que visitar. También hubo reinas con romances entre la nobleza, los cuales han llegado a barajarse como posibles progenitores de los reyes de hoy día. La sangre azul podría ser más mestiza de lo que aparenta. Sin embargo, quedan de lado los romances más puros y se pone la lupa en aquellos que derivaron en terremotos políticos o en lienzos que han pasado a la posteridad.
"Los reyes no se casaban por amor, sino por la descendencia. Así que ellos y, a veces, ellas, tenían amantes. La primera mujer de Luis XIV, María Teresa de Austria, tuvo un hijo negro con un esclavo. Pero también hay presidentes de Francia con famas de gigolos. Hasta hay una entrada en Wikipedia sobre amantes reales. Hay que hilar fino para no caer en la prensa rosa", asegura Pedro García, catedrático de Historia Moderna y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).
Felipe IV y su crucifixión
Hay muchas maneras de mostrar enfado o descontento con los affaires y la actitud de la Corona, pero la de Diego de Velázquez puede ser la más elegante de todas. La leyenda sitúa esta anécdota en 1632, cuando el artista sevillano ya se había situado como el pintor favorito de Felipe IV, en el trono entre 1621 y 1665. En el cenit de su trayectoria, Velázquez recibió un cometido que aún hoy genera controversia: un cuadro de la crucifixión de Cristo. El pintor, fuera cual fuera la historia verídica, trazó una de las obras más emblemáticas de su catálogo
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"La leyenda ve en este cuadro un devoto ofrecimiento de Felipe IV, arrepentido de alguna de sus aventuras en el convento de las Benedictinas de San Plácido", asegura Fernando Checa, exdirector del Museo del Prado, en Velázquez: obra completa. El cuadro, cuentan algunos cronistas de la época, no fue más que una compensación por los romances eclesiásticos del monarca, que también tuvo una relación íntima con la actriz María Calderón, conocida popularmente como La Calderona, con la que tuvo un hijo extramatrimonial al que llamaron Juan José de Austria.
La leyenda de los amoríos reales con la monja surgió de un libelo titulado Relación de todo lo sucedido en el casso del Convento de la Encarnación Benita. Dicha leyenda, por lo anecdótica y pintoresca, encontró particular aceptación entre los escritores románticos del siglo XIX. Es de advertir, sin embargo, que ninguno de estos escritores mencionó la pintura de Velazquez ni la relacionó con los pecados del rey descritos en la leyenda. Esto lo insinuó por primera vez, en 1855, un historiador del arte, don Gregorio Cruzada Villaamil: "Se atribuye la pintura al 1638, mandada pintar por el Rey a Velazquez quizás en desagravio del ruidoso escándalo acaecido en el convento de la Encarnación Benita de San Plácido en el que figura el Protonotario de Aragón".
Extracto del texto El Cristo crucificado de Velázquez: trasfondo histórico-religioso, por Alfonso Rodríguez G. de Ceballos.
Real o no el origen de este cuadro, la historia ya forma parte de la leyenda negra –o rosa– de la Corona española. De lo que sí hay constancia es de que la priora del monasterio escribió una carta al conde duque de Olivares en la que aconsejaba que el rey "moderase sus pasiones y cambiase de vida". Felipe IV, del que se llegan a contabilizar hasta unos 30 hijos bastardos, no parece que se tomara a pecho las reprimendas monacales.
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Quienes han profundizado en la estética, con la mirada puesta en la leyenda que atraviesa este lienzo expuesto en el Prado, han llegado a la interpretación –no todos– de que tal era el malestar de Velázquez por endulzar las travesuras del soberano, que en el acabado del paño de pureza (el manto que cubre la figura), visto del revés, se atisban dos rostros besándose.
¿Es el nudo del trapo una muesca inocente? ¿O representa a la monja y al rey? ¿O es una sobreinterpretación provocada por la magnitud del talento del pintor que acometió la obra?
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Quienes no dan crédito a este tipo de leyendas, están más por la labor de una compensación por malas prácticas o acusaciones infundadas contra el convento. "Una hipótesis sostiene que el cuadro fue mandado pintar por Jerónimo de Villanueva, una vez interrumpido el proceso inquisitorial en que se había visto envuelto con motivo de la profanación de un crucifijo por judíos portugueses que, en julio de aquel mismo año, fueron condenados a muerte", sostiene Rodríguez G. de Ceballos. Una manera de redimirse y de limpiar su mala imagen.
La conspiración contra Carlos IV
Decía Francisco Calvo, miembro de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, que Goya, en su retrato real titulado La familia de Carlos IV, presentaba "una monarquía en su crepúsculo, un desfile de máscaras casi espectral". El pintor zaragozano transmitía así la mala imagen que, o bien tenía de ellos, o bien tenían entre sus plebeyos.
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Eran muchos los chismes sobre Carlos IV, sobre su esposa María Luisa de Parma y sobre Manuel Godoy, secretario de Estado y siempre acusado de intimar con la reina, por lo que la rumorología incluso atribuyó la paternidad de dos infantes al noble que un día, cuando vendió España a Napoleón, intentó salir de Aranjuez enrollado en una alfombra.
"Calle vuestra merced, que las piedras hablan en el día, y el rey sabe si se caga o si se mea". Las avenidas castellanas siempre tuvieron un rato para conversaciones sobre la Corona, para despellejar al más inepto o para murmurar sobre los amoríos de palacio. Esa oración, recopilada por el Consejo de Castilla y almacenada entre los legajos del Archivo Histórico Nacional, se recogió en Madrid cuando Carlos IV formó en 1791 la Comisión Reservada, destinada a escuchar todo tipo de injurias a la corona, de menosprecios y de rumorología que la monarquía trataba de eliminar de las aceras.
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Varios historiadores aseguran que las historias que encamaban a Godoy y a la reina eran "diarias", lo que tenía mucho que ver con la oposición política a la Corona. Los desplazados del poder no se tomaban bien el carpetazo a sus atribuciones, por lo que incluso se llegaron a repartir pasquines en los que se esparcían detalles sobre el supuesto romance.
«El francés le trata hoy
al español de collón
por consentir la nación
le gobierne, quién ¡Godoy!
¿Pero qué admiración le doy
si la Reina por su lujuria
le enamoró: ¡o qué Furia!
Y le sacó del Cuartel.
para joderse con él,
Señor Duque de la Alcudia?»
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Estos versos –tan solo un ejemplo de la época–, echaban más leña a un fuego candente y atractivo para habladurías. Además, María Luisa, siempre fue acusada de controlar a su marido y ser la verdadera cabeza pensante del Reino, posibilidad que escamaba a la nobleza de la época. Todo este asunto, carente de pruebas, tenía detrás un carácter político: el de hacer abdicar a Carlos IV: "He mirado la correspondencia entre Godoy y María Luisa, bastante copiosa, y no hay ningún signo que permita concluir que mantuvieron un romance o una relación como se dijo. Tampoco he visto que ninguno de los autores presente ninguna prueba de que la hubiera", asegura Emilio La Parra López, catedrático en Historia y biógrafo de Godoy y Fernando VII.
"A finales del s.XVIII se lanza la idea de que los últimos hijos de Carlos IV son hijos de Godoy, incluso los medios europeos lo difundieron. Personalidades como la reina de Napoles se encargaron de difundirlo, así como la oposición aristoclerical que no quería a Godoy. Aquellos que se consideran damnificados por la política del momento, no atacaron al rey, porque era inconcebible, así que atacaron a Godoy y a la reina. Godoy se fijaba mucho en la política ilustrada de Francia, por eso no gustaba al clero", mantiene el historiador, que a la vez rechaza cualquier hipótesis posible de protorepublicanismo. "En España no había republicanismo, al menos público. La monarquía no estaba bajo sospecha, las críticas venían de sectores de la nobleza que querían a otro rey", asevera.
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De Isabel II hasta Alfonso XIII
Ininterrumpidamente, madre, hijo y nieto también tuvieron amantes, aunque de índole romántica, si bien generaron suspicacias políticas en torno al linaje. Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII han sido estudiados hasta el tuétano y de muchos se asegura y se confirma que corrieron aventuras extramatrimoniales.
Al perecer Fernando VII sin descendencia masculina, una modificación en la ley permitió que su hija Isabel ascendiera al trono. Casada con Francisco de Asís de Borbón, mucho se ha escrito sobre los amantes de la reina, dejándose entrever adicciones y actitudes sexuales que no se mencionan cuando se trata de hombres.
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A pesar de malas palabras, las reinas simplemente encarnaban "los ideales de mujer vigentes en cada momento", en palabras de María Victoria López-Cordón, autora de La construcción de una reina en la Edad Moderna: entre el paradigma y los modelos. "En un periodo de auge del puritanismo patriarcal burgués, las consortes europeas de finales del XVIII no supieron adaptarse al papel de mujeres domésticas (amantísimas, madres y esposas) con las que las representaba la propaganda oficial", asegura Antonio Calvo en Con tal que Godoy y la reina se diviertan.
Emilio La Parra encuentra en la manera de proyectar a las mujeres una actitud machista "bastante considerable". "Por ejemplo, si la reina María Luisa adquirió una importancia en el reinado de Carlos IV es porque hay sexo por el medio. Es la visión machista de la burguesía", sostiene.
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Isabel II contó con muchos amantes, entre los que destaca Enrique Puigmoltó, un aristócrata al que varios autores como José María Zavala o Ricardo de la Cierva atribuyen la paternidad de Alfonso XII. Su vástago y rey entre 1874 y 1885 pereció a los 27 años, pero tuvo tiempo de ser relacionado con Elena Sanz, cantante de ópera. Él mismo confesó sus desfases nocturnos en camas de otras: "He quemado la vela por los dos extremos. He descubierto demasiado tarde que no es posible trabajar durante todo el día y divertirse toda la noche", dejó dicho el monarca. Sin embargo, cuando la prensa trataba la temática de sus amoríos, no dudaba en tachar aquellas informaciones de campañas republicanistas. Su hijo Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I, también vivió affaires como el del Carmen Ruiz, actriz de la época.
No cuesta encontrar entre las páginas de la Historia relatos que atribuyan amoríos a cualquier rey o reina de cualquier nación. Este tipo de historias han servido para conversaciones de bar desde tiempos inmemoriales: "Raro es el rey que no ha tenido amantes. Se podría decir que es casi consustancial a la monarquía", zanja con humor el historiador La Parra.
Bibliografía recomendada
El Cristo crucificado de Velázquez: trasfondo histórico-religioso, por Alfonso Rodríguez G. de Ceballos.
Carmen, la rebelde, de Pilar Eyre.
En torno a la biografía de Alfonso XII: cuestiones metodológicas
y de interpretación, de Carlos Dardé.
Con tal que Godoy y la reina se diviertan, de Antonio Calvo.