Jordi Nopca: “No podemos construir una literatura a espaldas de la sociedad”
Jordi Nopca (Barcelona, 1983) es periodista, escritor y coordinador del magacín Ara Llegim. Conversemos con él en uno de los despachos del Palau Robert, en el marco del ciclo de entrevistas “En català, molt per llegir, molt per escoltar, molt per gaudir”,
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Por esta misma butaca han pasado varios escritores que habéis entrevistado en el magacín Ara Llegim. Tú que eres periodista y estás muy acostumbrado a hacer entrevistas, ¿cómo vives estar en ambos lados?
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Siempre bien y siempre mal. Soy una persona que ve el vaso de agua medio vacío y medio lleno a la vez. No sé si es bueno o es malo, pero es la única manera que tengo de sobrevivir. Me gusta mucho entrevistar, de hecho, sigo siendo periodista porque hacer entrevistas es lo que más me gusta del mundo. Cuando me entrevistan intento no recordar que soy entrevistador porque yo mismo me convierto en una especie de ser que se autoanaliza y se autoincrimina constantemente. Intento ver el vaso más lleno de lo que querría y cuando hago entrevistas, seguramente lo veo más vacío de lo que haría falta.
¿Te reconoces más como escritor o como periodista?
El periodismo te enseña a tener un trabajo y a tener los pies en el suelo, falcados. En cambio, la escritura para mí no es que sea una manera de huir de la realidad, sino que es una dimensión paralela. Mi peligro es que estaría siempre ahí, pero necesito sobrevivir y necesito pagar los gastos. Hay esta parte volátil de mí, que es la de la escritura, y hay la parte más pecuniaria, que es la del periodismo. Las dos son importantes. Con el periodismo me siento más seguro porque estoy haciendo cosas que transmiten un retorno social, como es hacer entrevistas a escritores, que es mi gran pasión.
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La escritura también puede tener un retorno social.
Sí, pero es más indirecto. Es algo más subterráneo. Como autor no lo puedo ver exactamente. De hecho, cuando acabo un libro y lo doy a leer a las primeras personas antes de que se publique y recibo los comentarios buenos y malos, pienso que he hecho personajes monstruosos y que he creado un mundo oscuro e inquietante. Me cuesta más ver el retorno social, porque a veces pienso que, con los libros, más que construir la sociedad, la estoy desmontando y enseño cosas que no me gustan.
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Tus padres no se dedicaban para nada al mundo de las letras. ¿De dónde viene esta dedicación por la escritura y la lectura?
Fue una provocación. Los dos trabajaban en laboratorios o en la universidad y siempre estaban fijados en los experimentos. Una de las cosas que recuerdo haber tenido colgada a mi puerta durante muchos años no era un póster de Van Halen, Def Leppard o Sepultura, sino la tabla periódica de los elementos. Me sabía todos los elementos y sus equivalencias. Qué pesaba más o menos. Tenía una fijación por los materiales radiactivos porque mi padre se había dedicado en parte a la gestión de residuos radiactivos.
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Todo esto estaba muy bien, pero necesitaba algo más, que era este mundo que iba trabajando. Años después, con juegos como el Minecraft o el Animal Crossing, me he dado cuenta que el trabajo de un novelista no es tan diferente al de una persona que crea un videojuego de estas características.
Está construyendo un mundo, ¿no?
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En el caso del Minecraft, me sirve para decir que hay un mundo arriba que es más plácido, luminoso, montañas de color verde y bosques y que, abajo, hay el mundo de las minas, del fuego, de la lava y de los monstruos que atacan.
¿Cómo valoras el panorama literario en Catalunya?
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Hay una grandísima variedad, un eclecticismo que es evidente. Hay nuevas voces que aparecen constantemente. Esto es fantástico, porque quiere decir que la literatura no solo se renueva, sino que renace a cada momento. Hay premios que distinguen autores que acaban de empezar, que debutan o que publican su primera, segunda o tercera novela. Cada año también hay tres, cuatro o cinco voces que destacan y que marcan aquella temporada.
Ahora bien, hay un problema de diálogo intergeneracional, es decir, que salvo los periodistas que conozco que se dedican a leer sistemáticamente, me cuesta mucho encontrar escritores que lean autores de una o dos generacióes por sobre y que los consideren referentes. Y a la inversa. Cuesta que autores que ahora tienen 60 o 70 años me digan que leen un libro de alguien que acaba de empezar y que los parece genial.
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Como cultura, tenemos tendencia a decir que el catalán está mal, que cada vez lo hablamos peor
¿Por qué crees que pasa esto?
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Somos una literatura acomplejada. Los medios de comunicación hablan de literatura. La literatura llega a la sociedad, pero no sé si esta permeabilidad es suficiente. No sé si nosotros mismos como autores acabamos de ser conscientes de todo lo que podemos tener y leer en catalán. Si lo fuéramos, seríamos mucho más entusiastas, menos derrotistas. Como cultura, tenemos tendencia a decir que el catalán está mal, que cada vez lo hablamos peor. Se trata de reinventar de alguna manera aquello que tenemos. Lo que no podemos hacer es construir una literatura y una cultura a espaldas de la sociedad.
La lengua es viva.
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Es viva y la tenemos que ir sintiendo y viendo hacia dónde va. Lo que no podemos hacer tampoco es convertir nuestros libros en bilingüismo en estado puro, porque ya sabemos que la opción en castellano siempre tendrá las de ganar. Escribir en catalán no debería ser una herramienta de combate ni un posicionamiento político, pero al final te acaba colocando en una situación extrañamente política. Esto es bueno y es malo, porque como autor a veces tienes la sensación que se te juzga por méritos extraliterarios.
¿A qué te refieres?
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Por ejemplo, el nivel de pureza de tu lengua, el nivel de catalán. Si eres nivel C, D o Pompeu Fabra. Que Pompeu Fabra era bastante “terrorista” con la lengua. Un tema discutido y controvertido. Entonces, ¿qué pasa? La literatura es juzgada de tantas maneras paraliterarias o extraliterarias que quien acaba leyendo el libro viene tan condicionado, que puede llegar a tener prejuicios.
Me gustaría liberarnos de los prejuicios a la hora de de leer. Yo venía del mundo de la academia, estudié Periodismo y después Teoría de la Literatura. Aquí vi que la literatura en sí podía ser muy compleja, pero, al mismo tiempo, si iba a la raíz de la narración y la escritura, tenía que liberarme de las prenociones que eran más académicas. No puedo juzgar los textos según solo mi bagaje académico, porque estaría dando una mirada empobrecedora a los textos.
Escribiste un artículo sobre lo que querían leer los niños y entrevistabas a la escritora Tina Vallès, que decía: “Las generaciones anteriores habían escrito en catalán casi por militancia, y esto ya era un gran atrevimiento. Ahora hay muchos más sellos que hace veinte años. Los álbumes ilustrados y las novelas también tocan un abanico de temas más amplio. Se habla de diversidad de género, de trastornos alimentarios, hay libros con mensaje ecologista y de respeto al medio ambiente, y también hay que quieren concienciar los lectores contra el racismo. Todo esto está muy bien si no pierdes de vista que estamos escribiendo literatura. La historia debería pesar más que el mensaje. En caso contrario, la ficción que lees acaba siendo muy floja”. ¿Qué piensas?
Estoy muy de acuerdo. Recuerdo cuando ella me lo iba diciendo, que tomaba notas y que por dentro pensaba que era como si lo dijera yo. A veces pensamos que la historia en sí, el trabajo de los personajes, la construcción de mundos es naíf y es a la inversa. Es a través de todos los matices, que aquello que estás enseñando puede ser muy político. Cuando digo que es político no quiere decir que hable de unas elecciones.
No, como una posición política y una defensa de valores.
A mí lo que me gusta del posicionamiento político y de los valores es enseñar lo que para mí no son los valores, es decir, enseñar la parte no solo más oscura, sino la parte compleja y contradictoria que tenemos todos dentro. Una parte llena de paradojas. Yo puedo ser un buen trabajador y un mal padre. Puedo ser un padre excelente y un criminal. Podría ser muchas de estas cosas, está claro, e incluso puedo ser un trabajador mediocre y un escritor brillante. ¿En qué posición me colocaría? A la inversa también sería lo mismo. Un escritor mediocre y un trabajador brillante. Llegaría a casa y, cuando me mirase al espejo, pensaría que hay algo que no estoy haciendo bien. Estos son mis personajes. Siempre están dudando y a punto de ligarse la cuerda al cuello.
Recuperamos el tema de la lengua. ¿Te preocupa su salud actual?
Me preocupa, sí. La única manera que tengo de combatir lo que pasa es intentar hablar el catalán a mi manera, que es la mejor que sé. Intentar transmitir esto a los que vienen detrás y a los coetáneos, y con los libros, en vez de destruir, sembrar algo que sea más o menos positivo. El mensaje puede ser negativo en un libro, pero estar muy bien escrito. Me esfuerzo mucho intentando que aquello salga de mis manos en la mejor de mis posibilidades.
Para escribir 100 páginas publicadas, he escrito unas 300 en el ordenador. Corto mucho, borro y tengo la sensación de haber purgado todo el que tenía que purgar cuando sale el libro. Aquello ya no es material improvisado, sino que está reescrito. A veces me cansa mucho y me odio a mí mismo porque pienso: “cómo puede ser que tantos años no te hayan servido para aprender algo más el oficio y continúes reescribiendo sistemáticamente cada frase”. Esto forma parte de este lado del vaso vacío, pero al día siguiente me levanto y tengo otra cosa en la cabeza.
Como autor tienes la sensación de que se te juzga por méritos extraliterarios como la pureza de la lengua
Trabajaste durante 6 años en tu último libro, ‘La teva ombra’. ¿Es una cuestión de perfeccionismo o es que necesitaba tiempo?
No es una sensación de querer llegar a una perfección, sino de que sea bastante digno para que aquel texto salga publicado. Lo que pasa es que mi nivel de exigencia como autor es enfermizo. Necesito que esté todo puesto como yo querría. A veces antes de salir de casa necesitas comprobar que el gas está apagado o que no has dejado nada en una situación de peligro. Yo hago esto dentro de mis textos, que pueda irme tranquilo y no tenga que volver a entrar, abrir y cambiar.
Otra cosa que pasa cuando publicas un libro y empiezan a leerlo los lectores, es que tienen matices sobre lo que has hecho. Piensas que tienen razón, que deberías volver dentro y hacer más trabajo. Como el Minecraft, son juegos que no se cerrarían nunca, son mundos abiertos, y los libros, aunque los cierres, continúan haciendo camino. Una vez los publicas se transforman. Al principio piensas una cosa, pero dos años más tarde, ha habido gente que te ha enriquecido el mensaje, gente que ha hecho lecturas diferentes, que modifican lo que tú pensabas sobre el libro.
En el caso de La teva ombra, pensaba que estaba escribiendo una historia casi adolescente, de amores e infidelidades, pero ahora lo que veo es que estaba explicando una historia de dos hermanos tóxicos que no solo estaban intentando acabar con sus vidas mutuas, sino también con la mía como autor, porque tuve muchos problemas con ellos de tipo moral.
Cuando escribía según qué cosas sobre ellos, tenía la tentación de borrarlo y hacerlos quedar mejor. Hacer que sus ineptitudes y sus perversiones no fueran tan oscuras. Pero entonces pensé: “lo que tienes que hacer es que ellos hablen, tú eres un transmisor”. Cuando asumes que eres el canal y vas hasta las últimas consecuencias, esos personajes se infiltran en los sueños, los ves en el metro transformados en otras personas, te persiguen bastante. Cuando hablo de esta toxicidad, ellos dos lo eran entre ellos, pero lo eran hacia mí. Sí, tuve muchos problemas, tanto es así que durante meses no pude escribir más ficción porque es un libro que me dejó…
¿Te absorbió?
Me dejó anímicamente tocado y me hizo daño. Explicar cómo eran los hombres hace 15 años entre ellos y con las chicas, en un contexto muy concreto que yo había conocido a través otras personas, pensaba que era una cosa aparentemente divertida, irónica. Y resulta que era un viaje al infierno.
¿Esto te privará de que en un futuro decidas aventurarte en el mundo de la novela otra vez?
No me puede privar porque tengo esta enfermedad que se llama volver a escribir, que hace que siempre haya una historia en un estadio incipiente o más acabado, pero entonces lo que tengo que decidir es si lo termino del todo o dejo que se queme para siempre.