Público
Público

El Insulto Ziad Doueiri: "La causa palestina ha sido sobreexplotada"

Entrevista al director franco-libanés Ziad Doueiri, cuya película 'El Insulto', boicoteada por el movimiento antiisraelí, acaba de ser nominada a los Oscars como mejor película extranjera.

Una mujer en un campo de refugiados en Beirut. REUTERS

Andrea Olea

Al otro lado de la pantalla, Ziad Doueiri gesticula con énfasis, debatiéndose entre la alegría por la reciente nominación de El Insulto a los Oscars (por primera vez en la historia, un filme del País del Cedro se encuentra entre los finalistas a los premios de la Academia) y la indignación por el veto del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones contra Israel) a sus películas. En una entrevista por Skype desde su casa en París, Doueiri (Beirut, 1963) se explaya en su concepción del cine y arte, al tiempo que se despacha contra quienes le han puesto en la lista negra por rodar su anterior filme en Israel... sin tan siquiera haber visto el metraje.

Veinte años después de filmar su ópera prima West Beirut, considerada como uno de los mejores relatos de la guerra civil libanesa (1975-1990), el director franco-libanés vuelve a abordar el conflicto, esta vez, desde sus consecuencias. Inspirada en una anécdota personal del propio Doueiri, El Insulto narra el desencuentro entre Toni (Adel Karam), cristiano dueño de un taller mecánico y partidario de las ultraderechistas Fuerzas Libanesas, y Yasser (Kamel El Basha), refugiado palestino capataz de obra que remodela la calle del primero en Beirut. Lo que empieza como una simple disputa áspera por un asunto banal, pasa a mayores según los ánimos van encendiéndose: un insulto, una excusa fallida y un puñetazo acaban dando pie a un juicio que degenera en crisis nacional.

"Toni, de la comunidad cristiana y falangista, y Yasser, de la comunidad palestina, que vive como refugiada desde hace muchos años en un país que no es el suyo, al que se le niegan tantos derechos... los dos, con sus posturas y sus prejuicios, son muy representativos de su medio, de su clase", explica Doueiri. La dignidad el honor -esa noción omnipresente en el mundo árabe- y al final, el orgullo personal de "dos personajes que son totalmente opuestos y sin embargo, en el fondo, se parecen mucho", desatan el tsunami.

El filme evidencia las heridas no cicatrizadas, y cómo las tensiones interconfesionales e identitarias siguen latentes 30 años después del fin de la guerra en este pequeño país enclavado en Oriente Medio, en el que cohabitan 18 religiones y donde, de un total de 6 millones de habitantes, 1,5 son refugiados sirios y 174.422 más, palestinos.

El cineasta aborda la humillación diaria que viven los palestinos, pero también se atreve a abordar otros aspectos prácticamente silenciados del conflicto fratricida, como las matanzas de cristianos. "Crecí en una familia que siempre los había culpabilizado, que pensaba que ellos eran los malvados, y los palestinos, las víctimas", explica. "Pero la vida es más que eso, no hay solo buenos y malos. Sentí curiosidad por saber que había ocurrido en el otro lado, porque siempre me ha interesado hablar con 'el adversario'. Y resulta que a ellos también los masacraron, que también llovieron bombas sobre sus cabezas".

Ziad Doueiri posa a su llegada al tradicional almuerzo previo a la entrega de los Premios Óscar 2018. EFE/MIKE NELSON

Ziad Doueiri posa a su llegada al tradicional almuerzo previo a la entrega de los Premios Óscar 2018. EFE/MIKE NELSON

Doueiri se crió en la zona musulmana de Beirut, dentro de una familia de clase media-alta y progresista suní, acérrima defensora de la causa palestina; en 1982, siete años después del inicio de la guerra civil en Líbano, se marchó a estudiar cine a Estados Unidos, donde vivió durante casi dos décadas. Allí se convertiría en el primer ayudante de cámara de Quentin Tarantino, con quien trabajó en películas como Reservoir Dogs o Pulp Fiction. Tras casarse con una libanesa cristiana (con la que ha co-escrito El Insulto y El Atentado, y de la que hoy se está separando), en 2011 se trasladó a París, donde reside en la actualidad, aunque viaja con frecuencia y pasa largas estancias en Líbano. En sus dos últimos filmes, el director ha elegido ponerse "en la piel del otro" y el movimiento antisionista internacional no se lo ha perdonado.

Polémica por filmar en Israel

Fue El Atentado (2013) la película que puso a Doueiri en el punto de mira del BDS, que busca incrementar la presión económica y política sobre Israel para acabar con la ocupación de los territorios palestinos. La cinta narra la historia de un prestigioso cirujano árabe israelí que ve su vida derrumbarse cuando descubre que la autora de un brutal ataque suicida es su propia esposa. Basado en el libro homónimo de Yasmina Khadra, el filme relata la búsqueda personal del médico para entender sus raíces, y los motivos detrás de lo que él y todos los que le rodean, consideran incomprensible. En la película, como en el libro, se expone como pocas veces la visión de las dos partes del conflicto a través de quienes lo viven a diario. Sin tomar posición a favor de los palestinos o de los israelíes, muestra el clima social de paranoia, desconfianza, miedo por un lado, e incomprensión y sentimiento de injusticia por el otro, que acaba determinando la postura de una y otra sociedad.

Doueiri tuvo que comparecer ante un tribunal militar y los cargos fueron retirados al día siguiente

En una nueva muestra de la esquizofrenia del Estado libanés, que ya había presentado El Insulto como candidata a los Oscars, el pasado 10 septiembre las autoridades detuvieron al director en Beirut, por haber rodado parte de El Atentado en Israel y haber trabajado con actores israelíes (Líbano prohíbe a sus ciudadanos pisar ese país, con el que aún se encuentra técnicamente en guerra desde el conflicto entre ambos en 2006). Doueiri tuvo que comparecer ante un tribunal militar, y aunque los cargos fueron retirados al día siguiente, cuatro meses después sigue sin poder contener su rabia. "El gobierno se vio presionado por el BDS y otros idiotas, como el diario Al Akhbar (diario libanés de izquierda y pro-Hizbolá), que me llaman colaboracionista. Están llevando a cabo una campaña fascista contra mí: cuando atacas a un cineasta, atacas la libertad de expresión", se indigna.

Doueiri dice posicionarse "al 200 % contra la ocupación israelí" y contra la declaración de Jerusalén como capital de Israel, y aunque se muestra de acuerdo con el objetivo del movimiento BDS de liberar Palestina, "¿hacer que me detengan? ¿que se prohíban mis películas? Que me demuestren cómo, con eso, están ayudando a Palestina", arguye.

En el contexto de su profesión, el director defiende su derecho a "rodar donde quiera, con quien quiera, y hablar con quien quiera". "¿Qué harías si te dijera que, ahora, con la crisis de Catalunya, en tanto que española no puedes hablar a los catalanes?", se exaspera.

Del movimiento antiisraelí, el director ha dicho que "el problema es que para ellos no hay matices, cuando para mí todo son matices". Durante su época en Estados Unidos, Doueiri conoció e intimó con israelíes que le hicieron "desmitificar al enemigo sionista". "Conocí a gente como tú y como yo, en contra del fanatismo, liberales, que no estaban de acuerdo con su gobierno, que querían tender puentes", explica, lamentando que cuando se trata de Palestina todo tenga que ser "blanco o negro" y criticando la hipocresía del mundo árabe en este conflicto. "En Líbano, por ejemplo, la causa palestina ha sido sobreexplotada. Todo el mundo la defiende cuando conviene a sus intereses, y cuando no, se la pasan por el forro".

En El Insulto, Doueiri también aborda el oportunismo político sobre esta cuestión, escenificándolo en los virajes electoralistas de un diputado local ante el altercado que va tomando tintes bélicos conforme se celebra el juicio. En la cinta, también toca otras enfermedades endémicas de su lugar de origen, como el fanatismo sectario o la corrupción.

"Nuestros políticos están jodiendo el país", declara Ziad Doueir

"Nuestros políticos están jodiendo el país", declara sin ambajes. Ante la situación actual de Líbano, una olla a presión permanente, y que vivió en diciembre su última crisis política mayor por la dimisión sorpresa del primer ministro Saad Hariri, el cineasta se siente dividido. "Tengo sentimientos encontrados. Amo Líbano, pero a veces uno se cabrea cuando ve que el país tiene tanto potencial y toma tantas malas decisiones..."

Ante las elecciones generales que tendrán lugar en mayo y la reciente aparición de partidos por primera vez no confesionales, como Beirut Madinati o Sabaa, se muestra esperanzado. "Creo que es necesario que la sociedad civil tome el poder. Hay que apoyarlos". Aunque no está en contra del pacto nacional que en Líbano obliga a que el presidente sea cristiano maronita, el primer ministro, suní, y el presidente del parlamento, chií, solo pide "que la persona que llegue al poder sea la más cualificada. No quiero que un ministro X sea elegido solo por ser suní o chií, sino porque conoce su trabajo y no es un corrupto ni un idiota".

Finalmente, y pese a tocar temas tan controvertidos, el director insiste en defender su visión del arte por el arte. "Yo no me reinvidico portavoz de nada, mi cine no es activista, ni en un sentido ni en otro, no busco provocar", alega. "Mis películas funcionan porque hago cine sincero, porque es un oficio que amo".

El filme que llevará a Líbano a los Oscars lleva en cartelera en su país desde su estreno en septiembre, cosechando un gran éxito de público. "Cuando la gente vea mi película, solo quiero que la discutan, que piensen que es buena o mala, que se hagan preguntas, que debatan. A veces, el espectador es más sofisticado y profundo que el propio cineasta".

El Insulto se estrena en cines de España el próximo 9 de marzo.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?