Dubravka Ugresic es una de las pocas escritoras que no hacen de su identidad su sayo. Esta croata de 60 años se exilió de su país hace 16 por 'motivos políticos': la acusaron de 'antinacionalista, enemigo público y bruja', por anunciar en voz alta su oposición a la guerra entre serbios y croatas. Desde entonces, se ha dedicado a la docencia, a sus novelas y en estos momentos vive en Holanda, desde donde escribió la mayoría de los artículos cortos recopilados en No hay nadie en casa (que acaba de publicar Anagrama).
Si alguien puede ver vacío en la palabra 'identidad', es ella. 'La identidad es un chicle que puedes masticar, estirar y hacer globos con él. Si no tienes nada más, la identidad étnica y nacional podría significar algo para ti', reconoce a Público.
No hay nadie en casa es un híbrido en el que también entran ensayos más largos y otros encargos literarios. Es una puesta en escena, en breve y en directo, de la propuesta ideológica de una autora que ya no reconoce su hogar. Dice que viaja cambiando de país como de zapatos. 'Por lo general un par de zapatos me dura un año. El país lo dejo sin gastar', escribe.
A Ugresic le gustaría calificar a su nuevo libro como el resultado de un género mixto. 'Algunos escritores inventan un género; otros siguen los géneros existentes; otros los derriban; los hay que inventan el suyo propio, y los hay que trabajan géneros intermedios', explica. Los aficionados a sus desaires y a su acidez verán que no ha perdido músculo.
Tampoco consulta el manual de lo político y correcto en las entrevistas: 'Los ensayistas tienden a resbalar en el papel 'de profetas' autores con voz y voto, que lo conocen todo, pero a mí ese papel no me gusta. De ahí que cambie el tono y me disfrace de un narrador menos absoluto para ser omnisciente', reconoce. Basta con recordar aquel maravilloso Gracias por no leer (La Fábrica), en el que se convirtió en un narrador gruñón.
'¿Aforismos? Los odio. Si encontraste alguno, señálamelos porque los borraré inmediatamente en la segunda edición del libro'. Ahí va uno: 'Para saber más de una persona, pídele que te enseñe su jardín'. Otro: 'Las palabras sirven para traducir el dolor humano a la lengua de la enfermedad'. Más: 'Los que se dan más golpes de pecho en su identidad son los que no tienen nada más'. Cada cual mejor. Su capacidad de síntesis es endiablada al hablar de los dolores contemporáneos: 'El hombre se ha vuelto más impaciente, más descarado y más agresivo a la hora de alcanzar sus sueños', escribe.
Ugresic es dura con nuestros sueños, esperanzas e ilusiones, que nos hacen creer que vivimos en el paraíso. Y es justo todo lo contrario: 'Vivimos en la época de la apatía: la apatía política, apatía perceptiva, apatía de los sentidos, apatía mental. Todos sufrimos el síndrome de fatiga, porque terminamos agotados de tanta información, de la velocidad, de la cultura basura, de la carencia de valores, del entretenimiento convertido en político y lo político convertido en entretenimiento, y tantas otras cosas'. Dubravka Ugresic es una carabina infalible, incansable, que exagera imágenes para provocar la ira del lector y su incomodidad mora.
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