La historia de cómo el franquismo quiso exterminar el sindicalismo de clase
La exposición '1001 para la libertad: el proceso 1001 contra la clase trabajadora', de la Biblioteca Nacional, recupera la historia de cómo diez sindicalistas de Comisiones Obreras fueron detenidos y juzgados por el franquismo.
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madrid, Actualizado:
Eran los Diez de Carabanchel. Como los Cuatro de Guildford, como los Siete de Maguire. Al sumar todas las condenas, salían 162 años de cárcel. Sonaba más a un consejo de guerra que a un juicio con garantías. El franquismo quiso dar un golpe al movimiento obrero y sindical y terminó señalado en todo el mundo.
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La década de los setenta comenzó agitada en España. En 1970 se contabilizaron un total de 1.595 huelgas, cuando solo cuatro años atrás la cifra anual fue de 179. Esta agitación también se trasladó al antifranquismo, que comenzaba a presentar batalla a través de la militancia más joven. Ese fue el caldo de cultivo para el ya histórico Proceso 1001. El franquismo quiso, sin éxito, sentar un precedente contra el movimiento obrero.
El 24 de junio de 1972, la Coordinadora General de Comisiones Obreras fue detenida durante una reunión en una residencia de los frailes Oblatos, en Pozuelo de Alarcón (Madrid). El objetivo de la convocatoria era aprobar un documento llamado Sobre la unidad del movimiento obrero de masas, un extenso escrito enfocado a definir las líneas del sindicato, sus afinidades y sus líneas de trabajo.
Pero la Brigada Político Social, con Saturnino Yagüe al mando, irrumpió en la reunión y las personas al mando de CCOO fueron detenidas. Dicen que Marcelino Camacho ya estaba acostumbrado a estos arrestos y acompañó con calma a las autoridades. También dicen que Paco el Cura —así le llamaban— se revolvió un poco más y terminó con la cara ensangrentada.
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Sus nombres eran Marcelino Camacho, Eduardo Saborido, Francisco García, Nicolás Sartorius, Juan Muñiz, Fernando Soto, Francisco Acosta, Luis Fernández, Miguel Zamora y Pedro Santisteban. Una exposición en la Biblioteca Nacional de España (BNE) recoge en una de sus salas el proceso, los movimientos de solidaridad que se organizaron por todo el mundo y la defensa de sus casos.
Carme Molinero, comisaria de la exposición y catedrática en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Barcelona, analiza las características únicas de esta historia: "El Proceso 1001 es un símbolo. Fue capaz de generar campañas de solidaridad extraordinarias. La más grande durante el franquismo. Hubo movimientos de apoyo hasta en Australia, los migrantes españoles fueron clave. Se puso de relieve que diez dirigentes de un movimiento sindical fueron condenados por actividades legales en cualquier país de nuestro entorno. La solidaridad cargó de legimitidad a un movimiento obrero en expansion dentro de España e hizo disminuir la legitimidad exterior del régimen".
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Los trabajadores de todo el mundo y sus organizaciones quisieron apoyar la causa, principalmente antes del juicio. El sindicalismo italiano empatizó con los presos, así como incluso formaciones políticas como Democracia Cristiana. La ola llegó hasta EEUU y figuras como Angela Davis y Noam Chomsky quisieron mostrar su apoyo a los sindicalistas. "La campaña de solidaridad con los Diez de Carabanchel duró hasta que todos los detenidos estuvieron en libertad. Se crearon hasta comités de solidaridad", recuerda Mayka Muñoz Ruiz, de la Fundación 1º de Mayo.
Tras dos años de juicio, el 27 de diciembre de 1973 fueron condenados con penas que iban desde los doce años hasta los 20. Se les acusó, sin pruebas, de buscar "la mutación por la fuerza de la vigente estructura estatal" y de promover métodos violentos. Esta vez, el franquismo se topó con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, publicada en 1948, donde se reconocía la libertad de reunión. Naciones Unidas, en 1966, ya había reconocido el derecho de toda persona a sindicarse. Las filias de CCOO con el Partido Comunista bastaron para que la Justicia franquista fuera aplastante contra los sindicalistas.
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El lugar donde todos fueron a parar durante el juicio fue la cárcel de Carabanchel, de ahí el sobrenombre con el que se les conocía. La detención fue en junio de 1972 y la vista oral fue en diciembre de 1973. Fue entonces cuando el Tribunal de Orden Público dictó sentencia y los Diez de Carabanchel fueron condenados. Los testigos de la época aseguran que las penas no iban a ser tan contundentes, pero el asesinato de Carrero Blanco, que se produjo durante el inicio de la vista oral, condicionó la sentencia impuesta por el juez, José Francisco Mateu Cánoves, exintegrante de la División Azul y parte del Tribunal de Orden Público desde su creación. Unos años después, en 1978, murió a manos de ETA.
Con los sindicalistas encarcelados, la defensa de los hombres —donde figuraba Cristina Almeida o Jaime Sartorius entre otros— logró elevar la causa al Tribunal Supremo, que rebajó considerablemente las penas de algunos de los presos, medida que bastó para que Acosta, Santiesteban, Zamora y Fernández salieran de prisión. Los otros seis quedaron presos hasta la Ley de Amnistía de 1977, impulsada durante la Transición. "Fueron personas que destacan la figura del sujeto anónimo. Son importantes no tanto por su singularidad, sino por lo que representaban. Eran la nueva generación de obreros", asegura Carme Molinero.
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Hay quienes se comieron seis años de prisión por reunirse y pensar mejoras para las condiciones de los trabajadores. La solidaridad tuvo su impacto, pero el franquismo supo dañar a estos hombres. El 1 de enero de 1974, recién juzgados, los Diez de Carabanchel escribieron una carta conjunta que llamaba a luchar contra la dictadura de Francisco Franco. "Los gobernantes franquistas se equivocan si piensan que podrán atemorizar a los que luchamos por nuestros derechos", juraba la misiva. Comenzaba 1974 y, como un augurio, esta decena de sindicalistas vio venir que ese año sería en el que los trabajadores saldrían a la calle con la mayor de las fuerzas. 2.300 manifestaciones por toda España, 700.000 personas implicadas, 14 millones de horas en huelga. La juventud española tenía planes y la dictadura no entraba en ellos.