De qué hablamos cuando hablamos de plagio
Radiohead demandan a Lana del Rey por una melodía que a su vez es de The Hollies. La copia de la copia se ha disparado en tiempos de constante reciclaje melódico. El debate está servido: ¿latrocinio u homenaje?, ¿qué es realmente original?
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madrid, Actualizado:
La polémica sobre el presunto plagio de Lana del Rey a Radiohead pone de nuevo sobre el tapete —y ante un juez— esa fina línea que separa conceptos como copia, apropiación, inspiración u homenaje. En disputa tenemos una secuencia de acordes, la del Get Free —corte que cierra el último disco de la neoyorquina— que remite de forma cristalina al Creep de Radiohead, himno noventero que, a su vez, coquetea armónicamente con el Air that I breath de The Hollies, parecido más que razonable por el que los de Oxford tuvieron que incluir en los créditos como coautores a Albert Hammond y Mike Hazlewood.
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Dejando a un lado cuestionamientos morales sobre si es ético o no que Yorke y los suyos demanden a Lana del Rey por algo en lo que ellos mismos incurrieron, lo cierto es que, pese a la similitud entre dos supuestas melodías, no hay una frontera clara que permita dictaminar hasta qué punto estamos ante un ejercicio de despiadado latrocinio melódico o, por el contrario, ante una elogiosa revisitación. El reciclaje, como apuntó en su día el crítico británico Simon Reynolds, se ha apoderado del pop desde los años ochenta. La voracidad capitalista acelera el uso —y abuso— de modas, estilos y canciones añejas. El resultado, en todo caso, es un incremento en el número de causas judiciales por plagio.
¿Está agotada la música pop?, ¿son los creadores cada vez menos originales?, ¿se encargan las redes sociales de airear los parecidos melódicos razonables? Sea como fuere, sucede que llegado el litigio, la jurisprudencia establece dos reglas básicas altamente interpretables: que haya una copia sustancial de la obra y que se finja ser el autor de la misma. Según Iban Díez, abogado especializado en propiedad intelectual en Gómez-Acebo & Pombo, “el gran debate radica en determinar si una obra musical de consumo rápido como puede ser el pop es capaz de seguir siendo original, ya hay estudios que muestran hasta qué punto las similitudes entre melodías se han incrementado en las últimas décadas y el nivel de originalidad se va reduciendo”.
Pero más allá de ese hipotético agotamiento, estamos ante un terreno abierto a las subjetividades. Qué entendemos —o qué puede entender un juez— por copia sustancial de una determinada obra musical es algo opinable. “El perito en cuestión analiza las dos canciones en base a unas consideraciones puramente subjetivas. Se tiene en cuenta, por ejemplo, si esa copia refleja la personalidad o el estilo de un determinado autor, pero también aspectos como el azar o la casualidad, como sería el caso de supuestos plagios creados por un autor en otra parte del mundo”.
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Y cómo hace un autor para dirimir si eso que ha pergeñado no ha sido ya creado por otro. El músico y productor Brian Hunt nos da algunas claves: “Utilizo como referencia dos canciones: Twist and shout y La Bamba. Si te fijas son temas muy parecidos, comparten el mismo patrón, pero al mismo tiempo son fácilmente diferenciables; ahí está la clave”. Curiosamente, Hunt y su banda Templeton, vieron cómo una canción suya —La gran ciudad, incluida en su tercer disco, Rosi, de 2014— era fusilada sin piedad por los mismísimos Arcade Fire en Everything Now, primer single del último trabajo de los canadienses. ¿Casualidad o copia?
Hunt lo tiene claro: “Creo que fue una cuestión de azar, sin más. Es fácil decir que te han copiado pero, seamos honestos, no creo que Arcade Fire sepan de nuestra existencia”. Con todo —confiesa el productor— el descojone fue memorable: “Pusimos en Facebook que con un millón cada uno nos callábamos… La broma se fue haciendo cada vez más grande y llegó al New Musical Express”. Pero más allá del chascarrillo, la anécdota de Hunt evidencia hasta qué punto las redes amplifican y propagan un supuesto caso de plagio, algo impensable hace apenas unos años.
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En efecto, en la aldea global poco o nada nos es ajeno. El grado de interconectividad hace que no sólo nuestra capacidad de comparar melodías aumente, sino que también lo hace nuestra mochila de influencias, un equipaje de gigas y gigas de percepciones que asimilamos —y plasmamos— de forma inconsciente. Una vorágine de inputs de la que es muy complicado sustraerse y que, como explica el músico y abogado vigués Amaro Ferreiro está en la esencia del proceso creativo: “Todos nos copiamos un poco los unos a los otros, todos bebemos de lo que ya se ha hecho, ¿acaso no va de eso un poco la cosa? En el mundo del hip hop las canciones tienen hasta cincuenta autores diferentes. Creo que se puede llegar a un resultado igualmente original usando los acordes de toda la vida, como mezclando trozos de algo que ya existe”.