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'Groupies', 'playboys' y Lady Gaga: el narcisismo antes de Instagram

Luis de León Barga escribe sobre los narcisistas contemporáneos antes de la aparición de las redes sociales.

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Catherine James, Gunter Sachs y Lady Gaga. — 'Narcisistas contemporáneos' (Fórcola) / @ladygaga

madrid, Actualizado:

Vivimos en tiempos de narcisos, aunque la fuente o el espejo son hoy las redes sociales. Ególatras y aficionados al prefijo auto —autocomplacientes y con una desbordante autoestima—, los enamorados y pagados de sí mismos han existido siempre, si bien Luis de León Barga ha acotado su investigación a los narcisistas contemporáneos, groupies y playboys, quienes en su día tomaron el testigo de los dandis.

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"El narcisismo es una ideología triunfadora en estos momentos, transversal e interclasista, que abarca todos los espacios y va unida al discurso de las nuevas tecnologías y las redes sociales, una prolongación del individualismo", explica a Público el escritor, consciente de que esta sociedad fomenta de forma indirecta el narcisismo cuando, según él, te anima a buscar tu identidad y a afirmarte.

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Ahora cualquiera puede camelar a sus coetáneos a través de las pantallas, pero Barga se preguntó cómo lograron despuntar aquellos narcisos que no eran cantantes, ni actores, ni artistas, sino simples personas sin trascendencia "ni una caja de resonancia en los medios de comunicación". Hablamos de la segunda mitad del siglo XX, cuando todavía no existía internet y, más allá de la radio y la televisión, mandaba el papel cuché.

Entonces, al calor del rock, surgieron las groupies en Estados Unidos. Fervientes admiradoras de cantantes y bandas, como Pamela des Barres y Catherine James, quienes plasmaron sus experiencias por escrito. La artista Cynthia Plaster Caster, en cambio, recurrió a la escultura para dar cuenta de aquellos años, inmortalizando en yeso el pene de Jimi Hendrix y de otros músicos que se prestaron al molde.

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Ojo, porque del mismo modo que ellas eran narcisistas, también podrían serlo sus objetos de deseo, léase Dylan, Bowie, Plant o los miembros de bandas que arrastraban a multitudes, como The Rolling Stones. "Al igual que muchos narcisistas abusivos, Jimmy Page sentía que era un privilegio para los demás estar con él y satisfacer sus caprichos, incluso sexuales", escribe Barga sobre el guitarrista de Led Zeppelin.

Su visión de las groupies, en cambio, es positivo: "Fueron verdaderas mujeres libres, cuando el feminismo no estaba asentado y jugaban en un campo adverso, porque nada era más machista que el rock. No iban a por el dinero y su objetivo tampoco era casarse con un artista, sino vivir a tope la experiencia y el momento, así como afirmarse. Les gustaba la música, la vida y lo que preconizaban esos grupos, aunque luego la realidad fuese otra".

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Entiende, pues, que las groupies fueron "uno de los motores de la liberación femenina" de los años sesenta y setenta, que no buscaban un "intercambio mercantil sexo-dinero" y que su función no solo era sexual. Así, Keith Richards, guitarrista de los Stones, escribía en sus memorias: "Ellas se portaban básicamente como enfermeras. Te lavaban la ropa, te bañaban y todas esas cosas".

Una relación, a juicio de Barga, coyuntural y propia del momento, "a cambio de nada", porque no se trataba de una "cuestión material, como sucedería hoy en día". Para entender mejor un polémico fenómeno plagado de zonas de sombra, en el que también entraban en juego las drogas, hay que remitirse al libro Narcisistas contemporáneos: Groupies, playboys y nocturnidades (Fórcola), que el autor presentará este jueves en la Feria del Libro de Madrid.

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"Cumplía también con un sueño narcisista que alcanzaba su clímax con la fama compartida, el espejismo de poder y seducción que la rodeaba y una vida de excesos y fiestas. Que la mencionaran en alguna canción suponía conquistar la gloria", escribe Barga. "Al narcisismo de las groupies les bastaba mirarse en el espejo de sus vidas con la satisfacción del sueño cumplido [...]. Lo que se buscaba por ambas partes era un intercambio de poderes y placeres".

El autor insiste en que hay que enmarcarlas en el contexto de liberación sexual: "Supusieron una transformación antropológica importante debido a que hubo un cambio respecto a la tradicional pasividad femenina en cuestiones de sexo, pues ellas adoptaron la actitud contraria y tomaron la iniciativa. No había ninguna contraprestación económica. Eran mujeres que aceptaban irse con un artista que les gustaba, por diversas razones que alimentaban su narcisismo, como la fama y el poder, aparte de las musicales".

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Finalmente, Barga también documenta su evolución, pues con los años algunas pasaron a ser la principal fuente de ingresos de la pareja y otras terminaron convirtiéndose en estrellas de la música. "Las primeras estaban sometidas al engranaje industrial del rock, muy machista, pero consiguen pasar de un narcisismo vicario a ser figuras de primer orden y a tener a sus propios hombres", explica en referencia a Marianne Faithfull, ​​Debbie Harry (Blondie) o Chrissie Hynde (The Pretenders).

Y aquí entramos en el narcisista por excelencia, el playboy, aunque valga para ambos esta cita del libro: "La mujer narcisa, como el hombre, necesita saberse deseada en todo momento, y lo importante para la groupie no era tanto el nombre (ya que todos eran músicos conocidos) sino con cuántos entablaba relaciones. El valor de cambio en la sociedad de consumo es la cantidad y el narcisismo contemporáneo, ya lo hemos dicho, invita a sumar".

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También el playboy necesitaba acumular conquistas, aunque no debe confundirse con el gigoló, que era un simple mantenido. "En cierto modo, el playboy vino a ser un dandi de masas donde el valor de la imagen no se medía por la admiración que generaba en un ambiente reducido, sino en una portada de la prensa rosa con foto a página completa. Esta era la gloria a la que aspiraba su narcisismo innato", escribe Barga.

Porfirio Rubirosa o Gunter Sachs son dos ejemplos. Pícaros y astutos, los playboys podían tener dinero y/o apellido, por lo que el objetivo de ligarse a una ricachona o a una famosa no era tanto el dinero, como estar en el candelero. "Es una evolución del donjuán, la afirmación narcisista total. El playboy depende de la conquista y de que tenga eco, por lo que se lo contaba a todo el mundo y luego los tabloides se hacían eco", explica a Público el autor del libro.

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Sin embargo, no era un oficio fácil, añade Barga, pues debía tener diversas habilidades y mucho tiempo libre, al margen de un físico envidiable y cierta formación y cultura. Cuando lo dejó, la descripción de la actriz francesa Danielle Darrieux, segunda mujer de Rubirosa, no fue tan amable: "Casarse con un playboy se parecía a una noche de fuegos artificiales: una vez vistos y admirados, solo cabía volver a casa".

Ellos también se retiraron. Unos lo hicieron a tiempo, cuando se dieron cuenta de que ir persiguiendo a muchachas mientras se apoyaban en el bastón era patético. Otros languidecieron en las revistas del corazón hasta convertirse en una caricatura de sí mismos. Barga, en cambio, habla de "un tipo de masculinidad terminal que está en progresión". Es decir, el playboy ha muerto, pero se ha reencarnado en nuevas figuras, no solo masculinas.

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"Su espíritu ya no existe, porque la sociedad está muy mercantilizada y el intercambio de valores ha variado. Hoy un playboy pondría precio a sus saberes y a sus historias", cree el escritor. "En cambio, la masificación y la aparición de las redes sociales está provocando el surgimiento de microcosmos. Habrá millones de hombres y mujeres que tengan conquistas, pero no habrá una figura central de la que todo el mundo hable. Hay mucho ruido y todo dura muy poco".

Como tampoco existen las groupies, pues según el autor de Narcisistas contemporáneos a las admiradoras ahora les resulta más fácil acceder a sus ídolos, comenta en su libro: "Lo que buscan estos seguidores no es tanto convertirse en sus ayudantes, cuidarlos, conseguirles drogas o encamarse con ellos, sino hacerse una foto lo más cerca posible para subirla a su cuenta de Instagram. De este modo satisfacen su narcisismo frente a sus propios seguidores, sean cien o mil".

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Y aquí llegamos a Lady Gaga, la narcisista contemporánea por excelencia, a juicio de Barga, quien considera que la artista, una "mujer empoderada", ha tomado el testigo de los modelos masculinos. Solo que su ecosistema ya no es la prensa del corazón, sino internet. "Ha conseguido lo más difícil: mantener la atención durante más de una década reciclándose acorde con su estilo y su música, pero también mediante un engranaje muy bien construido en las redes sociales", escribe.

Acosada en la infancia, Barga cree que Lady Gaga, cuyo modelo es Andy Warhol, "necesita ser amada más que nadie". Aquel rechazo provocó que buscase afianzarse por sí misma, añade, hasta que consiguió cimentar su imagen y sobresalir por encima de los demás. "Ahora, ella es la figura dominante y son los hombres quienes están en una postura subordinada. No tiene pareja y juega a ser la versión actual de los antiguos playboys. Las relaciones la distraen y su afirmación de la identidad está por encima de cualquier cosa".

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Luis de León Barga, quien también repasa en su libro los escenarios nocturnos de los narcisos, del Bocaccio barcelonés al Berghain berlinés, considera que las redes sociales han contribuido a expandir el narcisismo. "Un fenómeno que, desde el punto de vista psicológico, es una actitud, pero en una sociedad capitalista también es una ideología. El problema surge cuando se convierte en una patología basada en manipular a los demás, porque el objetivo es la afirmación por encima de cualquier principio o valor".

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