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Franco entre vampiros

Antonio-Prometeo Moya funde en un libro el género fantástico con la Guerra Civil

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"Sin duda, quien marchaba a la cabeza, montado en un soberbio elefante, era aquel al que llamaban generalísimo Franco. El rey se había ido, la República se había estancado definitivamente y ahora llegaba él. A su lado cabalgaba la Muerte y el Infierno iba en la grupa con ella. Los generales marchaban detrás". Pocas palabras bastan para describir la horda de la barbarie y la destrucción a su paso por los pueblos en plena Guerra Civil, con centauros desnudos, compañías de cíclopes, las hidras de cien cabezas, dragones, langostas

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Una vez confirmado el hecho de que, a base de multiplicar novedades editoriales, la Guerra Civil se ha erigido en género literario entre los escritores y lectores de España, hoy llega la primera novela fantástica inspirada en el conflicto. Antonio-Prometeo Moya (Montiel, Ciudad Real, 1949) firma Escenas de guerray miedo en España (Berenice), un intachable ejercicio de verosimilitud en el que funde dos códigos que, a priori, son incapaces de convivir: el fantástico y el realista. Y en plena batalla. El resultado, con sus vampiros, licántropos, zombis, monstruos, torturas, fantasmas, decapitados y brujas, es una novela cruel, grotesca y extraordinariamente real.

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"Mi idea era literaria. No quería una novela ideológica"

Qué asusta más: ¿un chupasangre o un delator? El logro del libro es situar en el mismo plano esos dos escenarios irreconciliables. Al relacionar los elementos fantásticos en la retaguardia de los últimos días de la Guerra Civil ha demostrado, una vez más, que el desastre tuvo dimensiones sobrenaturales. Los dos personajes a los que el autor hace pasar por los encuentros más esperpénticos son incapaces de desvincular de la matanza sangrienta el absurdo de unas escenas increíbles.

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"¿Qué era aquel matadero? ¿Una cárcel secreta a cargo de un ser demoníaco que torturaba, descuartizaba y practicaba el canibalismo entre los no combatientes? Absurdo especular al respecto. Los horrores de una guerra no tienen más causa y razón que la propia guerra", escribe Moya para certificar que todo es posible en los acontecimientos exagerados de una guerra.

"La literatura fantástica pone a prueba la verosimilitud"

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"Mi idea era puramente literaria. No quería una novela ni ideológica ni histórica. Yo viví en la época en la que pequeños comisarios políticos te exigían que fueras realista. Lo que no servía para la propaganda, no servía para nada. Te perseguían si cultivabas la imaginación", recuerda Antonio-Prometeo Moya, autor que tras un sonado inicio de su carrera literaria en los ochenta, con cinco novelas, cae en una mudez total durante 20 años. Hace cinco años regresó con el excelente Últimas conversaciones con Pilar Primo (Caballo de Troya), en el que desmanteló implacablemente a la creadora de la Sección Femenina falangista, en unos falsos encuentros transcritos como reales.

"De algún modo, con Escenas de guerra debía demostrarme que la fantasía podía ser más efectiva que el código realista. Lo que logra la literatura fantástica es poner a prueba la verosimilitud, la parte más básica de la lectura", explica. Y lo consigue. Los personajes, en su viaje, se preguntan una y otra vez: "¿Es esto real?". La guerra hace posible la monstruosidad.

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"Esta yuxtaposición de códigos crea una dimensión alegórica de los errores de la guerra". Con la fantasía, como queda demostrado, también se puede hacer memoria histórica. Pero Moya dice no haber pretendido una lectura sociológica. ¿Este tipo de ejercicios permite cerrar heridas? "No lo sé, de momento, permite liberar fantasmas", responde.

"No sé si este ejercicio cierra heridas, pero libera fantasmas"

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Otra virtud, en una narración con medidos contrapuntos y énfasis, es abrir y cerrar la novela con los retratos más reales de la guerra. Los personajes en estos dos capítulos están en el frente y Antonio-Prometeo Moya se muestra insaciable en la profusión de detalles escatológicos, cercanos a la imagen de Goya en sus Desastres (1810-1815) y a la Iliada de Homero. "A otro lo alcanzó cuando se revolvía en el suelo y sólo consiguió atravesarle la mejilla; la bayoneta le traspasó la cara y le salió por el otro carrillo, dejándole sin dientes y sin lengua, y abriéndole una boca monstruosa, de risa de reptil", escribe al recrear la batalla de Peñarroya, la última y menos conocida de la guerra.

"Quería que hubiese guerra fuerte desde el principio del libro", cuenta Moya. La acción se traslada inmediatamente a la retaguardia, pero en el paladar queda la barbarie. Y al cierre, más guerra ¿o no?: "Madrid era un cementerio poblado de gritos. De las tumbas, de los escombros, de los túneles del metro, de los pozos, de los ojos de los puentes, de los agujeros más profundos salían grupos de resucitados aullando, vestidos de negro, caras demacradas, ojos que reflejaban el terror de las persecuciones, los bombardeos, el hambre, la incertidumbre".

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