guadalajara
Hay festivales que ponen en el mapa a la localidad que los acoge, véase por ejemplo el Sonorama de Aranda de Duero. Y otros que te invitan a descubrir (o redescubrir) la ciudad que pisan, como nos ha ocurrido este fin de semana con Guadalajara y el festival Gigante. Una urbe rodeada por autovías, siempre de paso entre Madrid y el nordeste, pero con mucha riqueza arquitectónica y humana en sus calles, plazas y terrazas. Esas que el sábado por la mañana se llenaron de la música de algunos artistas, que abandonaron unas horas el recinto del estadio de la Fuente de la Niña para acercarse más a los alcarreños.
Ya en el estadio destacaron varios grupos y cantantes durante los tres días del Gigante. El jueves la reina fue Rozalén, que comenzó su concierto recordando que esta ciudad es “parte de su historia” porque sus padres vivieron en ella muchos años. Llenó el escenario principal -siempre acompañada por una intérprete de lengua de signos-, como lo está haciendo en casi todos los puntos de su gira veraniega. Antes había saltado como invitada al concierto del Colectivo Panamera y Rayden apuntando que los escenarios “están para compartir, no para competir”. También hubo momento el jueves para el pop más melódico de Cooper, que llegaba con el nuevo trabajo ‘Tiempo, Temperatura, Agitación’. El cantante leonés ya ha anunciado que se retirará en otoño después de 35 años de carrera musical.
El viernes se presentaban como cabezas de cartel Sidecars y Zahara, pero los situados en la segunda línea se reivindicaron más y se quedaron con el trofeo. Este fue el caso de La Habitación Roja, que desde el principio puso toda la carne en el asador, a diferencia de la mayoría de los grupos, que reservan los platos principales siempre para el postre. Por su setlist desfilaron sus conocidos temas ‘Voy a hacerte recordar’, ‘Indestructibles’ o ‘Ayer’, muy coreados por un público que ya a esa hora llenaba la pista, pero siempre con espacio suficiente para evitar un apretujón no deseado.
Sidecars hizo lo propio un poco más tarde, ya entrada la noche en la ciudad castellana. Se nota que es una banda que funciona como un tiro gracias al buen engranaje del trío fundador (Juancho, Gerbass y Ruly), a los que acompañan otros músicos de dilatada carrera. No defraudó a los espectadores, que llegaron a pedir más minutos de actuación. Más solitaria dentro de los escenarios siempre se presenta Zahara, que ofreció un concierto con garra y fuerza pop, pero menos trascendente. Le falta algo para que sus letras sean conocidas para la mayoría del público.
A falta de conocer las cifras del último día, la organización prevé que el número de visitantes al Gigante ronde los 19.000
La sensación de la jornada fue la actuación de Ladilla Rusa, la banda de electropop del momento, formada por Tania Lozano y Víctor F. Clares. Desde que estrenaron en marzo el single ‘KITT y los coches del pasado’, cuyo videoclip ha superado el millón y medio de visualizaciones en Youtube, no paran de hacer ‘sold out’ allá por donde pasan, tanto en salas como en festivales como el Sonorama. Con sus característicos sonidos tecno-rumbas al estilo Camela pero con letras tan de coña como Las Bistec, en el Gigante también dejaron su impronta con temas como ‘Macaulay Culkin’ o ‘Bebo (de bar en peor)’. A destacar también del viernes las entregas de Embusteros, Floridablanca y Glotón.
Sábado gigante
Un festival indie por excelencia como el Gigante no podría dejar de llamar este año a Depedro y Second. El primero, que ha anunciado el lanzamiento de su nuevo disco ‘Érase una vez’, animó con sus positivas canciones a un público variado pero algo escaso durante el ocaso. Más éxito de asistentes obtuvo Second, que ya de noche supo trasladar toda esa fuerza que derrochan Sean Frutos y su equipo. La terna la completó Shinova, el grupo vizcaíno que lleva diez años en la carretera pero que empezó a ser conocido a partir de 2014 gracias a su disco ‘Ana y el Artista Temerario’. Su actuación en Guadalajara fue correcta pero no hizo vibrar a un gentío quizá ya cansado tras los botes que dio con Carlos Sadness.
El cantante barcelonés fue la estrella de la noche del sábado. No hizo nada especial o distinto a otros conciertos. Llegó, soltó la melena al viento, incorporó la palabra Guadalajara en algunos de sus temas, dijo algunas frasecitas (intrascendentes) entre canción y canción y se dejó querer por los asistentes. Nada que no hiciera cualquier otro artista en su situación. Pero el público estaba eufórico con Sadness. Se conocían todas sus canciones e incluso bailaban los temas más tristes. Muchos seguro que habían venido solo a verle a él. Lo sabía y lo aprovechó.
Esa pasión es la que le faltó a gran parte de los asistentes al concierto de We Are Scientics, la atracción internacional del festival. Los estadounidenses no llenaron pero hicieron una actuación muy completa y guitarrera.
Además de las actuaciones en los dos escenarios principales, el Gigante también dedicó un espacio para los artistas emergentes, algunos de ellos locales como el grupo The Veroñas; y otro, el Vibra Mahou, para mezclas de temas indies del momento al mando de un pinchadiscos. Se trata, por tanto, de unos de los pocos festivales sin música electrónica rayante a última hora de la noche. Eso es bien.
Un festival de andar por casa
A falta de conocer las cifras de este último día, la organización prevé que el número de visitantes al Gigante ronde los 19.000, con un impacto en la ciudad de más de un millón de euros. Un festival, por ende, mediano y cómodo para poder moverse entre escenarios. Sin apenas aglomeraciones (ni en barras, ni en servicios, ni en pista), salvo tras acabar el concierto de Carlos Sadness, se convierte en un festival asequible en distancias y también en precios, ya que los abonos no llegaban a 50 euros para tres días de festival.
Sin apenas aglomeraciones, se convierte en un festival asequible en distancias y también en precios
Además, el Gigante está abierto a todas las edades. Predominaban los veinteañeros, pero también había quien veía de niño ‘El coche fantástico’ y más allá. Los menores podían pasar acompañados de sus padres y los niños de menos de 8 años entraban gratis, con una zona infantil habilitada para ellos. Los mayores de edad contábamos con césped artificial en la zona de conciertos, que cubría lo que son las pistas de atletismo de la ciudad. Precisamente, esta ubicación es la que cada año enfada a los deportistas de la provincia y que enfrenta a los partidos políticos locales.
Otro punto de crítica al festival ha sido la prohibición de acceso al mismo con bebida y comida, tal y como ha vuelto a denunciar Facua, una ilegalidad que cometen casi todos los promotores de macroeventos de este estilo y que las autoridades locales no impiden. Otra cuestión a mejorar para el año que viene es la escasez de transporte público para volver a Madrid, algo necesario teniendo en cuenta que una parte de los asistentes llegan desde la capital. Solo habilitaron un autobús, cuando la única otra opción tras el cierre solo es un Cercanías a dos kilómetros del estadio. Apuntes para un festival acogedor que quizá no quiere crecer ni que se llene de matritenses, sino mantener ese espíritu trascendente de lo pequeño.
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