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Estimado Stalin, écheme del país

Las dramáticas cartas de los escritores Bulgákov y Zamiatin al dictador muestran un Estado de represión y censura que les prohíbe publicar novelas

PEIO H. RIAÑO

Para Stalin, la producción de almas fue mucho más importante que la producción de tanques. 'Nuestros tanques son inútiles cuando quienes los conducen son almas de barro', arenga a 40 escritores rusos el dictador durante un encuentro en la suntuosa mansión de Gorki, en 1932. Once de ellos no sobrevivirían a las depuraciones. Había que alimentar las almas de la revolución con letras hinchadas de épica y orgullo, había que olvidarse de la libertad creativa. Era el momento dela propaganda.

La producción y transformación de aquellas almas era un asunto de suma importancia para Stalin, que llegó a definir a los escritores como 'ingenieros del alma', tal y como recogió el escritor y periodista holandés Frank Westerman. El modelo debía ser la fiel representación de la realidad sobre el desarrollo de la Unión Soviética. Gorki se encargó de articular lo que se dio en llamar el realismo soviético y de enfrentarlo como programa literario al resto del mundo: no a Joyce, no a Proust, no a todo aquel que no escribiera para las barricadas. No a los autores con burguesía: 'Nuestros dirigentes son nuestros maestros y amigos, nuestros camaradas en el sentido pleno de la palabra'.

Tanto Mijail Bulgákov (1891-1940) como Evgeni Zamiatin (1884-1937) debieron creerse las palabras de Gorki al pie de la letra y escribieron directamente al 'maestro' Stalin para levantar la censura que asfixiaba sus novelas y teatro. Una actitud ingenua muy peligrosa. No hubo represalias contra dos de los escritores disidentes más famosos del momento, dos autores tercos como Daniil Charms, AnnaAjmatova o Joseph Brodsky.

Ambos, abocados al silencio en la Unión Soviética, piden a Stalin que los expulse de su país o que se les conceda el permiso de abandonarlo para poder desarrollarse como autores en el extranjero. Creían en su libertad y en su autoría, no creían que fueran útiles a la revolución y se atrevieron a decírselo por carta. En 1930, Bulgákov argumenta en una prodigiosa misiva que reconoce su posición: 'La lucha contra la censura, cualquiera que sea, y cualquiera que sea el poder que la detente, representa mi deber de escritor, así como la exigencia de una prensa libre'. Lo dicho, inconsciente y peligroso.

'La lucha contra la censura representa mi deber de escritor'

Unas líneas más adelante, en la carta recogida en el libro que la editorial Veintisiete Letras recupera con el título Cartas a Stalin, se describe como un 'ferviente admirador de la libertad', y que si algún escritor intentara demostrar que la libertad no le es necesaria, 'se asemejaría a un pez que asegura públicamente que el agua no le es imprescindible'.

Por si no bastara, enumera unas cuantas virtudes de su proyecto literario, que no hacen más que echar leña a la hoguera antirrevolucionaria de Bulgákov: que prefiere destacar con negros y místicos tintes las 'innumerables monstruosidades de nuestra vida cotidiana'; que el 'veneno que impregna mi lengua' servirá para acompañar a su profundo escepticismo contra el proyecto revolucionario; que su país está atrasado y se decanta por la 'Gran Evolución' (pacífica). En el contexto de 1930, eso era tocar lo más sagrado de la ideología soviética. ¿Audacia o desesperación?

El autor de El maestro y Margarita opta por el ostracismo antes que el silencio. 'Le pido que considere que, para mí, el no poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo'. Con notable ingenio, en unos párrafos previos, se ha calificado de incapaz para escribir una obra que alabe las virtudes del proyecto revolucionario.'Sé a ciencia cierta que no seré capaz de componer un escrito semejante'.

Más aún, acepta los insultos que desde hace diez años lanza la prensa soviética sobre su obra: le llaman 'hijo de puta' en unos versos, se le dice que 'está afligido por una chochez de perro viejo', se le presenta como un 'barrendero de la literatura, ocupado en recoger las sobras de una mesa después de haber vomitado en ella una docena de invitados'

El autor de El maestro y Margarita opta por el ostracismo antes que el silencio

Ha optado por el cinismo para conseguir dejar atrás las prohibiciones. Recuerda a Stalin que en sus álbumes de recortes de periódicos tiene 301 reseñas aparecidas en sus diez años de trabajo literario, 'tres eran laudatorias, 298 hostiles e injuriosas'. 'La prensa soviética, y junto con ella todas las instituciones que están encargadas del control del repertorio, se han dedicado, unánimemente y con extraordinaria cólera, a demostrar que las obras de Mijail Bulgákov no pueden existir en la Unión Soviética. Y tengo que declarar que la prensa soviética tiene absolutamente toda la razón', escribe.

Apenas tres semanas más tarde Bulgákov recibe una llamada telefónica del propio Stalin, o de una voz que dice ser él. Aquella famosa conversación tendría una importancia capital en la vida y obra del escritor, porque a pesar del extenso e inteligente argumentario que le ha hecho llegar por escrito, tiembla y se arrepiente con Stalin al otro lado de la línea. La conversación acaba con un Bulgákov cobarde y sumiso, que acepta un puesto en el Teatro de Arte y quedarse en la tierra que no le deja publicar lo que escribe.

Precisamente, ese momento es clave en la adaptación que el dramaturgo Juan Mayorga hizo de esta correspondencia que leyó en francés e inglés. 'Me interesó la figura de un escritor que se consagra a escribir para un único lector. Me asombró el número de cartas y la calidad con la que estaban escritas. Por eso trabajé sobre la fantasía de la renuncia de Bulgákov a escribir ficción, para encontrar la carta definitiva capaz de conmover al tirano', recuerda el Premio Nacional de Teatro. Las compañías Ur Teatro y La tejedora de sueños representan estos días Cartas de amor a Stalin (que será traducida al ruso este año).

De hecho, la conciencia crítica de Bulgákov acaba completamente colonizada por Stalin y en 1931 reconoce en una de sus últimas cartas:'Mi sueño de escritor consiste en ser recibido personalmente por usted'.

La prensa califica a Bulgákov como 'barrendero de la literatura'

Con una llamada ahorró el intenso trabajo que Gorki desarrolló durante décadas. El encargado de retener las ínfulas creativas de los escritores, mantuvo a raya al colectivo y acabó con las rencillas y con sus disidencias, levantó la revolución léxica y cerró unos resultados monstruosos entre los años 1938 y 1939: el órgano central de censura, el GlavLit (creado en 1922 por Lenin), que él presidía, retiró 7.806 obras 'políticamente perjudiciales' de 1.860 escritores. 4.512 títulos fueron reciclados y en total fueron destruidos 24.138.799 ejemplares.

Uno de los casos más sangrantes fue el del escritor Boris Pliniak (1894-1938), renovador que ofrece una imagen apocalíptica de la Revolución rusa en sus novelas y al que se acusa de ser agente de Trotski. Pliniak trata de rehabilitarse y salvar el pellejo de la forma más sumisa, amenazado por las represalias: escribe una novela de inspiración socialista-realista El Volga desemboca en al mar Caspio. Apuesta por lo seguro: la construcción de diques, la navegación, la irrigación, la lucha titánica de un ingeniero soviético contra un saboteador. La novela lo tiene todo para librarle de la muerte. Sin embargo, vuelven a arrestarle acusándole en esta ocasión de espionaje al servicio de Japón y preparación de acciones terroristas. Los agentes del NKVD confiscan la máquina de escribir dePilniak, una Corona, que será aportada como 'material incriminatorio'. Pero el escritor se inculpa.

En el juicio, que dura 15 minutos, se declara culpable y en la oportunidad de la última palabra explica su escarmiento: 'Sí, mi cautiverio me ha cambiado. Me he convertido en otra persona. Quiero vivir y trabajar. Me gustaría tener delante una hoja de papel para escribir sobre ella algo útil en beneficio del pueblo soviético'. No hay vuelta atrás. El juez ordena ejecución inmediata.

El compañero de fatigas en que se termina convirtiendo Stalin en las cartas de Bulgákov no aparece en las de Evgeni Zamiatin. Este se muestra tajante y directo: la privación de la posibilidad de escribir contribuye un castigo mortal, asevera. No puede continuar trabajando en esa situación de represión y quiere abandonar el país.

'Sé que tengo la mala costumbre de decir [...] lo que creo que es verdad'

Es consciente de lo que se está jugando desde su primera carta, escrita en junio de 1931: 'Sé que tengo la mala costumbre de decir en un momento determinado, no lo que podría ser provechoso, sino lo que creo que es verdad. Particularmente, nunca he ocultado mi actitud ante el servilismo literario, el vasallaje y la hipocresía: consideraba y sigo considerando, que eso rebaja tanto al escritor como a la revolución'.

Gracias a Gorki, y sin aclarar las razones, Zamiatin tendrá la autorización para abandonar el país. Aunque en la carta dudaba de las condiciones de vida en el extranjero, dejó claro que debía abandonar el país que le había sentenciado a muerte como escritor. Y aduce un motivo definitivo para conseguir el permiso: la necesidad de recibir un tratamiento en el extranjero para una 'antigua enfermedad crónica, la colitis'.

El Exilio
“Sé que aquí, debido a mi costumbre de escribir según mi conciencia y no por mandato alguno, se me considera un escritor de derechas; mientras que allí [en el extranjero], por esta misma causa, tarde o temprano me tildarán probablemente de bolchevique”, escribe Zamiatin.

La persecución
“Se organizó una persecución sin precedentes en la literatura soviética, mencionada incluso en la prensa extranjera: se hizo todo lo imaginable para cerrarme cualquier posibilidad de continuar con mi trabajo. Comencé a dar miedo a mis antiguos camaradas, a las editoriales, a los teatros. Quedó prohibida la distribución de mis libros en las bibliotecas”, cuenta con franqueza Zamiatin a Stalin.

El diablo
“Así, la crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética. escupir al diablo se considera una buena acción y nadie se priva de hacerlo, de una forma
o de otra”, Zamiatin se lamenta del rechazo pactado contra su obra.

Teléfono rojo
El 18 de abril de 1930, Stalin telefoneó al escritor Bulgákov, tras leer la carta que el autor le había mandado a finales de marzo. Este dormía y al principio creyó que se trataba de una broma. Elena Serguéievna, tercera mujer del escritor, relataría la entrevista de la siguiente manera:
- ¿Mijail Afanásievich Bulgákov?
- Sí.
- El camarada Stalin va a hablarle.
- ¿Qué? ¿Stalin? ¿Stalin?
- Sí, le habla el camarada Stalin. Buenos días camarada Bulgákov.
- Buenos días, Iosif Visarionovich.
- Hemos recibido su carta. La hemos leído con los camaradas. Va a recibir usted una respuesta positiva… Y, quizá… ¿quiere marcharse al extranjero, no es eso? ¿Verdaderamente está harto de nosotros?
- Últimamente me he planteado reiteradamente la siguiente pregunta: ¿puede un escritor ruso vivir fuera de su patria? Y me parece que no.
- Tiene usted razón. Esa es también mi opinión. ¿Dónde quiere usted trabajar? ¿En el Teatro del Arte?
- Sí, me gustaría; pero no he recibido más que negativas.
- Presente una solicitud. Me parece que esta vez la aceptarán. Tendríamos que reunirnos para charlar.
- ¡Oh, sí Iosif Visarionovich! Tengo que conversar con usted.
- Sí, habrá que encontrar un momento apropiado para eso. Y ahora, adiós y enhorabuena.

Entregado a la causa
“Usted me dijo: ‘Quizá necesite usted realmente viajar al extranjero’. A mí nunca me ha mimado nadie con palabras. Alentado por esa frase he trabajado a conciencia durante un año como realizador en los teatros de la URSS”, le contaba Bulgákov entregado un año después. 

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