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A Tarantino no le caen bien los hippies. Esos puñeteros hippies que aparecieron en los sesenta por todos los rincones de Los Ángeles. Carne de cañón de sectas como La Familia liderada por Charles Mason. Símbolos, por lo menos para él, del final de la época de los estudios en Hollywood y del comienzo de una nueva era en el cine estadounidense. Y, absolutamente imperdonable, vándalos que desplazaron para siempre a los protagonistas de las series estrella de la televisión.
Esa ojeriza, el amor incondicional al cine, aquella época concreta en la que Hollywood se dio la vuelta -1969, Los Ángeles- y su admiración sin límites por los diferentes oficios de la ficción tras la cámara, reunidos en Érase una vez en… Hollywood, han rentado en un glorioso festín de cine. La novena película del cineasta de Tennessee es mucho más que un homenaje al cine o un ejercicio de nostalgia por lo que era y dejó de ser Hollywood o un lamento por todos a los que ha ido dejando atrás. Es una de las autobiografías menos convencionales que nadie haya rodado.
Todo lo que Quentin Tarantino ha vivido, las referencias con las que ha crecido, lo que ha conformado sus gustos, todo lo que admira, lo que ha visto desaparecer… lo que le divierte y lo que le aterroriza… está en Érase una vez en… Hollywood. Una película en la que el cineasta ha disfrutado a lo grande –y se nota- burlando las expectativas de la crítica y del público. Ésta no es una película con sobredosis de adrenalina, los diálogos no son nada tarantinianos, la estructura narrativa no busca la armonía, es bastante insólita en su cine.
El spaguetti Western
Es un juego de asimetrías estudiadísimo y, por supuesto, intencionado, que refleja la original aleación social que se producía en Hollywood en la época retratada. Allí vivían uno al lado de otro, jardín con jardín, estrellas venidas a menos con los más grandes cineastas del momento. Allí todo era posible… hasta que todo cambió.
Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) tiene su mansión en Hollywood. En los 50 fue un popularísimo actor de la serie Bount Law, un western televisivo. Ahora en 1969 ha pasado de moda y lleva ya demasiados años haciendo el papel de villano. Su mejor amigo es Cliff Booth (Brad Pitt), su doble en los buenos tiempos y hoy una especie de asistente personal. Sus nuevos vecinos son Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polanski (Rafal Zawierucha), el célebre director de La semilla del diablo (1968).
El éxito y el fracaso juntos. Y con éste último, esos sueños no realizados. Los del Rick Dalton, lloriqueando, literalmente, por las esquinas desde que le dicen en voz alta que se le está acabando el tiempo. El agente Marvin Schwarzs (Al Pacino) ha visto sus antiguas películas. Su futuro, le asegura, está en los spaghetti western en Italia y España. Momento que Tarantino aprovecha para rendir homenaje al romano Sergio Corbucci y al madrileño Joaquín Romero Marchent, además de la dedicación ya en el título a su adorado Sergio Leone. "¿Quién te a zurrar la semana que viene?" pregunta a Rick, que, como buen villano, siempre pierde en las películas que hace.
Flacos y andróginos
"Es oficial, soy una vieja gloria". Y ya no deja de gimotear. "Los actores principales eran hombre guapos, un poco robustos, que iban siempre con un peine en el bolsillo para colocarse el tupé", explicó el cineasta en una charla de tres horas con el podcast Pure Cinema. "Les sustituyeron unos tipos de pelo largo, andróginos, como Michael Sarrazin, Peter Fonda, el joven Michael Douglas, flacos y andróginos. Arlo Guthrie protagonizaba películas, los hijos hippies de personajes famosos protagonizaban películas…"
Menos mal que Rick tiene a su lado a su amigo Cliff, el personaje de esta película. Ese doble de cine que reparte patadas nada menos que a Bruce Lee fuera del set de rodaje es el tipo que vive en esta ficción uno de los sueños de infancia del propio Tarantino. Fascinado por La Familia y por Mason desde pequeño, el cineasta explicó en Cannes que la secta "vivía en el rancho Spahn, en el que acompañaban a los turistas a dar paseos a caballo, conocían a los visitantes por su nombre de pila... Mi madre nunca me llevó, pero he fantaseado con aquel lugar realmente horripilante".
Seguramente, si Quentin Tarantino hubiera ido al rancho (donde antes se habían rodado tantos westerns para televisión) en ese 1969, poco antes de los asesinatos de Sharon Tate, sus tres amigos y el joven estudiante que estaba con ellos, hubiera sentido el peligro que percibe ahora Cliff Booth cuando aterriza allí. Él es el héroe de esta película. Un hombre con un insistente y siniestro rumor sobre su pasado, luchador entrenado, espectacular doble de cine, arriesgado piloto y buen amigo de su amigo. Vive en una caravana detrás de un autocine con su perra pitbull y se pega, en el momento cumbre de la película, un genial viaje de ácido.
El lado oscuro
"Cuando se produjeron los asesinatos de Manson, Estados Unidos vivía la época del amor libre, había nuevas ideas, el cine estaba cambiando. Y esos hechos, la trágica pérdida de Sharon y de otras personas, fue algo que lo cambió todo y aún hoy lo recordamos con horror –dijo en Cannes Brad Pitt-. Ese momento trágico subrayó el lado oscuro de la naturaleza humana". Por cierto que la gran incógnita de cómo Tarantino ha abordado los crímenes es solo una de las sorpresas que esconde la película y que no se deben desvelar.
Sí se puede advertir del magnífico momento de Brad Pitt (Cliff Booth) en el rancho Spahn. Fantástica secuencia que no es la única de este banquete de cine. DiCaprio (Rick Dalton) regañándose y amenazándose a sí mismo en un rodaje, Margot Robbie en el cine disfrutando del público que se ríe con su interpretación; Kurt Russell a las órdenes de su mujer, Damian Lewis en un momento brillante como Steve McQueen, Mike Moh (Bruce Lee) dando la chapa a los técnicos de rodaje… Ello junto al rosario de referencias y guiños cinematográficos que hay en la película son el jugo de una historia que empieza con una recreación de la cultura de esos años -la moda, los coches, la música, los productos de la época- y la presentación de personajes y que va avanzando hasta un divertidísimo y ocurrente final. Este sí, muy tarantiniano.
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