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Entrevista a Víctor Sampedro "Todos los recortes de libertades que se aplican en Internet acaban siendo traducidos después a las calles"

La esfera pública digital es el hábitat natural del catedrático de Periodismo, Víctor Sampedro. En esta entrevista aporta una lúcida visión sobre las graves amenazas que se ciernen sobre la Red y por ende sobre la propia democracia, entre ellas, la monopolización del discurso, la proliferación de noticias falsas o el decreto que regula los cierres web arbitrarios.

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Víctor Sampedro.

madrid,

Entrevista publicada originalmente en Praza.gal, realizada el 8 de noviembre

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Las redes digitales se han convertido ya en plataformas electorales decisivas, en herramientas que acogen campañas de movilización y desmovilización de alcance decisivo, en campos de batalla que son propiedad -además- de megacorporaciones como Google o Facebook. A la vez, hace años que determinados países -a los que cada vez más se está uniendo España- apuestan por un control más férreo de los derechos y libertades en Internet. Todo, en un contexto en el que nuestras pantallas negras recogen una parte cada vez más importante de nuestras relaciones sociales que, en el proceso, se han ido empobreciendo. Las utopías digitales (la red como conversación, como espacio de colaboración, como campo de libertades) pierden peso ante dinámicas que se encuentran en su reverso.

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Víctor Sampedro, catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política (URJC), lleva años trabajando estas cuestiones en obras como Opinión pública y democracia deliberativa: medios, sondeos y urnas; La Pantalla de Las Identidades: Medios de Comunicación, Política y Mercados de Identidad; El cuarto poder en red: por un periodismo (de código) libre; o la reciente Dietética Digital. Para adelgazar al Gran Hermano.

En octubre comenzó a impartir en el CGAI de A Coruña un curso en el que un grupo de docentes de enseñanza secundaria profundizan en cuestiones de pedagogía digital contenidas en Dietética Digital. Posteriormente, este grupo de docentes trabajarán con alumnos de 3º de ESO a 1º de BAC o Formación Profesional de diez centros de enseñanza de toda Galicia, ahondando en las dinámicas y reflexiones extraídas en las formaciones del CGAI para poder, a su vez, debatirlas con otros alumnos del mismo centro. El objetivo es que los propios alumnos tomen conciencia de su papel ante la tecnología y se conviertan en prescriptores para otros compañeros. Hablamos con él.

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¿Cómo valoras el decreto aprobado hace dos semanas por el Gobierno que facilita el cierre de páginas web sin orden judicial en base a una supuesta "amenaza grave e inmediata para el orden pública"?

Este decreto es completamente inapropiado. Modifica por decisión de un Gobierno en minoría y en funciones leyes fundamentales que deberían ser reguladas por una mayoría de dos tercios del Parlamento, como una Ley Orgánica. Es, además, una ley hecha en período electoral, alterando las reglas de juego democrático. En tercer lugar, la decisión se produce en una situación de crisis y no hay nada peor que regular derechos en una situación de crisis. 

Todos los recortes de libertades que se aplican en Internet acaban siendo traducidos después a las calles. El futuro apunta a un camino muy peligroso, que ya estamos viendo desde hace un tiempo. Porque este decreto se aplicó ya, sin estar siquiera aprobado, el 1 de octubre de 2017 en Catalunya. El decreto es indicativo de una judicialización creciente de las expresiones de disenso y protesta, una judicialización que se produce además con interferencias constantes del poder político sobre la justicia. Llama la atención, finalmente, la inconsciencia por parte de medios y periodistas sobre la interferencia y el perjuicio que esto tiene sobre su trabajo.

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Da la impresión de que no hay una respuesta firme a este y a otros recortes de libertades por parte de la sociedad, sobre todo cuando el telón de fondo es Catalunya. ¿A qué crees que se debe esto?

Arrastramos desde hace mucho tiempo una cultura política, o incultura podríamos decir, muy peligrosa. Cuando hace unas semanas un grupo de personas nos autoinculpamos por el tema de los Jordis, nos costó mucho sumar 30 firmas. Estamos en ese punto de 'primero fueron a por los judíos, pero yo no era judío'. Y los judíos de la política española han estado siempre muy claros: el vasco abertzale y el catalán secesionista.

En el caso concreto de la libertad en las redes sociales, da la impresión de que tampoco ha habido en los últimos años una defensa de la libertad de expresión como un derecho absoluto, sino que desde cada bando se aplaude la censura al bando contrario y se denuncia únicamente cuando 'uno de los nuestros' es el perseguido.

La libertad de expresión debe traducirse siempre en la defensa de esa libertad de expresión para aquellos con los cuales no estás de acuerdo, en asumir que haya discrepancia y que puede haber cosas que no te van a gustar. Pero en este país se reclama únicamente la libertad de expresión para tu altavoz, para la gente de tu bando y se niega por completo la del contrario. Y, además, cuando eres tu el atacado lo más habitual es hacerse la víctima.

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El caso más claro de esto último es el de VOX. Grupos como VOX hacen pasar como censurados o perseguidos lo que son contenidos hegemónicos (por ejemplo el discurso machista) o que están presentes en las élites y en los sectores más reaccionarios. Y valiéndose de ese argumento se presentan como víctimas, buscan adquirir una legitimidad que no tienen.

¿Hasta qué punto debemos estar preocupados por el ascenso de VOX y de sus ideas?

El peligro es que aquellos que representan las instituciones las han degradado hasta tal límite que un grupo que invoca un pasado negro, que era rechazado por la mayoría de la población, puede ahora llegar a monopolizar la agenda de los partidos de derechas y a censurar y condicionar mucho la del PSOE. No es que 'pasarán' o 'no pasarán', es que ya han pasado.

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VOX ha tenido el mayor apoyo mediático que un partido extraparlamentario y además situado fuera de la Constitución ha recibido nunca en este país. Por ejemplo, siendo invitado a los debates electorales o a programas de máxima audiencia como El Hormiguero. Creo que no somos conscientes de lo que está sucediendo. Tú imagina que VOX hubiese tenido la mitad de la crítica mediática, de las investigaciones policiales y judiciales que persiguieron a Podemos desde el minuto cero de su aparición. Pero la realidad fue muy distinta.

Uno de los fenómenos de comunicación política que está adquiriendo más fuerza en los últimos años es la utilización de estrategias de movilización o desmovilización del voto a través de las redes sociales, en ocasiones incluso con campañas de bandera falsa, como acabamos de ver en las últimas semanas en España. Parece que es un fenómeno que aún no ha llegado a la política española con la fuerza que tuvo, por ejemplo, en Brasil, Reino Unido o Estados Unidos, pero que es creciente.

La comunicación política ya no pone en comunicación nada, ya no apela a ninguna comunidad, es puro marketing político. Todo lo que aparece en una pantalla, todo lo que emite desde un púlpito con representatividad, lo que hace es actuar como un troll, con escenificaciones que llaman la atención y con un mensaje que pretende ser informativo, pero es publicitario. Porque esa es la lógica de estos entornos digitales: atrapar la atención y generar división. Y eso es lo que importa, con independencia de que estén debilitando la democracia. Ya está pasando. Esto, además, sólo lo pueden hacer aquellos que tienen dinero suficiente, de ahí que el peligro sea mayor.

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A este peligro se añade el enorme poder que le hemos dado a megacorporaciones como Google o Facebook, que llegan casi a monopolizar las redes y lo que en ellas se emite, incluso la información o los mensajes políticos.

La dejación de responsabilidad por parte de los usuarios es total y absoluta. Seguimos devorando algoritmos que están destrozando a nuestras democracias, seguimos sin preservar nuestra identidad digital y sin preservar nuestros datos. Somos víctimas propiciatorias simplemente por la ventaja de poder utilizar unas herramientas que pensamos que son gratis. Pero también los poderes públicos tienen su responsabilidad: ellos fueron los primeros en alimentar el poder de estas estrategias y no hicieron nada por limitar su tamaño y alcance. E, igualmente, los medios y los periodistas son rehenes de estos procesos.

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¿Cómo podemos combatir las fake news?

La única forma de combatir las fake news es crear un entorno comunicativo que ofrezca aquello que las fake news niegan: evidencias contrastadas, argumentación lógica y una ética de depuración y limpieza de la esfera pública: es decir, a nosotros no nos pueden hablar aquellos que mienten, que nos engañan o que son unos incompetentes. Cuando el periodismo ofrezca este espacio, podremos dirigir allí a la gente, y acordar qué puntos tenemos en común, qué puntos aceptamos y cuáles no.

El problema de las fake news es que viene de muy atrás: antes de haber Internet, una parte del periodismo ya era fake. Se componía de noticias prefabricadas, o procedentes de tramas ocultas, de intereses espurios o que intentaban intoxicar a la opinión pública con certezas que no eran tales.

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Da la impresión de que la efectividad y el poder de estas campañas se ve incrementado por llegar a la ciudadanía a través de redes sociales (Facebook) o incluso redes personales (grupos de Whatsapp) que aparentan ser espacios personales o semi-personales (mis amigos) en los que la gente levanta menos filtros y controles para protegerse de la propaganda o de las mentiras.

En el siglo XXI ninguna libertad o derecho que no tenga su plasmación digital va a poder ser efectivo. La ciudadanía o es digital o no lo es. Y una ciudadanía realmente digital debería superar la condición de cliente o consumidor, pero esto no está sucediendo. Los mismos nativos digitales son puros analfabetos digitales, y por supuesto todos los demás también. Es imposible que haya democracias sin crear previamente ciudadanos digitales. Pero vamos en el camino contrario y lo que hacemos es alimentar estas maquinarias de extracción de datos que están degradando nuestros entornos personales, colectivos y sociopolíticos.

Otro de los temas que ha llamado la atención en las últimas semanas fue la noticia de que el INE va comprarles a las compañías telefónicas una serie de datos de posición de nuestros teléfonos para la realización de un estudio sobre movilidad. Esto ha reabierto el debate sobre la privacidad, ¿Cómo lo valoras?

Los datos de las encuestas del CIS son públicos. Esto es así porque todos contribuimos a ellas, con nuestros impuestos y también respondiendo a sus preguntas. Los datos son un bien público. Si el INE tiene datos nuestros sobre movilidad, o los hace públicos, no está cumpliendo con su misión.

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Cuando Internet echó a andar como una herramienta social, hace ya unas décadas, lo hizo con unos ideales de colaboración, de democratización del debate, y de rechazo del control público o privado de las redes. Desde luego, el panorama ha cambiado mucho. ¿Qué queda de aquella utopía digital y, sobre todo, cómo puede la ciudadanía reapropiarse de ese espacio y de esas herramientas?

Lo primero que hay que hacer es desconectarse, desconectarse temporalmente para volver a colocar objetivos que estén bajo tu control, objetivos que sean colectivos y que no sean únicamente la autopromoción y el autobombo. Evidentemente esto pasa por un conocimiento, por una alfabetización tecnológica y digital. Y que sea crítica, muy reflexiva, que replantee el uso y las pedagogías que les estamos mostrando a los más jóvenes y también a los mayores. Internet ya no es lo que era, hoy son las grandes corporaciones tecnológicas y las industrias del marketing quienes están controlando las redes y el uso principal que se hace de ellas y también la comunicación política. La regresión queda muy clara cuando uno ve que el 15M surge en parte por una ley antidescargas y ocho años después tenemos aquí una ley mordaza sobre Internet y un 155 digital.

Desde hace unas semanas estás dirigiendo en A Coruña un curso sobre pedagogía digital dirigido a profesorado de secundaria, que después llevará a sus centros y alumnado esos contenidos y debates. ¿Cómo está siendo la experiencia?

La respuesta es fantástica, y mi sorpresa es que sea un curso oficial y que la Xunta esté siendo pionera en esto a través del Centro de Recursos del Profesorado. El hecho de reunirte con 15 maestros que están debatiendo estas cuestiones, al tiempo que muestras capítulos de Black Mirror, para que después lleven estos contenidos y estos debates a sus aulas, es fantástico. Es una muestra de que se pueden hacer muchas cosas y avanzar mucho en este terreno. Lo que hace falta es ganas de hacerlo y percibir la extrema urgencia de abordar estos temas, empezando por los centros de enseñanza.

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