Emiliano Monge: "La desigualdad y la impunidad son las causas de todos los problemas de América Latina"
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La frontera entre la memoria y la imaginación es el territorio donde convergen las obsesiones literarias de Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978), una de las voces más audaces y brillantes de las letras latinoamericanas por la originalidad y calidad estilística de su obra. En esa raya fronteriza se encuentran, se palpan y se devoran memoria e imaginación. Desde que asombrara a crítica y público con una de sus primeras novelas (El cielo árido, 2012), Monge ha ido pisando siempre en arenas movedizas, enfrentándose a un reaprendizaje en cada libro.
Ahora regresa al terreno autobiográfico con Justo antes del final (Random House, 2022), novela en la que retoma la minuciosa y nada complaciente indagación familiar que ya acometiera en No contar todo (2018). Ese libro fue catalogado como una obra de no ficción. Justo antes del final es, sin embargo, para el autor, una novela de ficción basada, si se quiere, en sucesos reales. En cualquier caso, las etiquetas tampoco importan demasiado porque la literatura latinoamericana se dirige, en su opinión, hacia un lugar donde ficción y no ficción tienden a confundirse. Politólogo de formación, Monge, invitado al festival Centroamérica Cuenta que se celebra en Madrid la próxima semana, aborda en una entrevista con Público la compleja realidad política latinoamericana, el Gobierno "fallido" de López Obrador en México, la relevancia del zapatismo en la recuperación de la dignidad indígena o el origen de la llamada polarización de la sociedad.
En su última novela, Justo antes del final, se aproxima de nuevo a sus fantasmas familiares. Es un regreso a la autobiografía que ya exploró en No contar todo.
Antes de escribir No contar todo, si me hubieran dicho que iba a escribir algo autobiográfico, lo habría negado, pero al mismo tiempo las primeras historias en las que pensé tenían que ver con cada uno de mis abuelos. Cuando decido escribir No contar todo, decido también escribir Justo antes del final.
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Fue bastante azaroso cuál iba a escribir primero, sabía que era un proyecto de dos libros, no de uno ni de tres. Y sabía que eran dos libros separados porque en mí mismo está muy escindida la carga paterna de la carga materna. Son libros muy diferentes en la estructura; en el primero hay tres personajes: el abuelo, el padre y el hijo. Acá hay una protagonista única que es la madre. Las voces narrativas son muy diferentes, el lenguaje es muy distinto y en ese sentido, yo siempre intento que cada libro sea completamente diferente al anterior.
¿Entiende entonces el oficio de escribir como un aprendizaje continuo?
Sí, de hecho, cuando acabo un libro trato de alejarme lo más rápido posible de esa historia y al encarar un nuevo proyecto, si veo que afronto un problema con un recurso que ya he utilizado en otra novela, paro y lo descarto. No es una cuestión de ambición literaria sino de mi relación con la escritura. Me enfrento a la escritura como si no lo hubiera hecho antes. La parte que yo gozo y también padezco de la escritura no es tanto el fondo como la forma y creo que es lo que le da sentido a la escritura.
Lo que diferencia principalmente No contar todo de Justo antes del final es que en el primero puse muy clara la frontera de la ficción y la no ficción. Y ahora me permití que eso fuera mucho menos fijo, con vasos comunicantes mucho más abiertos. De algún modo creo que la literatura, sobre todo en Latinoamérica, va hacia ese lugar en el que no es importante qué nace de la ficción y qué nace de la no ficción. Y eso es lo que hace más distinto este nuevo libro.
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La protagonista de Justo antes del final es la madre, una figura atravesada por las violencias machistas y la locura, pero también por los afectos.
Lo que me impacta de la figura de esta mujer de la novela, la madre, es su capacidad de crear no solo un mundo propio sino un universo propio desde la nada. Su primer recuerdo es el frío, que es una especie de soledad, de abandono, de desconexiones emocionales, lo que quiere decir falta de cuidado y quiere decir caos... Y lo que ella construye a lo largo de una vida es el cuidado, el orden, los afectos; es capaz de construir eso y después ofrecérselo a otras personas.
Usted va a participar estos días en el festival Centroamérica Cuenta para hablar sobre un tema que conoce bien: la memoria y la ficción en las historias familiares. Imaginación y memoria están muy presentes en sus libros.
La frontera entre la memoria y la imaginación recorre toda mi obra. Para mí la literatura es un lugar muy chiquito, pero que está justo entre la memoria y la imaginación. Permite un diálogo entre una y otra y permite que una se coma a la otra y la regurgite y viceversa, y creo que en ese encuentro entre memoria e imaginación es donde nace la literatura.
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Creo que el trabajo del escritor de todos los días es parecido a tener una moneda en la que una cara es la memoria y la otra la imaginación y según cae la moneda, ese día trabajamos con uno o con otro material para llegar al mismo lugar. Funcionan además de manera paradójicamente similar; cómo uno se deja llevar por los recuerdos y cómo uno se deja llevar por el acto de imaginar es, en el fondo, muy similar.
La memoria es también la mejor herramienta contra el olvido.
Tiene que ver con lo que decía Hannah Arendt. Una vida que no puede ser contada, ¿qué es? Todos tenemos el derecho al relato, por eso es fundamental el testimonio, y reconocerlo como un derecho humano. Guardar el testimonio es guardar el derecho de todos a una vida digna.
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Usted escribió hace un año un artículo sobre la polémica tras la petición de perdón que López Obrador hizo a España a cuenta de la conquista.
A mí claramente me molesta el discurso absurdo desde ese lugar en el que algunos se creen herederos de los conquistadores. No hay herederos ni de unos ni de otros. Lo que salió de ahí es algo mucho más complejo y mucho más grande. Por otro lado, en ese artículo escribí también contra la idea de solicitar que pidieran perdón, porque el perdón lo tiene que pedir España, pero también el Gobierno mexicano. Es lo que siempre han dicho los zapatistas: ¿Quién puede pedir perdón y quién puede otorgarlo? Y lo importante aquí es eso. La dignidad no está en que vengan a pedir perdón; la dignidad está en si se quiere o no otorgar ese perdón.
El relato dominante sobre esa barbarie ocultó la voz de los pueblos originarios. Con la publicación de Visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla (1959), descubrimos otra forma de entender lo que sucedió a través de los cantos de los poetas nahuas.
La obra de León-Portilla es importantísima, es una de las raíces de una memoria distinta para México. Fue un personaje central, no solo por Visión de los vencidos, sino por muchas obras más, pero quizá mucho más relevante sea la irrupción del zapatismo para que los pueblos originarios se hayan convertido en sujetos políticos. Los primeros discursos del subcomandante Marcos y del Ejército Zapatista son una continuación de Visión de los vencidos, podrían ser los volúmenes siguientes de esa obra. El cambio radica en que esos cantos son emitidos por un sujeto político. Entonces, deja de ser la visión de los vencidos y empieza a ser la visión de los que siguen en disputa. Y eso cambia por completo las reglas del juego. Eso es lo que hace que, en el terreno político, sea más importante el zapatismo que la obra de León-Portilla. Esa memoria se convierte en presente y es por ello mucho más potente políticamente.
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El zapatismo ha sido muy crítico con López Obrador, como lo ha sido también el movimiento feminista. Después de casi cuatro años de mandato, ¿ha decepcionado el presidente a la izquierda en México?
Es muy fácil decir que Andrés Manuel es peor que lo anterior o que es lo mismo que lo anterior. Pero, evidentemente, no es peor ni es lo mismo. El problema es que ya el solo hecho de que nos lo planteemos habla del fracaso que ha sido el Gobierno. Estaba muy fácil hacerlo mucho mejor de lo que lo ha hecho. Es un Gobierno que ha hecho algunas cosas bien, un Gobierno mejor que los anteriores, pero que acaba debiendo muchísimo.
Yo no sé si podríamos decir que es progresista un Gobierno que le entrega el poder a los militares de la manera en que se lo ha entregado el presidente. Hay 100.000 soldados más en las calles desde que López Obrador llegó al poder, el ejército tiene las aduanas, el control de las pipas de gas y de gasolina, el aeropuerto...
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Hay muchas cosas que me hacen pensar que es una pena la oportunidad pérdida: el trato a los migrantes y la militarización son imperdonables, pero también el abandono de enormes sectores de la población durante la pandemia. Hay cosas también muy buenas. Una subida del salario mínimo, por ejemplo, como no había habido en 40 años.
Recorre América Latina una segunda ola de progresismo más pragmática que la llamada marea rosa de principios de siglo. ¿Cree que esta ola puede acometer las transformaciones sociales que precisa la región?
Tengo la esperanza de que los gobiernos de Gabriel Boric en Chile y de Gustavo Petro en Colombia imaginen políticas que claramente no ha podido imaginar la izquierda en Argentina ni en Brasil ni en México. Boric es un caso singular por una cuestión generacional. Es el único dirigente de toda esta ola que se presenta como un líder del siglo XXI. Los demás son del siglo XX y eso ya marca una diferencia. Y en el caso de Petro, creo que hay una enorme distancia entre el presidente colombiano y los demás en voluntad y capacidad política.
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Frente a esos proyectos transformadores, el discurso del odio se extiende por varios países de la región y da lugar a episodios como el reciente atentado contra la vicepresidenta Cristina Kirchner en Buenos Aires.
Es algo que no es nuevo en Latinoamérica, creo que es nuevo en el llamado primer mundo y están muy asustados, pero en Latinoamérica es la forma de hacer política de la derecha desde siempre. Esto que dicen de que Andrés Manuel polariza México, por ejemplo. Un país con la desigualdad de México vive polarizado desde el principio. No se puede no estar polarizado con la desigualdad que hay. En ese sentido, la polarización es el origen de la política en la región. La desigualdad, la corrupción y la impunidad son las causas de todos los problemas de América Latina.