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Las desigualdades perjudican la felicidad

Un ensayo analiza los efectos nocivos de las diferencias entre ricos y pobres

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La felicidad no es sólo para autores de novelas románticas. Desde los grandes filósofos como Epicuro o Kant hasta sociólogos y economistas como Marx intentaron entender por qué el ser humano busca la felicidad como si fuera el último tesoro. Curiosamente, en 1789, cuando el pueblo oprimido de la Revolución echó a patadas al rey, cantaron: "Libertad, fraternidad, igualdad". ¿Y felicidad?

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El secreto de la felicidad resulta estar en la igualdad. Ya se sabe que ser cada vez más rico no hace cada vez más feliz se llama la paradoja de Easterlin, nombre de un economista estadounidense, pero resulta ahora que cuanto más desigual es una sociedad, más negativas para su población serán las consecuencias. Conclusión: la igualdad es el pilar de una sociedad mejor.

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"La competencia entre los individuos es negativa para toda la ciudadanía"

Es la tesis que Richard Wilkinson y Kate Pickett desarrollan en Desigualdad. Una análisis de la (in)felicidad colectiva (Turner Noema), que se publica ahora en España. "Los países en los que existen grandes diferencias entre ricos y pobres se ven afectados de manera negativa, porque se disparan las tasas de violencia, de embarazos de jóvenes no deseados, de población carcelaria; los resultados escolares y el sistema de sanidad empeoran", resume Wilkinson, que pasó la semana pasada por Madrid para dar una conferencia.

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Este profesor de economía británico y su colega llevan más de 30 años analizando los efectos de las desigualdades en países capitalistas, ricos y demócratas. Y han llegado a resultados sorprendentes: Grecia, que no cesa de dar dolores de cabeza a los mercados internacionales, tiene un nivel de vida más bajo que Estados Unidos, pero los griegos viven mejor y más tiempo que los estadounidenses. La razón no es la famosa dieta mediterránea, sino que el país heleno es menos desigual que EEUU.

La igualdad es el pilar de una sociedad mejor, según Wilkinson

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Wilkinson y Pickett van más allá: en las sociedades ricas, la supervivencia no es una prioridad y "las personas en situación de inferioridad están obsesionadas por el desprecio de los demás. En un contexto de competencia, piensan que consumir es la solución para mejorar su estatus social, lo que nos condena a una espiral sin fin de destrucción de los recursos y de contaminación. Nuestro análisis denuncia la lucha entre nosotros, porque valores como la amistad y la cooperación pueden mejorar la salud", analiza Wilkinson.

Sin embargo, escuchar a este profesor no debe llevar a confusión: no aboga por una sociedad socialista o comunista. "Ya conocemos los peligros de un Estado todopoderoso y mis estudios sólo se han planteado en economías de mercado", insiste. Entonces, ¿qué debemos o podemos hacer para que haya menos desigualdades?

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Wilkinson y Pickett proponen tres soluciones: mejorar la redistribución de los impuestos, fortalecer los sindicatos y, sobre todo, buscar "modelos de democracia económica", en los que "los trabajadores también son miembros del comité de dirección, son dueños de la empresa".

El profesor es un científico hasta la última uña. "Vengo de una familia progresista cuáquera, que luchó contra la esclavitud y para la igualdad de género. Pero no soy religioso, creo más en acciones cotidianas para hacer algo con mi vida, interactuar con otras personas". Y confiesa: "La felicidad en sí no es mi objetivo".

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