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Entre cráneos de cristal y cadáveres en la playa

Una mirada oblicua al paisaje de Cannes, convertida en espejo de verdades y mentiras

ANDRÉS PÉREZ

Deslumbran tanto las estrellas, que a veces uno tiene que alejarse de La Croisette. Y alejarse, en Cannes, quiere decir acercarse a la estación. Allí llegan los trenes de cercanías descargando cargamentos de adolescentes pobres de la región, engalanados con lo mejor que tienen, dispuestos a comerse el mundo gracias a un esmoquin raído y un cartelito: Une invitation, svp.

El 99,9% de ellos nunca entrará. Este enviado servidor de ustedes sí, y por eso ya vuelve hacia La Croisette. Por una de las callejuelas que desembocan en el Paseo Marítimo se avista la arena de playa, el mar y la bahía llena de yates. Pero, ¿qué es eso que hay en medio? Unos cadáveres resecos y retorcidos de negros se confunden con la arena. Alucinación: es una pantalla gigante. Urgencia Darfur. Desaparece pronto tanta urgencia, reemplazada por una marca de cosméticos. Qué emoción jolie Angelina.

A la entrada del Grand Hotel, unos gorilas nerviosos bloquean agresivamente a dos periodistas indias vestidas con sari. Al lado, una tienda de campaña al estilo de los indios promocional de Noruega, con dos azafatas blancas disfrazadas de indígenas. Más allá, una peluquería promete peinados afroamericanos para rubias oxigenadas.

Cráneo de cristal, mentira auténtica. Cannes es un téléscopage entre lo verdadero y lo falso.

Fran Gayo, crítico

No es descabellado aplicar al séptimo arte conceptos propios del flamenco como los de 'duende' o 'pellizco', ese algo indefinible que marca la diferencia y singulariza. Y es el único modo además de entender la fuerza que encierra la mirada de los libaneses Khlail Joreige y Joanna Hadjithomas. Su más reciente filme, Je veux voir, se presentó ayer en Cannes con el respaldo de la actriz Catherine Deneuve.

La película es una pequeña joya que levita misteriosa en el limbo entre ficción y no ficción. Je veux voir sigue a Deneuve y al actor Rabih Mroue en un itinerario por las ruinas que los bombardeos de 2006 han dejado como legado único al pueblo libanés. Road movie hipnótica, de aplastante intimidad, el filme mantiene a raya cualquier lugar común o referencia al turismo solidario, tanto por la presencia hierática y desorientada de la actriz, como por una sofisticada e inmediata puesta escena. La película culmina en un plano final absolutamente conmovedor, una sonrisa franca e inédita con la que Deneuve repentinamente parece iluminar la sala.

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