Música Cinco cantantes malditos... felizmente vivos
El Zurdo, Corcobado, Charlie Mysterio, Nacho Vegas y Emilio José han transitado por las carreteras secundarias del cuerpo, el alma o la música. Amenazaron con despeñarse —física, mental o artísticamente—, pero siguen destilando canciones para inmensas minorías. Hablemos de malditismo, pues, como "libertad personal ejercida hasta sus últimas consecuencias".
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madrid, Actualizado:
¿Qué es un maldito? Primera acepción del diccionario de la Real Academia Española: “Perverso, de mala intención y dañadas costumbres”. Segunda: “Condenado y castigado por la justicia divina”. Cuarta: “Que va contra las normas establecidas, especialmente en el mundo literario y artístico”. Por extensión, también en el musical.
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¿Son necesarios otros ingredientes, como el tormento, la introspección, el aislamiento, la autodestrucción o el imán de la oscuridad? ¿Hay que pasar a peor vida para ganarse el título de maldito? Algunos de los que siguen son seres luminosos. O, tras caminar por el lado salvaje de la vida y hacer uso o abuso de sustancias legales y prohibidas, decidieron buscar el interruptor para que se hiciese la luz.
Quizás ninguno de los artistas se sienta identificado con la maldita etiqueta, que aquí no es en absoluto peyorativa. Podrían ser cinco como cincuenta, pero no queda otra que delimitar la finca con algún marco, por lo que sus nombres podrían ser sustituibles e intercambiables. Lo único que los une es que todos están vivos. Queda en manos de otros y otras —periodistas y programadoras musicales— juzgarlos como tales o no.
El Zurdo
“Hace no tanto publicó un disco maravilloso como La Ruleta China. Luego rehízo la banda. Por ahí andaba Charlie Mysterio. Me duele pensar que, por equis motivos, no hemos podido disfrutar de su producción en toda su plenitud”, reflexiona el periodista del Ideal Eduardo Tébar. “Tuve que llevar a cabo toda una labor de investigación y persecución para poder comprar un ejemplar de la película documental El bosque zurdo, interesante trabajo de Pedro Pinzolas para conocer la complejidad de la persona de Fernando Márquez. En los noventa sacó una puesta a punto de sus canciones de la mano de Joe Borsani. Para ti (Lollipop) se llamaba el disco: una pena, un horror”, se lamenta el colaborador de la revista Efe Eme.
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El Zurdo simpatizó, valga la paradoja, con la Alianza Popular de Vestrynge, el CDS de Suárez o el sucedáneo patrio del Partito Radicale de Marco Panella. Su vinculación con Falange Auténtica lo convertiría en un apestado, confesaba en una entrevista a Público. A ojos de otros, en un excéntrico que pasó de recoger firmas contra la ilegalización de la Mesa de Herri Batasuna a plantear al "rollo azul" encuentros con los abertzales. "¿No decís que sois antisistema?", le espetó a unos dirigentes falangistas antes de que la propuesta cayese en saco roto. Desencantado después de más de una década de bandazos ideológicos, en 1998 rompe con la política, descubre a José Bergamín, distribuye su revista jüngeriana El corazón del bosque, compone para la discográfica Siesta, edita cuatro canciones con Antonio Galvañ (Parade) y retoma su carrera en solitario.
“Más allá de las gemas de La Mode o Paraíso, reivindico mucho lo que hizo con Pop Decó”, retoma la palabra Tébar, quien ensalza una “canción bandera” como La Exposición Internacional de los 80. “En mis sesiones, por ejemplo, suelo pinchar mucho su versión del Andy Warhol de Bowie. ¡La de gente que se me habrá acercado preguntándome quién estaba sonando!”, recuerda el periodista. Pues sonaba la voz del fundador de Kaka de Luxe, cuyo big bang desencadenaría la formación de Pegamoides, Fangoria o Radio Futura.
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Sus bandas eran efímeras, hasta el punto de que Pop Decó certificó su defunción nada más terminar su primer y caótico concierto. Fue entonces cuando abrazó la causa falangista, que proyectó una sombra mediática que oscurecería su fertilidad artística: la crónica de la nueva ola Música moderna (La Fonoteca / Walden), el libro de entrevistas Vainica Doble y sus composiciones para Kiki d'Akí y otros intérpretes, incluida la nómina de la discográfica Siesta.
“La historia se repite injustamente y condena al ostracismo a los talentos que no gestionan con estrategia mediática su continuidad en la primera línea de juego. Malditismo de libro que no necesita ser asociado a un canallismo, sino a una libertad personal ejercida hasta sus últimas consecuencias”, afirma el hombre orquesta Javi Bayo. “En unos tiempos en los que la carrera musical de un artista se vincula únicamente a su viabilidad comercial, el Zurdo permanece en tierra de nadie. Una generación lo recuerda con respeto musical, pero sin olvidar del todo sus polémicas aristas personales. Y para otras no pasa de ser un nombre asociado a un pasado que cada vez interesa menos”, añade el DJ y arqueólogo musical, siempre excavando en busca de vinilos sepultados por el paso del tiempo. “Sin embargo, en Inglaterra sería objeto de culto”, sentencia Bayo.
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Javier Corcobado
“Durante años se proyectó una imagen sobre él de suicida constante que el propio Javier detesta. Lo he visto actuar en escenarios de todos los tamaños imaginables. Ése es el Corcobado que me sigue fascinando: el que se transforma, acalambra y exorciza cuando agarra el micro, aunque cante para menos de cincuenta personas, además de unir el amor al ruido y al bolero desde los tiempos en los que las tribus acotaban el bien y el mal en la música. En ese sentido, fue un visionario”. Definición certera y precisa de Eduardo Tébar sobre un artista singular que cabalgó a contracorriente y ahora camina con paso lento, pero firme y prolífico.
El pasado octubre, rescató en el Conde Duque de Madrid a Demonios tus ojos, que regresaba a los escenarios para interpretar treinta años después su disco homónimo, flanqueado por Javier Almendral y los hermanos Colis: Nacho y Javier. Tres meses después, comparecía en el Café La Palma acompañado por Jaime Yakaman, guitarrista de México, donde el madrileño es un semidios en su fidelísima parroquia. Para profundizar en su vida al límite y tratar de subirse a su montaña rusa emocional, pueden leer la entrevista en Público a Javier Corcobado "El amor es un pozo sin fondo, inexplorado como un agujero negro".
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“Hasta hace no mucho, contaba con una banda poderosa, con parte de los músicos que hoy forman Leone”, prosigue el colaborador de Efe Eme, quien traza el perfil artístico de un crooner tan descarnado como desbordante —Canción de amor de un día es una faraónica pieza de veinticuatro horas de duración—. “Con el tiempo, ha simplificado su mensaje y su poética, pero sus discos siguen garantizando ese verso asilvestrado que hace diana y una plasticidad al jugar con los sonidos que debemos reconocerle. Por algo se proclamó Duque del Ruido a mediados de los noventa”, subraya Tébar.
Charlie Mysterio
Cavó su propia tumba el día de su parto discográfico. No se había desperezado el siglo cuando Spicnic publicó un álbum aparentemente póstumo que, en realidad, suponía el debut de un dandi sesentero a lo Ray Davies con hechuras de Errol Flynn. Su nombre de guerra, Charlie Mysterio, anticipaba un enigma de la música patria, alguien capaz de entrar por la puerta de atrás del mercado con un título como Los Caramelos 1988-1999.
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La desconcertante y anticomercial propuesta era toda una declaración de intenciones: un músico con más de una década a sus espaldas al frente de una banda de culto sin obra colocaba en los estantes una treintena de canciones pop como quien dispara una escopeta de perdigones, a lo loco. Una edición hoy inencontrable, pasto de coleccionistas, que no era otra cosa que un recopilatorio de maquetas de diversa ralea.
Ahí estaban Franco Battiato, Jorge Ilegal o el citado Fernando Márquez, con quien volvería a asomar la cabeza años más tarde, al frente de La Ruleta China. El Zurdo piropea a Charlie y Charlie corresponde al Zurdo, al incluirlo en un selecto club donde figuraría el fallecido Antonio Vega, otro maldito con benditas canciones. Detrás de bandas como Les Samourais, Uccelacci e Uccellini, Capitoné, Los Peregrinus o Nebulosa, se esconde el Mysterio, como ha firmado su último vinilo, editado por Munster Records. Pese a su tardanza en debutar, el tío más elegante de la capital ye-yé regresó en 2014 como un fecundo espectro tras un eterno silencio discográfico.
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De repente, lanzó el elepé Esconde tus alas en la torre fantasma (Walden) y los epés Los Caramelos (Bobo Integral) y Hay jóvenes que queman billetes (Walden). En 2017, en un doble salto mortal, publicó Cicatrices de un cuento, al que seguiría una segunda entrega, también en casete y distribuida por Walden. Total: ¡veintisiete canciones! Huelga decir que Javi Bayo se abstiene de hablar sobre su compañero de micrófono, pues ambos han presentado en la radio de El Estado Mental un exquisito programa que lustraba las joyas de la cara B del pop iberoamericano, Moscas y arañas.
“Su reciente disco con Munster y las cintas de Los Caramelos son como un oasis en el desierto”, cree Eduardo Tébar. “Sus grabaciones, a pesar de ser tan espartanas y rudimentarias, concentran la magia y el fulgor elemental del pop”. Ojo: Charlie no se prodiga en directo y, cuando lo hace, lleva las canciones de estudio a su terreno —sea cual sea el que esté transitando en ese momento—, haciendo gala de un falso amateurismo, pues para él ensayar es un tedio. “Algo propio de un oficinista que se mete a roquero el fin de semana. Por ello, defiendo la improvisación”. El símil lo acuña el propio artista. También la mínima máxima: “No hay directo sin fallos”.
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El periodista del Ideal, por su parte, establece comparaciones para ofrecer una idea aproximada —Charlie Mysterio es un arcano, crooner anguloso al margen de la industria, órfebre pop de tapadillo, parco en palabras y profuso en canciones: por eso lo de la idea aproximada— del artista, quien en realidad no sería un maldito en toda regla, pero sí un músico esquivo, evanescente y secuestrado por sí mismo, sin posibilidad de rescate. “Es un esteta, como el granadino Paco Chica o su colega Álvaro Muñoz”, apunta Tébar, en referencia al cantante de Dorian Gray y al fundador de Tarik y la Fábrica de Colores, ahora al frente de Summer Spreede. “Personajes en vía de extinción, vaya. Hasta el punto de que rastreo y compro todo lo que pincha en su podcast”, confiesa el colaborador de Efe Eme.
Emilio José
La gran esperanza blanca del pop gallego se llamaba —y se sigue llamando— Emilio José. No obstante, un encontronazo con el ganador del Festival de Benidorm con Soledad, de igual nombre, casi le hizo cambiar el suyo. Llegó a amenazar con ponerle una denuncia por usurparle la identidad al músico de Quins —Concello de Melón, ansiada República Tropical de Ourense—, pero al final todo se quedó en nada.
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El cantante melódico permanece sumido en el olvido, mientras que el autor de Agricultura Livre (Foehn) sigue epatando en sus performances, pues a veces no son conciertos propiamente dichos. Puede subirse al escenario y, mientras el público aguarda que desgrane sus minimalistas grandes éxitos, recitar o cantar una sola canción. Quizás la impresión sea exagerada, aunque ya se ha escuchado de todo: parece que, además de ir a su bola, en ocasiones va contra sus fans.
“Joven inconformista y demasiado inquieto”, escribe el crítico David Saavedra en el blog Perdiendo Mi Eje. “Un poeta romántico de personal lucidez en su sinceridad, su paranoia y su retranca [...]. Chorando apréndese (Foehn) no es un mero frikismo de estética feísta: es una obra introspectiva que llega adentro y emociona. Un hito en la música popular gallega —y no sólo gallega— que, me temo, lamentablemente se va a quedar como un islote perdido en medio de la nada”.
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Fernando Fernández Rego subraya en La Fonoteca que su ironía recuerda “a unos Resentidos pasados por un filtro minimalista”, sin olvidarse del tropicalismo. “Se aproximaría —salvando las distancias, Emilio es mucho más divertido— a El Guincho”, añade el autor del libro 50 Anos de Pop, Rock e Malditismo na Música Galega (Toxosoutos).
Aunque su música es universal, sus letras son tan personales como locales. Interpreta, graba, mezcla y produce en su propia casa, con apenas un micro y un ordenador. Hace una década, se fue de gira por España con lo puesto. “Con un presupuesto ínfimo, llegaba al sitio donde quería tocar, con carteles hechos por él mismo que anunciaban el concierto. No cobraba. Se alimentaba de barras de cereales, y lo llegó a pasar mal con la ola de calor de agosto, porque desconocía un detalle: en el rural español no tienen fuentes como las de Galicia”, escribía la periodista María Yáñez en la revista Viralatas. “Cáceres, Murcia, Cuenca, Zaragoza… Emilio asegura que tiene ganas de repetir, pero en Azerbayán o en un país así”.
A Teresa Cuíñas, colaboradora de la revista Rockdelux, el concepto de maldito le incomoda. “Quizá sea una cosa mía, porque me resulta imposible calificar con una sola palabra una carrera y, más aún, a un artista”, explica a Público la también redactora de la TVG. “Entendiendo que esta denominación pudiese aludir a cierto devenir anómalo con respecto a los cánones. Característica, por cierto, que suele aumentar mi interés: para mí Emilio José es un maldito rutilante”, añade Cuíñas. “Si digo que es libérrimo me quedo corta. Tan capaz de plantar en los morros del público de un festival una críptica sesión de ruidismo e improvisación de una hora y media como de componer finas bossas novas en discos que manan a borbotones”.
Nacho Vegas
Hoy Nacho Vegas no es un maldito, aunque vio como la etiqueta colgaba durante años de su chaqueta. Obviamente, no era el Fabrizio De André español, ni falta que hacía: el gran cantante italiano falleció a los cincuenta y nueve años y el asturiano, felizmente, todavía sigue destilando canciones, que salieron de una introspección atormentada —el amor y la muerte— al claro de la lucha social y —bienvenida sea— panfletaria. El autor de Violética no sólo está en plena forma, sino que hace una década ya dejaba claro que él no era nada de eso: “En estos tiempos, es un poco ridículo autoproclamarse maldito”, declaraba a Benito Carracedo en El Mundo. “Sí hay una especie de universo en torno al rock que da juego a que cualquiera se vea como maldito [...], pero no considero que esté en esa liga".
Mar Rojo, programadora de la Sala El Sol, redunda en la idea. O sea, en cómo es realmente la persona y en la figuración del artista inyectada a sus seguidores: “Aunque sé que Nacho Vegas no se considera un maldito, en su momento sí que lo imaginé como tal. No tanto por sus reconocidos usos y costumbres bohemios, sino porque me transmitía una imagen un tanto atormentada y esquiva —¿ir de negro y el perenne pitillo en boca ayudaban?—, mientras que su pluma cálida me tocaba de lleno. Tanto cuando cantaba a lo personal —no por ello menos universal— como cuando ha pasado a loar a lo(s) colectivo(s), porque ya sabemos que la revolución no será televisada, sino que la bailaremos juntas y muy probablemente nos la contarán en Twitter”.
La alusión a las drogas en sus letras tuvo parte de la culpa. “En aquel momento, no sabía cómo sacarme aquello de encima. Sin embargo, es natural, porque al final hablas de las cosas que te obsesionan y que consideras importantes, hasta el punto de que terminan mandando en tu cancionero”, razonaba Nacho Vegas en esta entrevista. “También es verdad que, a veces, se cargan mucho las tintas en cosas que no son tan importantes. Cuando hablaba de drogas, aunque sólo fueran un par de canciones, era considerado mi disco sobre drogas. Cuando he abordado cuestiones políticas, era considerado mi disco sobre política. Pero, obviamente, mi obra es mucho más amplia”.
Etiquetas maldecidas e, incluso, mal dichas. O sea, malditas etiquetas.