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MADRID.- “Éramos de segunda categoría, éramos gentuza”, recuerda Tony Kerby, un veterano galés, uno de los miles que con el cierre de las minas de carbón se quedaron sin trabajo y, con él, perdieron en cierto modo también el orgullo propio y el de comunidad. El sueño de una de ellos, una limpiadora de supermercado y camarera en el Club de Trabajadores de Bedwelty Road, Jan Vokes, dio la vuelta a la situación. Convenció a sus compañeros y, por diez libras a la semana, criaron un caballo de carreras que se convirtió en un triunfador. “Recuperamos el orgullo”. La cineasta Louise Osmond cuenta esta emocionante e inspiradora historia en su documental Caballo ganador, con el que también ella recibió su recompensa, el Premio del Público en Sundance.
“De idiotas de pueblo a superhéroes”. Así lo explica uno de los copropietarios de Dream Alliance, el caballo de carreras que llevó a estos obreros de un lugar perdido y olvidado del Gales pobre y deprimido a las pistas en las que aristócratas y millonarios lucían como adefesios, con sus grotescas pamelas y sus pañuelos en los bolsillos, en medio de los purasangres más caros del planeta. Y mientras estos perdían los modales, abotargados con sus vasos de ginebra cara, los vecinos de Cefn Fforest disfrutaban a lo grande con las cervezas y los sándwiches que habían llevado en bolsas de plástico desde sus casas.
"Eres lo que haces"
Caballo ganador no es una historia de revancha ni de éxito repentino ni siquiera de segundas oportunidades o de nuevos ricos, esta película –irresistible y muy seductora desde el inicio- es el relato de unos vecinos con espíritu de comunidad, de buenas personas que saben exactamente cuál es el auténtico valor del dinero. “Tus circunstancias, sean buenas o malas, no te definen, tú eres lo que haces”, sentencia la cineasta, que pidió ayuda a los vecinos de este pequeño lugar en uno de los valles más pobres de la zona y se encontró con una pandilla de amigos a su disposición y felices de revivir su gran historia.
Una historia que comenzó con la llamada de Jan Vokes en la pizarra del bar del club de los trabajadores: “Si alguien quiere participar en la cría de un caballo de carreras, 10 libras a la semana”. Se ahorró poco a poco el dinero y primero se compró una yegua, la que se pudo, que se cruzó luego con un semental no precisamente despampanante. Nació un potro, que no mucho después era un “caballo grande, desgarbado y retraído”.
El dinero llegó para para pagar la cuantiosa cantidad que pide un buen entrenador y una vez que el adiestrador se recuperó de la sorpresa de ver aparecer por sus exclusivos establos a “un tipo lleno de piercings y tatuajes”, aquel caballo que creció en la parte trasera de una granja y que corría por un terreno yermo con una torre de alta tensión en el fondo se convirtió en leyenda. “Rompimos el molde y por solo diez libras”, afirma sonriente Jan.
Emoción 'de clase'
“Aquello nos unió más si cabe”, dice otro de los copropietarios de Dream Alliance – “somos una alianza y este es nuestro sueño”-, un animal que se convirtió en el caballo de todo el pueblo y con el que sus vecinos ganaron mucho más que algunas libras. La hazaña permitió que se recuperara el espíritu de comunidad, la autoestima que algunos al quedarse sin empleo habían perdido y la posibilidad de cumplir un sueño.
“Nadie volvió a tirar comida a la basura”. Todos iban con sus restos al patio trasero de la casa de Jan y Howard y se la daban a Dream Alliance. Formaban grupo para ir a cada carrera. Votaban todas y cada una de las decisiones que tuvieran que ver con el animal y sus competiciones. Y todos, sin excepción, se sentían profundamente dichosos con todo ello.
“Yo primero fui la hija de Kellly, luego fui la hermana de Trevor, más tarde fui la mujer de Daisy. Pasé 23 años trabajando en una fábrica porque necesitaba el dinero. Ahora soy Jan Vokes, una mujer con nombre propio y apellido, muy orgullosa de haberse atrevido a vivir la aventura de su vida.
Caballo ganador, una película producida por Judith Dawson, es el espejo en el género documental de otras películas de ficción, relatos marcados con el sello del cine británico, con los que sus creadores han conquistado una emoción ‘de clase’. Es Oro en barras, Full Monty, Billy Elliot… con un caballo criado en un huerto como protagonista, unos fabulosos actores que se reúnen en el bar a ver las carreras con sus pintas en la mano y la música de Tom Jones (The Green Green Grass of Home) de fondo.
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