Las brujas de las series de los noventa vuelven empoderadas y con conciencia social
Netflix estrena este viernes el remake de ‘Sabrina’ con una vuelta de tuerca tan interesante como tenebrosa. Desde el pasado día 15, cada lunes puede verse en HBO España un nuevo episodio del reboot de ‘Embrujadas’.
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Una, en el instituto. Las otras, en la Universidad. Todas ellas, brujas televisivas míticas de los noventa que regresan al mundo de las series remake o reboot mediante con dispar fortuna. Chilling Adventures of Sabrina se estrena este viernes en Netflix y ya desde los títulos de créditos con el tono acertado para recuperar a un personaje que nació en las viñetas de Archie Comics en los sesenta. No ocurre así con Embrujadas. La versión que The CW ha hecho de aquel trío de hermanas que hace dos décadas se apellidaban Halliwell no termina de despegar dos capítulos después. Le falta encontrar su sitio y su razón de ser.
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La Sabrina de Kiernan Shipka y Roberto Aguirre-Sacasa sigue siendo la misma y, al mismo tiempo, no lo es. Como ya hiciera antes el showrunner de Riverdale, coge a un personaje adolescente de tinta y papel, se lo apropia y le impregna de un carácter muy marcado lleno de referencias a un género o un título concreto sin perder la frescura y esa chispa propias de las series para adolescentes alejadas del drama como género y aptas para un público adulto. Funcionó con Archie y ha repetido fórmula. Avisaban desde Netflix en las notas de producción que el tono de este remake sería “similar al de La Semilla del Diablo y El Exorcista”. Y así es. Los cuatro primeros episodios vistos antes de su estreno hoy están impregnados de esa oscuridad, esa fuerte presencia diabólica y ese universo opresor que tienen estos dos clásicos del terror.
En Greendale, donde vive Sabrina, siempre parece Halloween, como avisa ella misma al comenzar la narración. Por eso meterse de lleno en su historia es tan sencillo y, a la vez, divertido. Dejarse llevar a un mundo fantástico de hechiceros y demonios en el que una adolescente se revela contra el poder (masculino) establecido. Mitad bruja y mitad mortal, la trama arranca unos días antes del decimosexto cumpleaños de su protagonista. Llegada esa fecha ha de elegir si decide jurar obediencia y fidelidad al mundo oscuro y su señor o, por el contrario, seguir el resto de sus días entre mortales.
Una decisión demasiado pesada para alguien que acaba de soplar 16 velas, por muy madura que esta sea. En su caso es algo tan trascendente como renunciar a una parte de su ADN, elegir entre sus amigos mortales y su familia. En el mundo real, la vida de los adolescentes humanos está llena de decisiones trascendentales que pueden condicionar su futuro. Algo que puede parecer tan simple como elegir entre ciencias y letras, no lo es tanto. Por eso Sabrina engancha tan bien. Por la cercanía, pese a ambientarse en un mundo fantástico, y por meterse de lleno en un tema tan complejo como el acoso escolar.
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El bullying está presente en el instituto Baxter, pero también en la Academia de las Artes Nunca Vistas. En uno se machaca a una alumna por su aspecto fuera de lo que marca el estereotipo obsoleto de cómo debe ser y vestir una chica. En otro, el acoso tiene que ver con el origen y hay mucho de racismo en él. Pero quizá lo más interesante de todo sea el hecho de que se aborde también desde la perspectiva de un adulto que fue víctima de esta persecución violenta, verbal y física, en su etapa escolar. Es el caso de Hilda (Lucy Davis), la mas dulce y bondadosa de las dos tías que criaron a Sabrina cuando murieron sus padres.
La otra, Zelda (Miranda Otto), es mucho más estricta, estirada y fanática del Señor Oscuro. Haría cualquier cosa por él, incluso condicionar la decisión de su sobrina de cara a ese bautismo con el que lleva soñando desde que era un bebé. En el contrapunto que suponen la una y la otra está el equilibrio. La nota más cómica, por así decirlo, la pone el primo Ambrose (Chance Perdomo), que lleva 75 años bajo arresto domiciliario en ese caserón con aspecto de casa del terror de parque de atracciones en el que la familia Spellman tiene montada su funeraria. ¿Qué otra cosa podrían ser dos brujas? Infinidad de ellas, pero esta profesión les encaja y define a la perfección.
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Más allá de abordar problemas serios muy cercanos a la adolescencia de sus protagonistas principales y darle esa ambientación de historia de terror, en esta serie hay mucho de aventura y también mucho de pelearse con la ley que se considera injusta y con la burocracia. Sabrina se convierte en una suerte de Quijote cabecilla de las causas no tan perdidas que es capaz de fundar un club feminista y enarbolar la bandera del empoderamiento femenino contra el mismísimo Satán al tiempo que se enfrenta a un trío de jóvenes brujas abusonas. Así es ella y Shipka hace algo más que convencer. Se enfrenta al Diablo, al Sumo Sacerdote de la Iglesia de la Noche y al director del instituto. Todos poderosos, todos hombres. De ahí que la teman tanto.
Comparar esta Sabrina con la de Melissa Joan Hart en realidad no tiene mucho sentido porque aquella, la de los noventa, era más una serie de sobremesa con mucho de comedia. Estaba bien, que una cosa no quita lo otra, pero ahora no funcionaría igual. Las series de adolescentes y para adolescentes de ahora ya no son lo que eran. Por otro lado, es de agradecer que este Harvey Kinkle (Ross Lynch) no sea tan plano como el de antaño y que, sin perder su bondad y su ingenuidad, le atribuyan un trauma que dará mucho juego y ayudará a hacer avanzar su relación con Sabrina.
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A estas ‘Embrujas’ les falta un empujón
Por el contrario, todo eso que funciona con Sabrina, no lo hace tanto con Embrujadas. Mientras una se vuelve mucho más tenebrosa, actualizada y con una conciencia social poderosa, sus tres coetáneas intentan las dos últimas sin el mismo éxito. En eso tiene mucho que ver la química existente entre el reparto de la primera y la fortaleza del mismo. Embrujadas, en su primer episodio, se aferra al empuje que el #MeToo tiene para enganchar, pero se olvida rápido de él para centrarse en lo que verdaderamente le importa: el drama familiar de las hermanas Vera -aunque la tercera y mayor de ellas lleva otro apellido, Vaughn, porque fue abandonada por su madre cuando era solo un bebé-.
Como se llamen es lo de menos, en esta versión del ‘poder de tres’ que en España puede verse cada semana en HBO, hay mucho de la original, que no dejaba de ser la historia de unas hermanas que se enfrentaban a demonios y evitaban que el mundo se viniese abajo mientras afrontaban cada una su propia y complicada historia de amor. Ya fuese con una ‘luz blanca’ o con un demonio con la pinta y el carisma de Cole (Julian McMahon). En esta, de momento, lo que se presenta es a tres chicas buscando un nuevo sentido a sus vidas e intentando encajar en ellas el hecho de ser brujas, algo que desconocían hasta la muerte de su madre, y el encuentro con la tercera de las hermanas, Macy (Madeleine Mantock), un científica brillante cuya mente no está preparada para afrontar lo paranormal sin racionalizarlo. Lo cual es imposible.
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En cuanto a las otras dos, Melanie (Melonie Diaz) se presenta como una profesora adjunta universitaria con una intermitente relación con una agente de policía. Por último, la pequeña Maggie (Sarah Jeffery), que es dibujada como la más alegre y desenfadad de las tres y que no renuncia a entrar en una fraternidad pese a que no parece dar el perfil. Su búsqueda de aceptación a veces es agotadora. El principal problema de Embrujadas se encuentra en que no termina de aportar nada nuevo con respecto a la que en su día protagonizaron Holly Marie Combs, Shannen Doherty, Alyssa Milano y Rose McGowan, estas dos últimas dos de las activistas más reconocidas del movimiento #MeToos. Quizá sea por eso por lo que el primer episodio abre cómo lo hace.
Aunque aún es pronto para saber si esta serie acabará calando -a algunas hay que darles algo más de dos episodios para saber si van a algún lado o no-, de momento no termina de cuajar. Lo que sí tiene es muchas referencias al mundo real en su empeño por actualizarse. No se trata solo del ‘basta ya’ de las mujeres, verdaderas protagonistas de la producción y ninguna ligada a un personaje masculino de cuyo brazo colgarse, sino que cada capítulo está plagado de bromas y/o guiños relacionados con la política o la crónica social. Que la elección de Donald Trump sea catalogada como la primera de las tres señales de la llegada del Apocalipsis es un ejemplo de ello. Como lo es también que decidan referirse a su luz blanca (su guía), como Meghan Markle por ser británico y llamarse Harry (Rupert Evans). El chiste no es precisamente bueno ni ingenioso, pero es una muestra más de esas continuas interpelaciones al espectador para llevárselo a su terreno.