Cargando...

De bruces con la traducción

La maldita “fluidez” de una traducción

Publicidad

El traductor y escritor barcelonés Javier Calvo.- EFE

Actualizado:

Escribió en su día César Aira, en referencia a la traducción literaria y sus complejidades, que la primera frase de Moby Dick, "Llamadme Ismael", convendría traducirla con un prosaico "Podéis tutearme" para ser más fieles al original. Un planteamiento que desafía a la ortodoxia y que, en esencia, parte de una certeza aún más grave que empalabra a la perfección el maestro austriaco Thomas Bernhard: “Un libro traducido es como un cadáver mutilado por un coche hasta quedar irreconocible. Se puede buscar los pedazos pero ya no sirve de nada”.

Publicidad

La maldita “fluidez” de una traducción

Ed. Seix Barral

Recuerda Calvo en su ensayo aquella encendida diatriba de Nabokov en la que cargaba contra los reseñistas que, con cierto atrevimiento, bautizaban una determinada traducción de fluida. “Ese escritorzuelo que nunca ha leído el original y que no entiende su idioma —censuraba el autor de Lolita—, elogia una imitación que se lee muy bien porque las complejidades de las que él no es consciente han sido sustituidas por topicazos. ¡Menuda fluidez!”. Y lo cierto es que no es para menos, la necesidad de encasillar nos lleva con frecuencia a la tontuna, si no directamente al dislate. Según Calvo, “la traducción implica un grado de creatividad y por tanto su recepción es siempre subjetiva. Normalmente el problema es que valoramos el resultado final, algo que no sabes de dónde viene y que puede sonar de maravilla pero no parecerse en nada al original”.

Click to enlarge
A fallback.

El traductor como escritor frustrado

La figura del traductor literario, como la del periodista, a menudo se vincula con la del escritor frustrado. Un parentesco pernicioso que ha hecho un flaco favor a toda una generación de escritores y traductores, autores como Mariano Antolín, Enrique Murillo o Ramón Buenaventura. “Se consideraba que si un traductor se ponía a escribir su propia literatura era un poco como un capricho de traductor, no como una actividad seria, se solía decir: vale, ha escrito una novela, pero en realidad es un traductor, un escritor frustrado”.

Publicidad