Bruce Springsteen vence a las tormentas en San Sebastián
Más de 40.000 personas escucharon a 'El Jefe' hablar en castellano y en euskera en el prácticamente repleto estadio de Anoeta
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Bruce Springsteen cosechó anoche un rotundo triunfo con un intenso y generoso concierto en San Sebastián ante algo más de 40.000 incondicionales rendidos a sus pies mucho antes del comienzo y ajenos a los intermitentes chaparrones que cayeron sobre el prácticamente repleto estadio de Anoeta.
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Pasadas las 21:30 horas, cuando comenzaba a romper la primera tormenta, el Jefe compareció en el escenario con tejanos, camiseta y chaleco negro y agarrado a su emblemática Fender Esquire, de la que sacó los acordes de Who'll Stop the Rain (¿Quién parará la lluvia?), el clásico de los Creedence Clearwater Revival, el primero de los muchos guiños con los que se ganó al público donostiarra.
La última vez que Springsteen pisó las tablas del estadio de Anoeta fue en julio de 2008, sólo unas semanas antes de que muchos de los inocentemente felices asistentes de aquel concierto supiera qué era Lehman Brothers o la prima de riesgo. Ayer el músico de Nueva Yersey llegó a Donostia en un contexto diferente y con un mensaje adaptado a los "tiempos difíciles", plasmado en las letras de su último trabajo Wrecking Ball, en el que se solidariza con quienes lo están pasando mal por la crisis y denuncia a los grandes banqueros.
Springsteen, que esta vez no se ha alojado en el lujoso Hotel María Cristina porque estaba en obras y se ha solazado en el exclusivo Hotel du Palais de Biarritz, dedicó Jack of All Trades a los que peor lo están pasando con la crisis, los que "han perdido sus trabajos y sus casas", esos que probablemente no habrán podido hacer frente a los precios de las entradas -entre 60 y 83 euros- para ir a escuchar su mensaje, leído perfectamente en español.
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A diferencia de su última visita, el Boss ha hecho esta gira para promocionar el último disco, en el mercado desde marzo, pero no ha dejado de colmar la expectativas de su fiel público con un buen puñado de sus canciones eternas. Desde The River hasta Badlands pasando por Working in the Highway. Le jalonó su leal escudero, Steve Van Sandt, al frente de una renovada E Street Band, que llora en cada concierto el reciente fallecimiento del saxofonista Clarence Clemons, al que ha sustituido su joven sobrino Jack Clemons.
Springsteen demostró su reconocido dominio del escenario, su hábitat natural. Entregado y mojado (literalmente), habló en castellano y en euskera, conectando con sus seguidores como sólo él es capaz de hacerlo, empeñado en dar lo que promete: tres horas de plena energía rockera de primer nivel.
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El concierto ha dejado algunos momentos para el recuerdo, como cuando el Jefe hizo subir al escenario a un niño de unos cinco años al que tuvo que perseguir a la carrera para, una vez bien cogido, ofrecerle el micrófono y cantar a dúo el estribillo de Waiting in a Sunny Day, que el chaval conocía perfectamente.
Tras dos horas largas de concierto, cuando más arreciaba la lluvia, el Boss saludó al público y dio paso a los generosos bises con la emotiva Rocky Ground, a la que seguió el siempre esperado himno Born in the USA y después Born to Run con todas las luces del estadio encendidas. Hungry Heart, la festiva y rockanrolera versión de Moon Mullican Seven Nights to Rock, Dancing in the Dark -que bailó bajo la lluvia con dos niños- y Tenth Avenue Freeze-Out -con homenaje a Clemons, presente en las pantallas- cerraron el convincente recital de Springsteen, vencedor entre aguaceros, rayos y truenos.