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MADRID.- Jennifer Kent se convirtió el pasado año en un nombre recurrente en los festivales de género de todo el mundo. No solo había vuelto al mejor terror clásico con su ópera prima, Babadook, sino que, además, había añadido una perspectiva diferente, una visión generalmente ausente en este universo, la del punto de vista femenino. “Tan teñido de violencia sexista y de misoginia está el género -dijo a The Washington Post la directora y guionista, tras su paso por Sundance- que cuando decía que estaba dirigiendo una película de miedo, me miraban como si estuviera haciendo snuff movies o porno bestia… Tal era la percepción sobre el terror”.
Y Babadook no es nada parecido. Prácticamente no hay sangre en la película, la violencia es psicológica y, es más, los personajes masculinos apenas aparecen. El primer largometraje de esta australiana es una rara y muy efectiva combinación de cine de terror psicológico, película de monstruos y relato de posesiones. Un ejercicio que brota de influencias muy potentes y, al mismo tiempo, muy diferentes, desde Carpenter (La cosa, Halloween), pasando por Dreyer (Vampyr) y Epstein (La caída de la casa Usher), hasta Polanski (El quimérico inquilino, La semilla del diablo) y William Friendki (El exorcista).
Precisamente, este último ha declarado en Twitter que el filme de Jennifer Kent es “la película más aterradora que he visto jamás” y la ha comparado a títulos como Psicosis, Alien, Las diabólicas “y ahora –escribe- Babadook”. Premio a la Mejor Actriz (Essie Davis) y Premio Especial del Jurado en el 47 Festival de Sitges, y Premio a la Mejor Ópera Prima en los New York Film Critics Circle Awards, la película es un relato de pérdidas, de dolor y de monstruos personales.
Un aterrador monstruo de cartón
Es la historia de Amelia -interpretada por una magnífica Essie Davis-, una mujer que perdió a su marido en un accidente cuando éste la llevaba al hospital para que naciera su hijo. Ella aún no se ha enfrentado a aquella pérdida, mientras que Sam (al que da vida el asombroso niño Noah Wiseman) tiene ahora seis años y vive aterrorizado por un monstruo que vive en sus sueños y amenaza con matarlos. Un día aparece en su casa un libro de cuentos, The Babadook, sobre una macabra criatura que comienza a desafiar también la estabilidad de Amelia.
Es un personaje siniestro, inspirado en una película del irrepetible Géorgè Melies de 1900. Vestido de negro, con un sombrero de copa que le oculta el rostro y manos en forma de garras, Babadook es, en realidad, un ser de cartón de un libro pop-up, un engendro que escapa del papel y sale para poseer a la madre de Samuel. Con él, la cineasta consigue verdaderamente aterrorizar. Una voz pavorosa, golpes inesperados, ruidos extraños en la casa, luces que parpadean y una alarmante falta de sueño completan el entorno de este relato de terror clásico que mata dos pájaros de un tiro: te hace pasar miedo y consigue conmover.
Muy lejos del cine gore y de la violencia.- “Me fascina lo que le sucede a la gente cuando no afronta las cosas y reprime los problemas que tiene. ¿Adónde va todo eso? De modo que, si una persona sufre una experiencia trágica y no la afronta, ¿cómo afecta eso a su vida?” se pregunta la directora y guionista en las notas de producción de su película, para la que ha huido del gore y ha apostado el resto por la violencia psicológica.
“Las versiones más violentas y degradantes del cine de terror probablemente están orientadas hacia las personas que tal vez se identifican con el asesino”, dijo Jennifer Kent en una entrevista concedida en Nueva York, en la que reflexionaba sobre la situación del género hoy: “Siento que una gran cantidad de directores que hacen terror no entienden lo profundo que éste puede ser y lo poderoso. También creo que hay un montón de estas películas que se hacen con mucho cinismo y con esto quiero decir que se hacen solo para ganar dinero”.
Anomalía dentro del género
No es el caso de Babadook, una película honesta, en absoluto cínica -lo que le confiere parte de su excepcionalidad dentro del terror-, en la que Jennifer Kent plasma preocupaciones con las que cualquiera se puede identificar. Todos alimentamos, al fin y al cabo, algún o algunos demonios interiores. “Me fascina –confiesa la directora- lo que le sucede a la gente cuando reprimen sus sentimientos, sobre todo los dolorosos. Reprimirlos puede funcionar momentáneamente, incluso durante unos años, pero al final la verdad acaba saliendo a la luz”.
El giro final de la película confirma la anomalía de ésta dentro del género, otorgando una calidad y profundidad al relato difícil de encontrar en el cine de terror de hoy. Es un remate que ha alentado al prestigioso crítico británico Anthony Lane a afirmar en The New Yorker que “debería existir una ley requiriendo que todas las películas de terror fueran dirigidas por mujeres”.
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