madrid
Bajarse a los recreativos era la antesala de la diversión, del encuentro con los de tu calle para rebuscar en los bolsillos una moneda o varias –siempre hubo clases– y entregarse así a horas de entretenimiento. Los salones recreativos eran el bar de los que no tenían edad para el carajillo, un centro de reunión proclive a los primeros cigarros y las primeras pellas.
Un grupo de entusiastas de todos los rincones del Estado, bajo el nombre de Arcada Vintage, se propuso hace poco más de un lustro recuperar, en las mejores condiciones, la tecnología que sustentó aquellos mamotretos coloridos de los 80. Foros, encuentros, publicaciones y hasta un museo evidencian que el movimiento Arcade cuenta cada vez con más adeptos que buscan, a caballo entre la melancolía y la arqueología, preservar la memoria del videojuego clásico.
"Aquello fue nuestra particular red social", apunta José Litarte, director del Museo Arcade Vintage que tiene su sede en la localidad alicantina de Ibi. Un auténtico fortín que cuenta con más de un centenar de aquellas máquinas que fueron el preludio de la era de los videojuegos en nuestro país. Un periodo cuyo inicio Litarte sitúa en los estertores del pinball, también conocida como máquina de petacos o flipper.
"Pasamos del pinball, que era pura electromecánica, a las primeras máquinas arcade muy influenciadas por el boom de Japón y Estados Unidos, juegos como el minimalista Pong o el Space Invaders serían los precursores de lo que estaba por llegar". Litarte recuerda aquellos años como una auténtica fiebre juvenil que hizo que proliferaran salas de recreativos por toda nuestra geografía. Una época de esplendor que continuó con producciones algo más sofisticadas, con el Street Fighter como punta de lanza.
La decadencia, según apunta Litarte, llegó a mediados de los 90 con la incorporación de videojuegos domésticos mucho más sofisticados: "La máquinas Arcade y por tanto los salones recreativos aguantaron el tirón frente a los primeros videojuegos caseros, estoy hablando de equipos como el Spectrum, el Amstrad o la MSX, pero sucumbieron ante la irrupción de la Super Nintendo y la Mega Drive".
Auge y caída de las máquinas recreativas. De los días de vino y rosas en los que la muchachada hacía cola para brindarle su preciada moneda, esa que sustrajeron de las vueltas del pan o del monedero de la abuela, al ostracismo más polvoriento. Como la vida misma. Han tenido que pasar más de tres décadas para que estas máquinas, reverenciadas en su día, sean motivo de estudio y preservación, una suerte de arqueología tecnológica que encuentra en el proyecto de documental Arcadeología, a cargo del director alicantino Mario-Paul Martínez, su particular tributo audiovisual.
"Pensamos que era necesario plasmar en un largometraje esta labor de arqueología lúdico-industrial que trata de recuperar estas máquinas tal y como eran en su día", explica el Martínez. Un ejercicio de conservación que rehuye de parches y emuladores, concentrándose en recuperar los botones de aquel momento, las artes, la pantalla...
Dicho de otro modo: "Está bien jugar al Pac-Man [Comecocos] en un ordenador, pero lo suyo es hacerlo en el soporte original". ¿Y cómo hacerlo cuando la tecnología ha evolucionado de tal forma que ya no hay modo de reproducir aquel software? "Si no sabes de ingeniería inversa, si no tienes nociones de microinformática, no puedes recuperar un juego de hace cuarenta años", explica el director de Arcadeología.
Para ello, el movimiento Arcade Vintage ha ido tejiendo una red de expertos capaces de exhumar lo que en su día estuvo muy vivo. Una labor que trasciende la melancolía generacional y entra en el ámbito de la museística. Es ahí, apunta Martínez, donde encontramos una de las claves de esta corriente: "Un cuadro, como una película, están hechos para la contemplación, pero un videojuego, para entenderlo, hay que jugarlo, requiere de una inmersión, sólo así entenderás el mensaje que emerge de unas determinadas dinámicas de juego".
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