Se agrava el mal de nostalgia de Woody Allen
Allen se queda atrapado en el pasado en ‘Día de lluvia en Nueva York’, una comedia romántica protagonizada por Thimotée Chalamet y Elle Fanning, que Amazon no presentará en EE.UU. y que aquí se estrena en medio del renovado acoso que sufre el cineasta.
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MADRID,
Jay Gatsby, uno de los personajes más celebres del fabuloso novelista norteamericano F. Scott Fitzgerald, “una criatura de otro tiempo”, se ha manifestado ahora en las calles de Nueva York. Casi un siglo después, Gatsby ha vuelto a la ciudad con la promesa, como entonces, del amor romántico. Lo ha hecho de la mano de Woody Allen en Día lluvioso en Nueva York.
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Con él, Allen recorre las calles de su adorada ciudad para rodar, una vez más, una comedia romántica, en la que, de nuevo, hay una historia de cine dentro del cine. Solo que esta vez, el genio de Manhattan se ha quedado, contagiado por su propio personaje, atrapado en el pasado, en los días de Broadway, de los viejos hoteles y los bares de siempre. Mientras Gatsby planea un fin de semana romántico con su novia Ashleigh por sus sitios preferidos, ésta se enreda en una entusiasta aventura con un equipo de cine por el ‘otro’ Nueva York.
Desde el acogedor campus universitario donde pasa el tiempo en timbas de póker, Gatsby ha viajado a Nueva York con Ashleigh, “una encantadora chica de pueblo” a la que el periódico de la Universidad ha encargado una entrevista con el prestigioso director de cine Roland Pollard. A la espera de que finalice la entrevista, el joven se pasea por la ciudad intentando no encontrarse con nadie de su familia. Ella acompaña al cineasta a una proyección y a partir de ahí el día se convierte en una aventura de encuentros inesperados con el guionista y el actor de la película.
"Trágicos pelos en la sopa"
“La vida está llena de trágicos pelos en la sopa”, dice Gatsby, personaje en manos de Thimothée Chalamet, que debió considerar este trabajo un molesto pelo en el caldo de su trayectoria profesional ya que renegó de Woody Allen muy poco después y juró no volver a trabajar con él. El actor donó todo lo que había ganado en ese rodaje a Time’s Up, el centro LGBT de Nueva York y RAINN. Chalamet, le guste o no, hace un espléndido trabajo en la película. No puede decirse lo mismo de su compañera de reparto, Elle Fanning, que se pasa hora y media con cara de sorpresa y con la exclamación en la boca.
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Producida por Amazon, que se ha negado a presentarla en EE.UU., la película se estrena en Europa, Sudáfrica, algunos países de América Latina y Asia, territorios donde mejor se ha sentido el cine de Woody Allen casi toda su vida y donde, sin duda, el recibimiento sigue siendo más caluroso que en su propio país. Allí hoy no quieren recordar al genio creador de Annie Hall, Hannah y sus hermanas... o son tan majaderos que desprecian la posibilidad de disfrutar con uno de los grandes cineastas de la historia convencidos de que el arte no trasciende al artista.
Un vestigio del pasado
El renovado acoso que vive Woody Allen desde el nacimiento del movimiento #MeToo podría haber invadido de abatimiento al director, a quien, aquejado a menudo de la enfermedad de la nostalgia, se le ha agravado este mal de manera alarmante. Si antes la dolencia se manifestaba en forma de comedia melancólica ocurrente y divertida, inteligente y vital, ahora, sin embargo, el trastorno del genio de Manhattan se ha manifestado sin pudor resultando su obra casi un vestigio del pasado.
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Puede ser que Allen, que el 1 de diciembre cumplirá 84 años, al volver a las calles de Nueva York sintiera que se estaba despidiendo de ellas (cinematográficamente). Al fin y al cabo, entonces ya había apalabrado la película que ha rodado este verano en San Sebastián, con producción de Mediapro. Puede ser también, y esto sería completamente lógico, que un cineasta que va a película por año sea incapaz de concentrar su talento lo suficiente en algunos de sus proyectos. Sea como sea, Día de lluvia en Nueva York se ha revelado, con algunos momentos brillantes y muy ‘Allen’, como un intento fallido de refugiarse en unos años de felicidad intelectual que cree que nunca volverán.
Las comedias románticas de Hollywood
En lo que sí ha dado en el clavo Woody Allen ha sido en la irónica descripción de sus personajes ‘del cine’. Tras reivindicar a Renoir, DeSica o Kurosawa a través del personaje de Ashleigh, presenta a un director de cine –cine de autor–, Roland Pollard (Liev Schreiber), un ‘sobrado’ que se hace la víctima y que en realidad lo que quiere es seducir a la jovencita rubia. El guionista, Ted Davidoff (Jude Law), es un escritor atormentado, un poco desquiciado, que lo que busca, de verdad, es conquistar a la universitaria veinteañera. Y el actor, la estrella de la película, Francisco Vega (Diego Luna), es, en palabras de Allen, “la clase de tipo que trata de flirtear con cualquiera que pueda”, en este caso, con esta inocente chica.
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Por supuesto, es una ficción. No todos los profesionales del cine son unos seductores libidinosos, aunque en los egos y banalidad de estos personajes sí podrían reflejarse unos pocos. Woody Allen consigue con ellos la sonrisa que no termina de arrancar con otras situaciones de su película. Decidido a rendir homenaje a las antiguas comedias románticas de Hollywood –“siempre me han encantado esas películas”, escribe en las notas de producción–, el cineasta en realidad ha firmado una triste confesión: Woody Allen vive en un tiempo que ya no entiende, y se resiste a la evidencia de que la lluvia hoy en Nueva York, puede ser romántica, sí, pero también arrastra residuos tóxicos.