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Aburrimiento y monarquía

Hollywood toma una decisión previsible al premiar 'El discurso del rey' y deja a Fincher una vez más sin galardón

SARA BRITO

Nada fue inesperado en la 83 edición de los Oscar. Ni el hecho de que Javier Bardem apareciera acompañado de Penélope Cruz por primera vez desde el nacimiento del hijo de ambos, ni desde luego que Tom Hooper se hiciera con los premios más importantes en una gala conservadora en su puesta en escena y en sus galardones. El rey de Hooper ocupó su trono ayer en Hollywood sin mayor dificultad, llevándose cuatro Oscar, entre ellos los de mejor dirección y mejor película. No cabe duda: El discurso del rey partía como la película hecha y vendida a la medida de las aspiraciones y patrones de los Premios de la Academia.

Clásica en su forma y fondo, de impecable realización, elegante y fácil de digerir, la película británica está hecha en un molde que suele satisfacer a Hollywood: una historia de superación donde un actor interpreta a un personaje con una tara física y emocional que logra dominar, no sin sudor, lágrimas y esfuerzo.

Si a ello le sumamos una cierta ‘normalización' de la monarquía (ellos también pueden ser tartamudos, débiles e inseguros), y el componente de elegancia e historicismo británico que EEUU siempre anhela tenemos el cóctel de sentimentalismo, progreso personal e Historia que suele funcionar en la industria americana. Firth desde luego le sacaba ventaja a este respecto a Bardem. Hacer de tartamudo es una encomiable tarea.

Pasen y vean: Jorge VI debe asumir el trono británico tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII. Su tartamudez constituye un gran inconveniente para el ejercicio de sus funciones, lo que lo lleva a buscar la ayuda de Lionel Logue (estupendo Geoffrey Rush que se fue sin Oscar), un experto logopeda que consigue, empleando técnicas poco ortodoxas, eliminar el defecto del rey.

Británica, independiente y a la vez decididamente hollywoodiense, El discurso del rey contó además con una campaña de marketing feroz comandada por los más implacables de los productores-publicistas de Los Ángeles: los hermanos Weinstein, que resurgen una vez más de sus cenizas y se reconfirman como los tiburones del cine independiente que Hollywood quiere ver.

Con cuatro premios acabó la noche El discurso del rey, que empató con Origen, de Christopher Nolan, cuya propuesta de intriga onírica funcionó en las categorías técnicas, y nada más. Pero la gran derrotada ha sido La red social. La película sobre el nacimiento de Facebook sólo rascó tres premios, incluido el mejor guión adaptado para Aaron Sorkin y dejó una vez más a su director, David Fincher, sin galardón.

Fincher es hoy por hoy el director/autor hollywodiense que mejor se mueve entre la autoría y la industria y que aún espera ser recompensando por su audacia. No lo consiguió con el melodrama hiperbólico de El curioso caso de Benjamin Button hace dos años y tampoco ahora en su segunda candidatura, con una película mucho más sólida y más contemporánea.

El apabullante ejercicio de dirección de Fincher, que convierte a una película de ceros y unos, y freaks informáticos en una epopeya sobre el poder y la soledad del líder, ha resultado excesivamente desafiante para un Hollywood que ha preferido premiar la ranciedad de la monarquía a un análisis certero y apasionante sobre la vida contemporánea e internet.

Eso sí, Hollywood vuelve a aúpar a una cinta de bajo presupuesto, si se la compara con las grandes sumas que los grandes estudios suelen invertir en sus producciones. El discurso del rey costó apenas 11,1 millones de euros, mismo presupuesto de En tierra hostil, ganadora del año pasado y de Slumdog Millonaire, ganadora en 2009. Se cumple así un patrón en el que la industria del cine americano vuelve a apoyar con sus premios a un outsider, aunque sea en extremo correcto y educado.

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