75 curiosidades de Miguel Hernández
Un libro recupera la figura del poeta a través de un puñado de datos biográficos que nos ofrecen su lado más humano.
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madrid,
Su padre lo sacó del colegio a los 14 años para dedicarse plenamente al pastoreo. Vio el mar por primera vez a los 21 años, la misma edad con la que conoció Madrid. En la capital apenas vivió año y medio, y, a veces, durmiendo debajo de un puente. Se hizo comunista a los 26 años. Bajaba a las trincheras en primera línea de la guerra a diferencia del resto de intelectuales. Su padre no lo visitó a la cárcel y dijo que murió porque se lo merecía…
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La vida y la muerte del gran poeta oriolano Miguel Hernández ha sido objeto de numerosas aproximaciones de una erudición, en ocasiones, no apta para todos los públicos. En busca de ese pueblo llano con el que tanto compartía, con la intención de que llegue al pueblo el poeta del pueblo nace 75 curiosidades de Miguel Hernández, compendio –como su explícito epígrafe determina– de esos rincones biográficos que nos hacen ser quien somos.
El periodista y escritor alicantino José Manuel Carcasés (Aigües, 1966) nos acerca el retrato más humano del autor, lo hace hilvanando un buen número de referencias poco conocidas sobre el bardo levantino. Su carácter inquieto, alegre y bromista que las duras circunstancias fueron atemperando; la relación tensa, casi ausente, con un padre autoritario; amores y desamores, y más allá de ellos, como ancla en el tiempo, su mujer, Josefina Manresa. Una esposa a la que le hubiese gustado que Miguel no tuviera “tanto versico en la cabeza que no da para comer”.
Este volumen recoge aspectos menos conocidos del poeta como, por ejemplo, que padeció hipertiroidismo, enfermedad que explica esos “ojos de loco” que llamaron la atención de muchos intelectuales de la época. Una mirada desorbitadamente expectante que mantuvo hasta el final, de hecho una vez muerto, su cadáver –según el testimonio del pintor Miguel Abad Miró– continuaba con los ojos abiertos ya que no se los habían podido cerrar.
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Otra de esas imágenes que nos reporta con nitidez el carácter férreo de Miguel nos llega a través del testimonio de su hermano Vicente: “Mi madre le preparaba una comida que metía en un gran pañuelo anudado. Al día siguiente, al alba, llevando en la mano su atadito y máquina de escribir, Miguel trepaba por las rocas, detrás de nuestra casa, hasta la Cruz de la Muela, y se pasaba el día solo, allá arriba, componiendo poemas”.
De la mano de aquella máquina marca Corona que compró de segunda mano en cinco mensualidades fueron naciendo sus primeros poemas. En ella redactó a buen seguro Canto a Valencia, versos que le valieron su primer premio literario a la temprana edad de 20 años. Al poco llegaría su primer viaje en tren, trayecto a Alicante en el que descubre por primera vez el mar y exclama impresionado: “Qué inmenso y grandioso es el mar, cómo se junta con el cielo”.
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Y de Alicante a Madrid para cumplir sus sueños literarios, sueños que se hicieron de rogar y que le llevarían a desempeñar profesiones diversas como la de portero de una finca a cambio de una cama. La pobreza se agudizaba conforme avanzaba el tiempo y el poeta –recomendado por periodistas y escritores reconocidos– acudía a las entrevistas de trabajo con alpargatas y sin calcetines. Una indumentaria que causó extrañeza en la capital y también mucha mofa pero que el poeta recibió siempre de buen grado.