150 años de la fallida proclamación del Estado catalán, dentro de la República Federal española
El movimiento, impulsado desde la Diputación de Barcelona, no era independentista, sino que buscaba justamente acelerar la implantación de una república federal en España, que como tal no llegaría a materializarse en una I República que no pasaría de los dos años de vida, marcados por la tensión y la inestabilidad.
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barcelona, Actualizado:
Barcelona, noche del 8 al 9 de marzo de 1873, Palau de la Diputació (actual Palau de la Generalitat). El diputado provincial Baldomer Lostau, el nuevo alcalde de la ciudad, Miquel González Sugranyes, y el presidente de la Diputación de Barcelona, Benito Arabio, acuerdan que al día siguiente se proclamará el estado catalán dentro de la República Federal española. El estado incluirá las cuatro provincias y las Illes Balears.
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Son semanas de cambio y de agitación política, después de que el 11 de febrero Amadeo I -de la casa italiana de los Saboya- renunciara al cargo de rey de España y se proclamara la República, la primera. El nuevo régimen tendrá una vida agitada y corta -cinco jefes de gobierno en menos de dos años- y el intento de proclamación del estado catalán es uno de los episodios que se va a producir. Una proclamación que no se hará realidad y, por tanto, el estado catalán -siempre pensado dentro de una república federal española, nunca como intento secesionista- no se llegará a materializar.
150 años después, explicamos unos hechos históricos poco conocidos y, sobre todo, muy olvidados. Y lo hacemos con la voz de Josep Pich, catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y experto en esa etapa. De entrada, conviene recordar que la I República llegó en un período en el Estado español que pasaría a llamarse Sexenio Democrático -o Revolucionario- y que arrancaría con la revolución de septiembre de 1868 -conocida como La Gloriosa y que supondría el destronamiento y el exilio de la reina Isabel II- y finalizaría en diciembre de 1874, cuando el general Arsenio Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII a través del enésimo pronunciamiento militar del siglo XIX. La restauración de la monarquía borbónica supone el capítulo final tanto del Sexenio Democrático como de la I República.
Las elecciones constituyentes de enero de 1869 dieron una clara mayoría a los monárquicos y la nueva Constitución española, aprobada en junio, definía a la monarquía como forma de gobierno. El general Francisco Serrano, hasta entonces presidente del Gobierno, es nombrado regente y arranca una especie de casting para encontrar a un nuevo rey, que acabará con la elección del italiano Amadeo de Saboya, que reinará desde el 2 de enero de 1871 hasta el 11 de febrero de 1873. Ese día el poder legislativo proclama la República, con una mayoría abrumadora: 258 votos a favor y 32 en contra. El resultado fue fruto de un pacto entre el Partido Republicano Democrático Federal y el monárquico Partido Demócrata-Radical.
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Diferentes concepciones de la República
Un catalán, Estanislau Figueras, se convertirá en el primer presidente de una República que nace con un Parlamento donde, sin embargo, los monárquicos son mayoría y en la que, enseguida, arrancan las tensiones. Además, Pich subraya que "no todos los republicanos eran iguales, no todos eran federales y no todos querían lo mismo". Los federales, obviamente, querían una República federal y no unitaria, pero también aquí hay diferencias entre los intransigentes -que defienden un modelo de construcción de soberanía de abajo a arriba- y los moderados -de arriba a abajo-.
En Catalunya los conocidos como federales intransigentes tenían mucha fuerza y empezaron a producirse movimientos para intentar hacer avanzar al Estado hacia esa dirección y que no se convirtiera en un régimen centralista, como el francés. Lo aclara el historiador: "Los federales intransigentes defienden que los estados, uno de los cuales debe ser Catalunya, deben recuperar su soberanía y constituirse como repúblicas democráticas. Y, una vez recuperados, crear una asamblea constituyente española donde cederán competencias a la federación, es decir, defienden un modelo donde se construye la soberanía desde abajo y en Catalunya uno de sus grandes exponentes es Valentí Almirall. En cambio, Pi i Margall, como gobierna desde Madrid, defiende que sea el poder constituyente español el que descentralice la república".
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Ese mismo febrero los ayuntamientos de Olesa de Montserrat, Arenys de Munt, Sant Pol de Mar, Riudebitlles y Sant Esteve de Palautordera -todos en Barcelona-, reclaman la república federal, mientras que en Rubí directamente se proclama. En la Diputación de Barcelona, el diputado provincial Lluís Carrera propone que el ente proclame la constitución de la provincia barcelonesa "en el estado republicano federal de Barcelona". La propuesta no tirará adelante. Aunque el organismo está controlado por los republicanos federales también existen diferencias en el republicanismo catalán, ya que hay partidarios de estabilizar primero la República española, para después hacerla avanzar hacia un sistema federal, mientras otros -los intransigentes- desean la articulación inmediata de este modelo.
El Gobierno se mueve para detenerla
Lejos de calmarse, la agitación se mantiene y las movilizaciones siguen. Así, por ejemplo, un grupo de republicanos llegó a entrar en el Palau de la Diputació para reclamar que proclamara la convención del estado federal de Catalunya y adoptara las medidas que permitieran consolidarlo. Sin embargo, la administración no lo acepta. La presión no se detiene y existe una confluencia de manifestaciones del obrerismo y los federalistas intransigentes, que finalmente forzarán a la Diputación a actuar. Es en este momento que llega la reunión entre el diputado Lostau, el alcalde González Sugranyes y Benito Arabio, en la que se establece que, asumiendo que se trata de la autoridad política principal de Catalunya, al día siguiente, 9 de marzo, se proclamará el estado catalán dentro de la República federal. Lostau encabezaría el nuevo gobierno provisional catalán.
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A partir de ahí las cosas se aceleran y se entra en unas horas trepidantes y decisivas. Empieza un intercambio de telegramas entre los dirigentes provinciales, que asumían el movimiento que iban a llevar a cabo como inevitable, y las autoridades del Gobierno español, como Figueras o el entonces ministro de Gobernación -y líder del Partido Republicano Democrático Federal- el también catalán Francesc Pi i Margall. En Madrid no se concibe que en Barcelona, entonces la ciudad más poblada de España, se proclame la República Federal cuando en la capital estatal todavía no han decidido cómo debe ser la república. De hecho, se defiende que "son unas Cortes constituyentes las que deben decidir el tipo de república".
El día 9, Lostau aprueba la disolución del ejército obligatorio para convertirlo en un cuerpo de voluntarios. El gesto pretendía satisfacer tanto a los federalistas intransigentes como a los revolucionarios, pero al mismo tiempo era al menos una temeridad en un momento en que continuaba el levantamiento carlista y una parte importante del territorio catalán estaba en sus manos. Pich, sin embargo, explica que "existía la idea de que el ejército es quien había impedido consolidar el republicanismo y el federalismo y, por tanto, se le quiere desorganizar para proclamar la república federal". En cualquier caso, el gesto provocó las protestas inmediatas del Ayuntamiento de Manresa y los delegados en Barcelona de las diputaciones de Girona, Tarragona, Lleida, además de los de Baleares, y rápidamente se decidió que se crearía una Junta de Armamiento y Defensa.
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Paralelamente, se redactó el acta de la proclamación del estado catalán, pero no se proclamó de forma inmediata, algo que facilitó la actuación del Gobierno español para detenerla. El presidente, Estanislau Figueras, viajó a Barcelona y el día 11 se reunió con los delegados de la Diputación de Barcelona, así como los del resto de diputaciones provinciales catalanas y las Illes Balears y logró frenar la proclamación del estado catalán. Un movimiento, es necesario recalcarlo, que no era secesionista, sino que lo que buscaba era forzar el paso hacia una república federal a nivel español. Figueras, que detuvo el movimiento con el argumento del miedo y que la República "necesita orden para vivir", también torpedeó la disolución del ejército en Catalunya.
La tensión y la inestabilidad de la República
El movimiento federal catalán había sido, por tanto, detenido -al menos en ese momento- y la República pudo celebrar las elecciones constituyentes en mayo, con una victoria rotunda de los republicanos federales. Sin embargo, hay que subrayar que la participación fue muy baja y que ni los monárquicos ni los republicanos unitarios se presentaron. Teóricamente todo dejaba el camino libre para proclamar una república federal, pero la realidad es que nunca llegaría a aprobarse la Constitución republicana que lo estableciese y los intentos de golpes de estado se sucedían. Figueras dimitió en junio y fue relevado al frente del gobierno por un Pi y Margall que no duraría ni dos meses en un cargo que después recaería en Nicolás Salmerón.
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En ese contexto de tensión, en verano de 1873 estalló el levantamiento cantonal, promovido por grupos de republicanos federales intransigentes que no querían esperarse a que se apruebe una Constitución federal de la República para implantar este modelo de estado. En la práctica, el levantamiento comporta la formación de cantones -estados semisoberanos- que los sublevados pretendían que se convirtieran en la base de la federación.
El movimiento tuvo un fuerte seguimiento en Andalucía, València y Murcia -con el cantón de Cartagena-, pero no en Catalunya, porque en ese momento tiene alrededor de la mitad del territorio "ocupada por los carlistas", un movimiento favorecido por la desorganización del ejército, recuerda Pich. Sin embargo, el levantamiento cantonal será reprimido y detenido por las tropas de la I República, dirigidas por el general Manuel Pavía.
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En septiembre, el nuevo presidente pasaba a ser Emilio Castelar, que aguantaría hasta el 4 de enero de 1874, cuando con un golpe de estado Pavía disolvió las Cortes y Francisco Serrano volvía a la presidencia. La militarada de Pavía supone el punto final a la etapa de gobierno de los republicanos federales, en este caso articulados a través del Partido Republicano Democrático Federal. Casi un año después, el 29 de diciembre, se producía el golpe de estado de Martínez Campos que liquidaba a la república y reinstauraba la monarquía y los Borbones.
¿Por qué no se consolidó la República?
Lastrada por la falta de apoyo internacional -logró el reconocimiento de Estados Unidos y Suiza, pero no el de Francia, Reino Unido y Alemania-, la primera experiencia republicana España fue breve. En este sentido, Josep Pichpone énfasis en que "no todos los republicanos eran iguales, no todos eran federales y no todos querían lo mismo" y opina que si "la República se hubiera consolidado, habría sido centralista, como en Francia". Con todo, subraya que "no había ninguna regla de tres que fijara que debía restaurarse la monarquía y, en caso de que fuera así, tampoco que ésta tuviera que recaer en los Borbones. Las cosas podían haber ido de otra manera". Ahora bien, admite "que la inestabilidad en la que se encontraba España ayudó a que esto ocurriera, es innegable".
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Pich también comenta que "sobre todo en el ejército hay muchos oficiales monárquicos que quieren restaurar la monarquía" y recuerda que en aquella época "la tradición de cambio político en el estado está basada en pronunciamientos, que son golpes de estado". Y, de hecho, en los dos años de República triunfan dos, el de Pavía y el de Martínez Campos, que la liquida definitivamente. En cualquier caso, también deja claro que los militares que aceptaban la república querían que esa "fuera unitaria, como la francesa" no federal.
A nivel estrictamente catalán, la no consolidación ni del Estado federal ni de la república acabarán desencadenando en las próximas décadas la estructuración política del catalanismo, en la que uno de los protagonistas será justamente Valentí Almirall, "un gran teórico del federalismo intransigente" y antiguo militante del Partido Republicano Democrático Federal, que abandona en 1881. En ese momento, expone Pich, "rompe con Pi i Margall" y se convierte "en el primer gran dirigente del catalanismo político", que intentará impulsar con los primeros congresos catalanistas -en 1880 y 1883- o con la fundación, en 1882, del Centre Català, que acabará convirtiéndose en un partido político.
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Sin embargo, el historiador considera que el catalanismo como movimiento político "no cuajará hasta la creación de la Lliga Regionalista", un partido que no deja de representar un "catalanismo muy conservador", claramente alejado del "progresista" que propugnaba Almirall. Las dos grandes almas del movimiento, que se mantienen hoy en día, aparecen ya en sus primeros pasos. Pero esto es ya otra historia.