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El turismo espacial es "un fraude"

Dos ex directores de la ESA afirman que la auténtica aventura orbital sólo está al alcance de los millonarios

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"El turismo espacial es un fraude". Fredrick Engstrom, director de lanzaderas de la ESA entre 1994 y 2001 y coautor de un artículo con ese título publicado recientemente en Space News, lamenta ofender a los soñadores. Pero, según él, vivir la experiencia de los astronautas sólo estará al alcance de un puñado de multimillonarios, al menos en un futuro cercano. "Estamos atrapados en un agujero gravitatorio y salir de él es muy complicado", afirma.

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La física no perdona. Para colocar un objeto en órbita es necesario impulsarlo hasta los 28.000 kilómetros por hora la velocidad orbital y eso requiere una máquina descomunal, cantidades ingentes de combustible y, por lo tanto, mucho dinero. Si el año que viene la compañía estadounidense SpaceX prueba con éxito el cohete Falcon 9, en los próximos años será posible enviar a la órbita terrestre a seis personas por unos 100 millones de dólares (la mitad de lo que costaría ahora). Aún en ese caso, el precio del turismo espacial sería prohibitivo. De momento, sólo quien pueda pagar los 20 millones de euros que cobran los rusos por una plaza en las Soyuz podrá disfrutar de la verdadera aventura espacial.

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Pese a las dificultades evidentes del negocio, varios turoperadores espaciales aseguran que ya han empezado a captar clientes ávidos de aventura. Dos ejemplos: Virgin Galactic planea llevar al espacio a sus primeros turistas en 2012 y la compañía española Galactic Suite asegura que ese mismo año abrirá un hotel en órbita.

Virgin Galactic no volará al espacio, sino al límite de la atmósfera

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Los primeros cobrarían algo más de 200.000 dólares por pasaje; los segundos, unos cuatro millones. La primera es una empresa con serias posibilidades de tener éxito, pero no pondrá a nadie en órbita, sólo llevará a sus tripulantes a los límites de la atmósfera terrestre durante unos minutos. Para que se hiciese realidad la propuesta de Galactic Suite en el tiempo que su director, Xavier Claramunt, se ha fijado, sería necesaria una revolución similar a la que protagonizó EEUU en los sesenta con el programa Apolo.

Engstrom, que junto al ex director de lanzaderas futuras de la ESA Heinz Pfeffer hizo pública una opinión que no suele aparecer en los medios, asegura que la gente de la industria aeroespacial tiene una opinión similar a la suya. Y no duda en llamar "timadores" a quienes venden billetes para viajes espaciales imposibles. "Quería dar un toque de atención al público en general y a los políticos diciendo: no compres cualquier cosa", indica. "Hay gente que me llama pesimista, pero no creo que haya ninguna ventaja en vender un sueño fantástico a los políticos y después decir: no lo logramos", añade.

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Uno de los que cree que Engstrom y Pfeffer son pesimistas y miopes es Stephen Ashworth, miembro de la Sociedad Interplanetaria Británica. "Su postura es coherente con lo que se piensa en la ESA", asegura. En su opinión, la agencia espacial europea tiende a negar las ideas innovadoras que pueden abaratar el acceso al espacio y que permitirían, en unos veinte años, volar hasta un hotel orbital por sólo 20.000 dólares por pasajero.

Una de las tecnologías que, en teoría, permitirían abaratar el vuelo espacial son los cohetes que respiran aire. Estos sistemas, publicitados por compañías como Bristol Spaceplanes, reducirían el volumen de las lanzaderas aprovechando el oxígeno de la atmósfera. Este elemento es, junto al hidrógeno, la base de los sistemas de propulsión química que llevan los cohetes al espacio. Si se redujese su volumen sustituyéndolo, al menos en parte, por el oxígeno presente en la atmósfera, los cohetes serían más ligeros y los lanzamientos más baratos. Ningún cohete con esta tecnología ha volado aún al espacio.

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Lanzar una cápsula tripulada costaría, como mínimo, 100 millones

El segundo paso sería, en opinión de Ashworth, construir un sistema de transporte reutilizable, como los transbordadores, pero mucho más barato. Cada lanzamiento del avión que la NASA emplea para llevar a sus astronautas al espacio cuesta alrededor de medio millón de dólares. Sin embargo, un nuevo diseño y un mercado lo suficientemente amplio, podría reducir el coste por lanzamiento.

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En opinión de Ashworth y muchos otros entusiastas del vuelo espacial tripulado, el mercado que haría viable el sistema de naves reutilizables estaría en el turismo espacial. La segunda pata sobre la que se sustentaría el desarrollo de esta industria es la construcción de paneles solares en el espacio, una idea que tendría más apoyo si, finalmente, se acordasen recortes importantes de emisiones de CO2 para reducir el calentamiento global.

Sobre el optimismo tecnológico, Engstrom recuerda que los avances en el campo de la propulsión de cohetes han sido escasos desde la creación de los Saturno que llevaron a los primeros astronautas a la Luna en 1969. "Se pueden hacer extrapolaciones sobre la tecnología actual, pero eso no significa que se vayan a cumplir", asevera.

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Sobre la falta de atención a los nuevos avances tecnológicos, el ingeniero sueco recuerda que en los noventa la ESA realizó un estudio en el que participó un centenar de ingenieros para evaluar las posibilidades de nuevos sistemas de acceso a la órbita terrestre. Tras dos años y medio de trabajo, no encontraron ningún sistema que mejorase la clásica propulsión química.

"Tengo la impresión de que cuando se dicen estas cosas, se parte de que EEUU, China, Japón... son estúpidos porque no son capaces de viajar al espacio a bajo coste", indica Engstrom. "Quizá cuando entendamos mejor qué es la gravedad o qué es la masa, podamos hacer algo, pero de momento es complicado. Esa es una de mis principales ambiciones, decir que [poner un objeto en órbita] es difícil", añade.

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Algunas personas que saben algo sobre vuelo espacial tripulado son algo más optimistas respecto a la viabilidad del negocio del turismo espacial. El director de la NASA, Charles Bolden, ha dicho que tiene la "sincera esperanza" de que el turismo espacial despegará de verdad durante los próximos años. El tiempo dirá quién acierta con los vaticinios, pero, como suele suceder, es probable que el futuro sorprenda a todos.

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