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Tres, dos, uno... ¿A qué piso?

Un consorcio japonés reaviva un proyecto tan viejo como audaz: el ascensor a la órbita terrestre

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Allí donde un ser humano logró llegar sobre la Tierra, abrió un camino a los siguientes, tendiendo una línea –un ferrocarril, una carretera, un puente– que les ahorrase esfuerzos. Pero donde acaba el cielo azul persiste una frontera que reserva el espacio para unos pocos elegidos. Y por más que se hayan lanzado miles de cohetes, el próximo despegue de un Soyuz o un shuttle se enfrentará a los mismos obstáculos que debió sortear el Sputnik 1 en 1957.

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Algunos visionarios están empeñados en que esto deje de ser así, tendiendo un funicular a la órbita terrestre. La idea del ascensor espacial es audaz y soñadora, pero ni es nueva, ni se enfrenta a barreras físicas infranqueables, como los largos viajes espaciales. Es técnicamente complejo, pero teóricamente posible.

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En 1895, el físico ruso Konstantin Tsiolkovski, el padre de la astronáutica, quedó tan maravillado con el prodigio de ingeniería de la torre Eiffel que propuso erigir una estructura hasta la órbita, en cuya cima se construiría un “castillo celestial”. Desde allí, decía Tsiolkovski, se podrían lanzar naves al espacio sin cohetes.

El defecto en el esquema del pionero ruso era que no existe material capaz de soportar su propio peso en una estructura tan inmensa. Pero la sugerencia caló en su compatriota Yuri Artsutanov, quien en 1960 publicó en el diario Komsomolskaia Pravda un artículo, Al cosmos en tren eléctrico, en el que auguraba que en un futuro –“al fin de este siglo XX”– se construiría un “teleférico cósmico” para viajar al espacio con la facilidad de “una excursión de Moscú al extrarradio”.

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Artsutanov introdujo una modificación que luego ha perdurado en la mayoría de los diseños: en lugar de una estructura autoportante, como definió su predecesor, sugirió un cable anclado a la Tierra y tendido hasta una distancia de decenas de miles de kilómetros.

¿Así, tan sencillo? ¿Es posible que el cable permanezca tenso y vertical? El secreto: la estación debe situarse en la llamada órbita geoestacionaria, una franja que rodea el ecuador a 36.000 kilómetros de altitud. Allí los satélites giran en sincronía con el planeta; desde la Tierra, parecen inmóviles. Para comparar, la Estación Espacial Internacional vuela a solo 350 kilómetros de altura.

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Por lo demás, el ascensor espacial es similar a hacer girar una piedra atada con una cuerda; ésta se mantiene tensa por la fuerza centrífuga, mayor cuanto más largo es el cordón. En el caso del ascensor, a esta fuerza se opone la gravedad terrestre. Al aumentar la longitud del cable, en el extremo crece la fuerza centrífuga y disminuye la gravedad. El punto donde se equilibran es la órbita geoestacionaria.

Pero el problema no acaba aquí: el cable también pesa, y mucho. Para que el centro de masas de todo el sistema caiga en la geoestacionaria, el peso del cable bajo la estación debe compensarse en el lado opuesto, lo que se lograría con un contrapeso, o bien tirando más cable, hasta igualar. Como el peso disminuye al alejarse de la Tierra, los 36.000 kilómetros deberían contrapesarse con aproximadamente el doble; total, unos 100.000 kilómetros, más de la cuarta parte de la distancia entre la Tierra y la Luna.

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Aunque los desafíos técnicos parecen inabordables, desde que el escritor Arthur C. Clarke popularizó la idea en 1979 numerosos grupos han decidido afrontarlos, e incluso se han convocado premios. El grupo Liftport, de EEUU, refleja en su web una cuenta atrás hacia su objetivo: 27 de octubre de 2031.

El último empeño serio es el de la Japan Space Elevator Association (JSEA). En noviembre, este consorcio organizará un congreso para fijar la agenda del proyecto, al que ya han puesto precio: 6.000 millones de euros. Los japoneses confían en resolver uno de los mayores escollos, el cable, que requiere una resistencia 180 veces superior al acero.

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Japón cuenta con una amplia experimentación en nanotubos de carbono, una fibra que podría soportar las enormes tensiones. Dado que este material conduce la electricidad, se tiraría un segundo cable para proveer de energía a la cabina. La tecnología se inspirará en los trenes bala nipones.

¿Un sueño más? El presidente de JSEA, Shuichi Ono, no duda del éxito: “Cualquiera podrá subir al espacio”.

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