madrid
La investigación es un empeño internacional que está en continuo proceso de cambio y ese cambio incluye sorteos e inspectores antifraude, dos tendencias indudablemente llamativas que van ganando terreno. Gran parte del tiempo de los científicos y de otros investigadores académicos se dedica a redactar proyectos de investigación para presentarlos ante los organismos públicos y privados que los pueden financiar. Una vez terminado el trabajo del proyecto, se dedica igualmente mucho tiempo a presentarlo de forma que opte a ser aceptado para su publicación en las revistas prestigiosas.
La selección por expertos en la primera etapa es un proceso costoso y largo para las agencias de financiación y, cada vez más, se considera ineficiente, dado el creciente número de candidatos a los fondos disponibles, siempre escasos. La etapa final, la de la publicación, también está en evolución por causas parecidas, pero el desastre mayor es cuando se demuestra que se han publicado resultados erróneos, que representan errores o fraudes y consiguieron en su momento pasar el filtro de los expertos.
En Nueva Zelanda, por ejemplo, el equivalente al español Fondo de Investigaciones Sanitarias recurre al sorteo parcialmente para elegir a qué proyectos adjudica fondos. Empezó en 2015 al lanzar un nuevo tipo de ayuda a la investigación destinada a financiar ideas novedosas, lo mismo que hizo en 2018 la importante Fundación Volkswagen en Alemania, que solicita proyectos de solo 1.000 palabras y en la que la selección es anónima para dar oportunidad a investigadores jóvenes y desconocidos. La Fundación Nacional de la Ciencia de Suiza y la británica Nesta son otros dos organismos que están probando con los sorteos. La tendencia es clara, señala Teo Firpo, de Nesta, que financia la participación de expertos en proyectos de innovación en pequeñas y medianas empresas a través de una lotería.
Hace unas semanas, en la Universidad de Zúrich, los partidarios de un mayor papel del azar en la investigación unieron fuerzas para reclamarlo, informa la revista Nature. Creen que tiene muchas ventajas y que puede utilizarse también para seleccionar los artículos a publicar e incluso los candidatos a ocupar puestos académicos. Los procesos de selección de proyectos son ineficientes, en opinión de la organizadora de la reunión, la economista Margit Osterloh, que inició el debate en la revista Research Policy. Seleccionar los mejores y los peores es fácil, pero la gran mayoría son de calidad mediana y los criterios no son buenos, explica. Se está demostrando continuamente, por otra parte, que los jueces tienen prejuicios, de los pueden no ser conscientes, que aplican a la selección.
El proceso de selección por sorteo no se deja totalmente al azar ni está exento de una justificación teórica. Se seleccionan los proyectos con una calidad mínima (la agencia de financiación puede añadir otros criterios) y entre ellos se sortean los fondos disponibles. El objetivo es no dejar sin posibilidad de financiación las mejores ideas y también simplificar el proceso, porque los proyectos se redactan de forma mucho más corta y simple dado que solo tienen que cumplir unos criterios mínimos.
Una vez conseguido el dinero para investigar, se puede o no lograr el objetivo perseguido, y si se lograr, entonces se prepara para publicar. Es en esta fase final donde grandes escándalos recientes, revelados en parte gracias a las posibilidades que brinda Internet, están llevando a algunas instituciones a crear la figura de inspectores antifraude. Son personas de la institución o empresas ajenas que revisan los artículos antes de su publicación, buscando simples errores no intencionados, indicios de falta de supervisión o pruebas de algo más grave. Europa lleva la delantera en este tema, ya que sucede desde hace tres años en un instituto alemán y se está implantando en otras instituciones informa Nature.
Este esfuerzo resulta rentable para los organismos porque existen ya especialistas dedicados a recibir denuncias anónimas e identificar errores en los artículos publicados, que diseminan ampliamente a través de Internet, en webs como Retraction Watch. La vigilancia es de ámbito mundial y especialmente fuerte en el área biomédica. Ya no es fácil, gracias a las posibilidades técnicas, que se pasen por alto imágenes duplicadas en artículos distintos, correspondientes a experimentos diferentes, como fue supuestamente el caso del equipo de Carlos López Otín en la Universidad de Oviedo conocido el año pasado.
Las revistas que han publicado artículos que luego han sido retirados por no haberse podido demostrar que sus resultados fueran genuinos aducen que no tienen medios para hacer esta labor de vigilancia previa a la publicación, aunque algunas ya han implantado sistemas de comprobación de imágenes. Los directores de los laboratorios afectados ven como su carrera se termina abruptamente y la reputación de los coautores, la institución y la revista implicadas sufre mucho, así que la idea de una inspección previa no es tan descabellada, sobre todo porque parte de los trabajos actuales suelen ser mucho más complejos que hace solo 30 años.
Sin embargo, un alto porcentaje de las grandes instituciones dedicadas a la investigación ni siquiera piensan en establecer estos controles, sobre todo si son externos, ni tienen dinero para hacerlo. Creen que es labor de los jefes de laboratorio o los departamentos universitarios supervisar el trabajo y mantener una cultura de honradez que impida errores y fraudes, a pesar de que la presión para publicar sea tan grande como lo es actualmente para los que optan por una carrera investigadora.
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