A comienzos de la década de 1920, el joven científico ruso Nikolai Vavilov era un héroe. Había comenzado su 'misión para toda la humanidad', un viaje por los cinco continentes para recoger miles de semillas. Su intención era cruzar variedades agrícolas de todo el mundo para crear superplantas capaces de crecer en cualquier parte, desde el desierto a la tundra.
Era un Indiana Jones de la botánica, como le llama el periodista británico Peter Pringle en su libro El asesinato de Nikolai Vavilov (Simon & Schuster, 2008, en inglés). Intentó impulsar una transformación radical de la agricultura 30 años antes de la Revolución Verde, impulsada en EEUU por Norman Borlaug basándose en la genética y la aplicación masiva de pesticidas.
Sin embargo, cuando Lenin murió en 1924 y Stalin asumió las riendas de la Unión Soviética, Vavilov se convirtió en un apestado. Como narra Pringle, la prensa del régimen, capitaneada por el diario Pravda, creó un nuevo mito para el pueblo, Trofim Lysenko, un campesino que presumía de falsas cosechas milagrosas. Stalin dio su confianza a este científico descalzo, uno de los mitos perfectos creados de la nada por la dictadura. Y Lysenko comenzó una brutal purga entre los botánicos que abrazaban una nueva ciencia, la genética.
Vavilov fue su víctima más conocida. La policía secreta se inventó falsos cargos de sabotaje y espionaje contra él. Y, en una macabra carambola, el científico que quiso garantizar la alimentación del pueblo acabó muriendo de hambre en un campo de concentración.
Toda la Unión Soviética pagó el ostracismo de Vavilov. A principios de la década de 1920, Lenin apoyó las expediciones del científico, porque 'encajaban perfectamente en la utopía socialista', como recuerda Pringle. Pero las ideas de un hijo de la burguesía, como era Vavilov, no podían prosperar en el reinado del terror estalinista.
Cuando las autoridades colectivizaron la tierra e impusieron las alocadas teorías de Lysenko, como enfriar las semillas antes de plantarlas, comenzó una hambruna que mató a millones de personas. Ahora, Vavilov, su legado de miles de semillas y plantas de todo el mundo custodiadas en la estación de Pavlovsk, se vuelve a enfrentar a un mandatario ruso, Dmitri Medvédev.
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