Michael Dixon, director del Museo de Historia Natural de Londres, lo tiene muy claro: 'somos el mayor centro del mundo en número de ejemplares (animales, vegetales y minerales) registrados y clasificados; tenemos 70 millones y no nos gana nadie'. Así de seguro hablaba los días previos a la inauguración del centro Darwin, una nueva y moderna ala del museo ubicado desde 1881 en el barrio de Kensington, al sur de la capital inglesa.
Pero la importancia del nuevo centro, que hoy se abre al público, no se mide únicamente por el número de ejemplares identificados la mayoría fuera de los ojos del público, sino por la investigación que lleva a cabo y la divulgación que hace de sus conocimientos. 'Como museo de ciencias naturales o por cómo presentamos públicamente el trabajo, nuestros mayores competidores son el museo de Washington, el de París y el último abierto en Nueva York', dice Dixon. 'En el ránking de investigación y divulgación científica estamos entre los cuatro primeros del mundo', añade el director, que lleva varios días enseñando el centro. Ayer se lo mostró al príncipe Guillermo antes de su apertura oficial.
El museo muestra gusanos en formol que Darwin recogió en sus viajes
Diez años de embarazo
El centro Darwin ha tenido 10 años de gestación y se ha construido en dos fases, la primera inaugurada en el año 2002, y esta última, centrada en el cocoon (capullo o huevo gestante), que guarda 20 millones de especies 17 de insectos y 3 de plantas. El proyecto ha costado 78 millones de libras (93 millones de euros), de los cuales el Gobierno ha aportado 11 millones de libras (13 millones de euros). El centro arrebatará, probablemente, a los dinosaurios el protagonismo de este museo, en el que se puede observar desde la sangre fresca o conservada en los vasos de un diminuto mosquito hasta una planta venenosa de 1,20 metros de altura. En opinión del director del museo, 'lo importante no es únicamente mostrar especies, sino explicar qué papel han tenido estas en la formación del planeta y cómo han llegado hasta donde están'.
Escorpiones fluorescentes, plantas carnívoras, una pequeña parte de los 48.000 ejemplares de arañas que tiene el museo, mariposas de los colores más estrambóticos o los gusanos en formol que recogió el naturalista Charles Darwin (1809-1882) son algunas de las muestras que se exhiben en el nuevo centro, adosado a los laboratorios del museo. Esta integración de espacios de trabajo y de exhibición pública es otro de los méritos del centro Darwin. Caminando por los 65 metros de pasillo en espiral de la parte alta del capullo, el visitante se topa con varios lugares abiertos con cristaleras a laboratorios o talleres de trabajo donde unos 220 científicos estudian insectos y plantas.
El visitante podrá descargarse información en una tarjeta electrónica
Folletos digitales
Una de las novedades del nuevo centro es la adquisición de una tarjeta numerada individualmente al estilo de las tarjetas bancarias que permitirá al visitante recoger información del centro y, al llegar a casa, descargarla en el ordenador. Quien esté interesado, por ejemplo, en la propagación de la malaria, no sólo podrá acceder a la información del centro cuando observe los mosquitos que transmiten esta enfermedad, sino que con la tarjeta podrá incorporarse a grupos de estudio o blog constituidos con el fin de conocer cómo se propaga la citada dolencia o qué se está haciendo para erradicarla. Junto a algunos de los objetos exhibidos hay una señal para colocar la tarjeta, descargar la información correspondiente, llevar de nuevo la tarjeta al bolsillo y regresar al ordenador personal. Más fácil y rápido que pasar una tarde entera en una biblioteca.
El concepto de cambio climático era ajeno al vocabulario de Darwin, pero no lo es al de los científicos que continúan hoy sus investigaciones. Las nuevas tecnologías aplicadas a los métodos de difusión interactivos hacen de este nuevo espacio un lugar puntero para la combinación de los investigadores cada día uno de ellos hará una explicación pública de su trabajo y los divulgadores. En un espacio de 30 metros, las paredes llenas de pantallas invitan, con sólo tocar un icono, a subir o bajar la temperatura de distintos lugares del planeta y contemplar las consecuencias del cambio o surcar el mapamundi en busca del porqué del último tsunami. Hay una sala dedicada a identificar especies aportadas por el público.
En el centro Darwin se exponen 20.000 ejemplares, representativos de los 20 millones que se guardan en la nueva extensión del museo. Los programas educativos incluyen temas como El tesoro de los Andes, Elefantes enanos de Europa, El apareamiento de las arañas o Los cazadores de virus. Con razón y autoridad, Michael Dixon asegura que 'el centro cambiará la percepción de lo que es un museo; hemos subido un palmo el listón en la difusión de las ciencias naturales'.
La forma del centro Darwin es una alegoría; la membrana de un capullo o la cáscara de un huevo gestante que protege algo en su interior. Protege 20 millones de especies para divulgación científica. Anna Maria Indrio, a la cabeza del equipo danés de arquitectos, cuenta que “con este proyecto hemos querido comunicar, dar mensajes, no queríamos hacer un edificio de exposición ni un añadido al edificio original”. La arquitectura del centro Darwin resulta tan interesante como las estrategias elegidas para la divulgación científica. El material básico es un hormigón ligero, blanco por fuera del capullo y gris por dentro. Ha supuesto la mayor transformación arquitectónica del edificio victoriano inaugurado en 1881, el año antes de la muerte de Darwin, quien, según el director del museo, “estaría contento de lo que hemos hecho”.
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