Cómo disfrutar de las piscinas naturales sin poner en riesgo nuestra salud ni la de los ecosistemas
Las piscinas fluviales y aguas de baño de interior son alternativas para el disfrute en épocas de calor, pero se debe atender a su salubridad y a la gestión sostenible de estos espacios.
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valència,
Los ambientes fluviales y lacustres de interior suponen una alternativa a las zonas de costa para ayudar a soportar el calor del verano. La promesa de un chapuzón refrescante en una poza de un río, en un lago o en una laguna atrae la atención de cada vez más público.
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Sin embargo, es importante conocer los riesgos potenciales para la salud y para los ecosistemas derivados de su uso indiscriminado. La máxima aquí es: conozcámoslos mejor para usarlos mejor.
¿Qué son realmente las piscinas naturales?
Se suele hablar de piscinas naturales para referirse a las aguas de baño de ríos, lagos y lagunas. Pero el término 'piscina natural' hace referencia en la literatura especializada a cuerpos de agua creados artificialmente con fines recreacionales, aislados de otras masas de agua superficiales y subterráneas, y caracterizados por la utilización de sistemas biológicos de depuración (los llamados 'filtros verdes') en sustitución de sistemas químicos.
Estas piscinas, realmente pseudonaturales, se diseñan y construyen a semejanza de los espacios naturales de baño y son cada vez más demandadas para el uso particular.
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Esta aclaración terminológica implica que utilice de aquí en adelante la expresión 'aguas de baño de interior' para referirme a pozas o remansos de ríos, galachos (meandros abandonados de ríos), charcas, lagunas… Esto es, ambientes acuáticos naturales de interior utilizados para el baño recreativo.
Las piscinas naturales y los aguas de baño de interior constituyen los extremos de un gradiente de mayor a menor grado de antropización donde existen situaciones intermedias. Un ejemplo son las denominadas piscinas fluviales, en las que un tramo de río es modificado para el embalsamiento mediante la construcción de diques o azudes.
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Esta precisión terminológica es pertinente ya que atiende a entidades diferentes respecto de su grado de naturalidad. Y porque además existe cierta controversia respecto de la legislación que aplica a la garantía de calidad y salubridad de las aguas de unas y otras.
Calidad y salubridad de las aguas
En el caso de las aguas de baño de interior y piscinas fluviales, la normativa que regula la gestión de su calidad en el territorio español es el Real Decreto 1341/2007 que transpone la Directiva 2006/7/CE del Parlamento Europeo y del Consejo.
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El RD 1341/2007 establece, en primer lugar, la elaboración de un censo de zonas de baño a escala nacional y una serie de criterios sanitarios de calidad a aplicar a las mismas. Esencialmente, estos criterios son dos:
- El seguimiento anual de parámetros bacteriológicos de contaminación fecal por parte de los órganos ambientales competentes (agencias autonómicas u organismos de cuenca para demarcaciones hidrográficas intercomunitarias).
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- El establecimiento de cuatro niveles de calidad (de insuficiente a excelente) en base a valores límite de dichos parámetros.
Así, se cuantifican enterococos intestinales y 'Escherichia coli' en muestras recogidas durante la temporada de baño mediante un protocolo estandarizado. El origen principal de la contaminación fecal es la descarga de aguas residuales domésticas no tratadas, bien por la inexistencia de estaciones depuradoras o por su mal funcionamiento.
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Otras causas de contaminación como escorrentías de instalaciones pecuarias no se deben subestimar, especialmente en enclaves donde no haya un caudal suficiente de renovación. Se atiende también a la posible proliferación masiva de cianobacterias tóxicas, reconociéndose por la aparición de floraciones algales, cenobios o incluso de espuma.
La normativa contempla altas y bajas del censo de aguas de baño (a publicar antes del inicio de la temporada), número de bañistas, prohibiciones o recomendaciones de abstenerse del baño cuando la calidad no es suficiente, así como actuaciones ante eventos puntuales de contaminación. La adecuada señalización y disposición de información al usuario acerca del estado en que se encuentra cada enclave es preceptiva para la salud de los bañistas y la conservación de estos ambientes.
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Vigilancia y monitorización
Aparte de las aguas de baño de interior censadas, existen en nuestro territorio otras muchas zonas de remanso o embalsamiento natural. El baño es posible allí donde no exista una prohibición expresa o recomendación de abstenerse del mismo de forma permanente.
Si bien es cierto que estos enclaves quedan fuera del ámbito de aplicación del RD 1341/2007, permanecen aún sujetos a los criterios de calidad biológica, hidromorfológica y físico-química que establece la Directiva 2000/60/CE del Parlamento Europeo y del Consejo.
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La también conocida como Directiva Marco del Agua aspiraba, no sin ambición, a que "los Estados miembros protejan, mejoren y regeneren todas las masas de agua superficial con el objeto de alcanzar un buen estado a más tardar quince años después de la entrada en vigor de la presente Directiva".
Los organismos de cuenca y agencias autonómicas con competencias en materia hidrológica publican anualmente los resultados de las campañas de monitorización de calidad de las aguas superficiales.
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Ecosistemas acúaticos que cuidar
Pese a la permisión del baño y de otras actividades (como la pesca), es importante reconocer que estos parajes no son espacios de libre uso. Se trata de entornos naturales que forman parte de ecosistemas –más complejos de lo que sugiere la apariencia de una lámina de aguas tranquilas– que es necesario preservar.
El agua, como recurso finito, y su calidad son muy sensibles al balance entre sus diferentes usos, incluido el recreativo. Así, un modelo de gestión sostenible de estos espacios naturales debe basarse en una profunda comprensión de su funcionamiento, que será tanto más complejo cuanto más dinámico sea el sistema. A partir de él será posible determinar los impactos que cualquier actividad humana pueda tener sobre los sistemas naturales e intentar minimizarlos.
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La gestión del acceso y el establecimiento de normas de uso para la conservación de estos enclaves es crucial ya que estos sitios no son espacios protegidos, sino zonas de relativo fácil acceso que suelen masificarse.
Debido a la afluencia excesiva, suele producirse la afectación de las zonas de ribera (por ejemplo, por la acumulación de basura) y la concentración de contaminantes en el agua (por ejemplo, por escapes fecales y no fecales de bañistas, uso de protectores solares, lixiviado de basuras, etc.) que repercuten negativamente en el funcionamiento del ecosistema fluvial.
Las zonas de ribera suelen adecuarse para el uso recreacional perdiendo naturalidad, pero no hay que olvidar que pozas y remansos no son independientes de estas.
Las riberas son áreas de transición donde ecosistemas terrestres y acuáticos contactan e interactúan directamente. Son zonas de gran trascendencia en las cuencas fluviales pues están implicadas en el almacenamiento de agua, la recuperación de acuíferos, el reciclado de nutrientes y el procesamiento de materia orgánica. La pérdida efectiva de zonas de ribera afecta a estas funciones.
Por otra parte, la contaminación del agua es especialmente dañina para la vida acuática en un contexto de déficit hídrico, donde el potencial de dilución es bajo y no siempre pueden asegurarse caudales ecológicos por competencia con otros usos del agua.
Más acuciante es el caso de los ríos temporales, que durante la fase seca quedan reducidos a pozas aisladas que sirven de refugio de biodiversidad y son especialmente sensibles a la concentración de tóxicos.
Huelga decir que la calidad del agua de estos sistemas no sólo es clave para su pervivencia y la de los organismos que albergan, sino también para muchos otros usos del agua, incluyendo el abastecimiento a las poblaciones y la agricultura de regadío.
Esto no es una llamada al impedimento, sino al uso racional de estos enclaves en la que muchos actores, desde usuarios hasta gestores, pasando por los científicos, debemos hacer por conocer los recursos que tenemos, cómo usarlos sin comprometerlos, y cómo disfrutarlos.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation.