El cambio climático provoca guerras
Un estudio refleja la influencia del clima en periodos históricos de hambre y conflicto.
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Un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla, sentenciaba el filósofo hispano-estadounidense Jorge Santayana. Los cambios climáticos, como el que hoy vive el planeta, no son fenómenos inéditos y tal vez por ello un equipo internacional de científicos ha estudiado el impacto de anteriores ciclos del clima en el devenir de la Humanidad, con el fin de extraer lecciones para el futuro. Los resultados de la mirada hacia atrás son demoledores: en épocas históricas, las alteraciones del clima han diezmado la producción agrícola y disparado los precios, prendiendo la chispa de las revueltas sociales, la guerra, el hambre y las crisis demográficas. Y, lo que es peor, las medidas sociales no lograron paliar estos efectos.
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La premisa de la que parten los investigadores, pertenecientes a instituciones de China, EEUU y Reino Unido, es que la temperatura influye en la actividad humana más que ninguna otra variable del clima. Trabajos anteriores han comparado datos paleoclimáticos con la evolución de las poblaciones prehistóricas, determinando que la guerra fue una adaptación evolutiva en etapas de escasez de recursos. Un trabajo pionero publicado por el demógrafo Patrick Galloway en 1986 asoció las crisis dinásticas y los estallidos bélicos en China a las fases más frías en el hemisferio norte.
La pequeña edad del hielo
Para el presente estudio, que aparece publicado en PNAS, el equipo dirigido por David Zhang, científico de la Universidad de Hong Kong, ha enfocado el periodo histórico entre los años 1400 y 1900 de nuestra era, cinco siglos que integran la llamada pequeña edad del hielo que siguió a un medievo relativamente más cálido. Aunque no hay unanimidad entre los expertos sobre el verdadero alcance de esta mini-glaciación, el registro histórico recoge las abundantes ocasiones en que el río Támesis se helaba y sobre su pavimento congelado se celebraban las llamadas Ferias de Helada. Lo mismo ocurría en los canales de Amsterdam o en el Bósforo Turco, y las crónicas relatan cómo en el invierno de 1780 los neoyorquinos caminaban sobre el hielo para cruzar de Manhattan a Staten Island.
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Al plantear la correlación estadística de los ciclos de guerra y paz con los datos paleoclimáticos en Europa y China, el veredicto de Zhang y sus colaboradores indica que la fluctuación de las temperaturas preside los picos de agitación, en relación directa con el descenso de la producción agrícola, la reducción de los alimentos disponibles per cápita y las escaladas de precios. Los intervalos de calma realimentaron el ciclo, permitiendo a los supervivientes repartirse los escasos recursos y crecer de nuevo.
Aunque sus datos hablan de enfriamiento, fenómeno contrario al actual, los autores puntualizan que el impacto del presente calentamiento global sobre la agricultura y los ecosistemas humanos es comparable, o incluso más peligroso, que el reflejado en el estudio. Frente a los negacionistas del cambio climático, que hablan de ciclos naturales, los autores ponen de manifiesto que, en épocas históricas, estos ciclos se han moderado por la vía del exterminio de una buena parte de la Humanidad, la que perdía la batalla por el control de los recursos.