La vida cotidiana en el crimen comunista
El escritor Vesko Branev narra en 'El hombre vigilado' sus vivencias en la Bulgaria socialista. Víctima y cómplice del régimen, el autor describe cómo el Partido transformó las conciencias
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A sus 77 años, Vesko Branev aún busca el significado de la palabra comunismo. Nacido en una familia burguesa de Sofía, Branev se convirtió en un reaccionario camuflado. Su sueño era ser cineasta pero mientras estudiaba en el Berlín previo al Muro, fue detenido por la Policía de la RDA. Lo acusaron de intentar huir. Fue encarcelado y devuelto a Bulgaria, dónde vivió hasta finales de los ochenta. Tuvo que fingir respetar los dictámenes del partido único que gobernó su país durante más de cuatro décadas. Los ojos de la vigilancia de la Seguridad del Estado le limitó el campo de acción.
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Gracias a la desclasificación de la documentación del periodo comunista, Branev accedió al dossier que la Policía búlgara redactó entre 1958 y el 1974. La lectura de ese informe desencadenó la escritura de El hombre vigilado (Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores), un libro en el que vuelca todas las vivencias de ese periodo y explica cómo el régimen totalitario transformó las conciencias de todos sus compatriotas.
"Durante la larga noche totalitaria, no todos los gatos son pardos"
La vigilancia a la que sometieron a Branev no es un caso aislado. Cuenta el historiador Marc Gil que los aparatos de seguridad de la Europa del Este, además de realizar las tareas propias de los servicios secretos, se encargaban de seguir las actividades políticas de todos los ciudadanos. "Bajo las ordenes del Partido Comunista, los servicios de seguridad eran considerados como la espada y el escudo del Partido, eran los defensores del orden establecido y los ejecutores de su voluntad", añade este profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
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Vesko Branev explica que sin la ayuda del ensayista Tzvetan Todorov la redacción del libro hubiera sido mucho más difícil. Todorov, francés nacido en Bulgaria en 1939, fue el destinatario de los fragmentos que Branev se atrevía a escribir, y cuando recibió el manuscrito, no dudó en prologarlo. En opinión de Todorov, El hombre vigilado tiene dos características que lo distinguen de otros volúmenes que también recogen testimonios del totalitarismo. La primera es que Branev no cuenta situaciones extremas, sino que recuerda la vida cotidiana de la gente ordinaria. "No hay crímenes espectaculares, pero sí la destrucción del interior del hombre", apunta Todorov, antes de detallar la segunda cualidad que singulariza este libro.
"El autor resiste la tentación de lanzar la culpa a los otros y atribuye en todo momento un lazo de humanidad a sus delatores y dirigentes políticos. Durante la larga noche totalitaria, no todos los gatos son pardos y Vesko siempre ha sido un hombre digno y decente sin ser un superhéroe", argumentaTodorov, autor de El miedo a los bárbaros, mientras mira con afecto respetuoso a Branev.
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"El régimen intentó destruir un pueblo a base de desmoralizarlo"
La lidia de Branev con la culpa aparece hasta la última página del libro. "Tras escribir estas páginas me he quitado un gran peso de los hombros. Escribirlo me ha facilitado entender la actualidad y me ha revelado que los crímenes cometidos eran más graves de lo que creía. Bajo aquel totalitarismo todos entramos en el gran crimen comunista. Crearon un mundo en el que todo el mundo era culpable. El régimen intentó destruir un pueblo a base de desmoralizarlo", afirma.
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A Vesko Branev le interesaba mostrar la pérdida de la libertad individual que impuso el partido único a través de su experiencia. "Escribiendo el libro también he descubierto mi propia personalidad, porque ser sincero es muy complicado. Mi hijo me decía que la verdad nunca es demasiado, pero el proceso de buscar en profundidad dentro de uno mismo y confesar las culpas es difícil y doloroso", cuenta con la mirada perdida.
"Actualmente, en Bulgaria mi libro no se lee. No quieren escuchar"
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Las páginas en las que el autor se enfrenta a su propia culpa quizás son las más conmovedoras por la sinceridad que acumulan. El autor se desnuda y, por extensión, destapa a todos los que cómo él fueron cómplices de un sistema totalitario que consiguió mutilarles el pensamiento.
El poeta favorito del padre de Vesko Branev era Whitman y no Maiakovski, como correspondía a un buen comunista. El autor cuenta con tristeza que su padre murió desengañado pocos meses después de la caída del Muro de Berlín, hace 20 años. "A la gente de izquierdas no le gusta escuchar argumentaciones que provengan de otros lados ideológicos. Es un aspecto interesante e inexplicable de las personas de izquierdas. En la actualidad, mi libro no se lee en Bulgaria. No quieren escuchar. Un buen ejemplo es mi padre. Le pregunté si en los años treinta se dio cuenta de lo que sucedía en Moscú. Me contestó que lo leyó en los periódicos, pero como eran de derechas no lo creyó", detalla con una amargura mal disimulada. "Acordarse de un amigo que terminó suicidándose y que cuando hablaban de política le decía: ¡Oye, no destruyas mi fe en la idea comunista!", termina por desenmascarar la impotencia que siente el autor.
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Durante la entrevista, Todorov no interrumpe en ninguna ocasión a Branev, ni siquiera para ofrecer un contrapunto. Se limita a escuchar y asentir tímidamente. "En Branev veo a mi doble, es mi fantasma, que me recuerda lo que yo habría sido si hubiera permanecido en el país. Es como la historia que narra Henry James en El rincón feliz, la de un hombre que estuvo fuera de su país durante 35 años y cuando vuelve conoce a un fantasma. Ese fantasma es su doble", descubre el escritor y pensador, que en su último libro apela a disfrutar de las obras literarias en sí mismas y arrinconar las teorías que las alejan de los lectores.
"Los servicios de seguridad eran como la espada y el escudo del Partido"
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Una carcajada sale de la boca de Branev cuando oye que su amigo le llama fantasma desde hace 50 años. Todorov le responde con una sonrisa y añade que "el sentido del humor se refuerza bajo la adversidad. Bajo el totalitarismo nos reíamos mucho, contábamos muchos chistes que nos ayudaban a sobrevivir". Tras una breve pausa se atreve a contar uno: "Recuerdo el de una señora que entra en una tienda. Pregunta si queda carne y el carnicero le responde que no tiene pescado. Sé que este chiste no es muy bueno, pero es que el gracioso es Vesko".
Los dos escritores Vesko Branev y Tzvetan Todorov rehúyen el debate sobre la memoria y el olvido. Aunque Branev matiza que los recuerdos dolorosos deben compartirse con los que han sufrido situaciones similares. "Propongo crear una página web llamada Arrepentimiento, para que los búlgaros que arrastren una culpa puedan compartirla. Así podrán descargar sus almas", apunta. Dice que a pesar de ser un hombre vigilado, ahora puede dormir tranquilo.
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1944. El ejército rojo
“Tras la entrada del Ejército Rojo en Bulgaria, en 1944, por supuesto sin haber encontrado la menor resistencia, y después que se formara un nuevo gobierno de tendencia antialemana, mi padre nos confesó que era miembro del Partido Comunista desde 1918, que había escrito y publicado poemas revolucionarios y que, antes de que yo naciera, había estado en la cárcel, condenado por actividades políticas clandestinas”.
1948. Año negro en Bulgaria
“Estamos a finales de los años cuarenta, años de procesos políticos, de campos, de condenas a residencia vigilada, de privación del derecho a ejercer una profesión, de expulsión de la Universidad. [...] En un tiempo récord el miedo se apoderó de todos. [...] Se han prohibido todos los periódicos no comunistas. El último vínculo, por débil que hubiera sido, con la cultura europea queda interrumpido”.
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1957. Aversión por la URSS
“Ya en esos momentos siento aversión por la Unión Soviética, sobre todo tras lo acontecido en Hungría en 1956. ¿Por qué acepto hablar en público sobre la Revolución de octubre? Debido a mis frecuentes contactos con la cultura y la vida política de Berlín Oeste, me he forjado un nuevo punto de vista muy sesgado, sobre la vida en Europa del Este. Para mí, es una caricatura, un sucedáneo de sociedad, una imitación de la vida, un despreciable carnaval”.
1958. Desde la cárcel
“En mi caso no podía dictaminarse la culpabilidad ni amparándose en el tratado internacional, firmado también por la Unión Soviética, ni siquiera recurriendo a un texto legal totalitario. Berlín era una sola ciudad, sin frontera interna, y todo el mundo podía establecerse donde quisiera, de modo que yo no había pasado a otro estado. [...] Salí de la cárcel y volví a entrar en la ausencia de libertad”.
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1960. La vigilancia no cesa
“A principios de 1960 la Seguridad del Estado volvió a fijarse en mí, y eso en un momento en que el expediente del ‘Despreocupado’ estaba cerrado. En esta ocasión la iniciativa procedía de la segunda dirección (la de contraespionaje)”.
1968. Checoslovaquia invadida
“Lo más doloroso para nosotros fue que, junto con Polonia, Hungría y la RDA, según las cláusulas del Pacto de Varsovia –es decir, de Moscú–, varias unidades del Ejército búlgaro habían participado en este acto criminal comparable al asesinato de un recién nacido”.
1969. Sin intimidad
“Durante el primer registro secreto, los ‘hombres de la sombra’ localizaron mi diario íntimo y fotografiaron todas las páginas. Para la Seguridad del Estado, ese diario pasaba a ser la prueba irrefutable de que yo era hostil al régimen. Merece la pena detenerme brevemente en el tema . El contenido de mi diario no tenía el menor interés. No relataba ni acontecimientos interesantes ni aventuras emocionantes. Me limitaba a anotar reflexiones sobre mí mismo, páginas llenas de ingenuidad y de impotencia”.
1982. La vida cambia
“En 1982 festivales de Londres y de San Francisco seleccionaron ‘Hotel Central’, y en 1983 recibí el Premio a la Dirección del Festival de Cine Búlgaro de Varna. En todos ellos terminé con ovaciones. En conjunto había cumplido mis sueños de juventud, y en esos momentos la realidad totalitaria me sonreía y me tendía amablemente la mano. Me había hecho un lugar en el círculo de directores capaces de hacer películas interesantes”.
1989. Cae el telón de acero
“Stefan Vlaskov tenía todas las razones para alegrarse cuando, en el otoño de 1989, se derrumbó el Muro de Berlín. Tanto su familia como él había sufrido enormemente el poder del partido único. Pero el deshonroso recuerdo de sus contactos con los ‘hombres de la sombra’ arruinó su alegría y la convirtió en un pesado sentimiento de culpabilidad.A diferencia de tantos otros, no temía que su pasado de agente saliera a la luz. Todo lo contrario. Ese secreto le hacía sufrir y necesitaba hacerlo público para liberarse de él, de modo que publicó su confesión en la antigua revista literaria ‘Anales”.