Viaje al centro del castellano
Cervantes y Zorrilla acompañan al viajero en una visita de 24 horas por Valladolid, una ciudad de grandes iglesias y palacios que retiene la impronta de su condición como capital, en el siglo XVI, del imperio más poderoso de Occidente
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Dicen que Valladolid es cuna mayor de la lengua castellana, y quizás por eso la visita a la ciudad debe empezar por este principio, es decir por la mismísima Casa de Cervantes, donde se rinde homenaje permanente al autor del Quijote, quien fuera vecino de esta villa cuando además de villa era Corte, es decir, residencia del rey. La casa de Cervantes está en la calle Miguel Íscar, que desemboca precisamente en la plaza de Zorrilla, otro clásico de la lengua castellana que da nombre también a la arteria principal de la Valladolid del ensanche.
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La plaza Mayor, diseñada por Juan de Herrera tras el incendio de Valladolid de 1561, está presidida por la figura del conde Ansúrez, gallardamente plantado delante del Ayuntamiento, y pasa por ser la primera que se trazó guardando proporciones geométricas de toda España. Un equilibrio que se percibe desde cualquiera de sus rincones.
Después de visitar a la vecina más vieja de la Catedral, la iglesia de Santa María la Antigua, hay que hacer lo propio con su vecina más ilustre, la Universidad de Valladolid, con su espléndida fachada barroca. El palacio de Santa Cruz, integrado en la Universidad, exhibe con orgullo la primera fachada renacentista que se levantó en España; la antigua biblioteca, que se ve a través de un cristal, es su joya más preciada.
No está mal para una mañana en Valladolid, donde las proporciones y las distancias dan buena cuenta de su pujanza en los siglos XVI y, todavía, en el XVII. La decisión de elegir un restaurante en Valladolid es tarea difícil, porque la gastronomía es, en la capital de Castilla y León, una de sus señas de identidad. Sin salir del centro hay opciones excelentes.
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Para la tarde, hay que retomar el itinerario donde se dejó, y acercarse hasta la impresionante plaza de San Pablo, uno de los verdaderos centros de Valladolid a cuyo alrededor se encuentran hitos tan interesantes como el palacio Real, el palacio de Pimentel, la iglesia de San Pablo y, desde luego, el Museo Nacional Colegio de San Gregorio, uno de los más impotentes museos de escultura de España, con una apabullante colección de los siglos XVI y XVII. Ésta es la segunda gran sorpresa de Valladolid: la visita al colegio, antiguo museo nacional de escultura, merece por sí sola una escapada a Pucela, dada la riqueza, la variedad y la belleza artística de los grandes tesoros que contiene.
Y el viaje termina donde empezó, con las altas cimas del castellano, en la Casa Museo de José Zorrilla, que se encuentra en este mismo entorno. Eso sí: no se trata más que de una propuesta. Valladolid tiene más. Mucho más. Y a lo mejor hay quien prefiere dejarse de zarandajas y, siguiendo con el leit motiv del castellano, organizar su visita a la ciudad del Pisuerga siguiendo exclusivamente los pasos de la Ruta del Hereje, de Miguel Delibes, perfectamente señalizada por todo Valladolid.
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No hay que olvidar, en todo caso, regresar a la plaza Mayor para verla iluminada y, si es menester, catar alguno de los maravillosos vinos vallisoletanos que, con sus correspondientes pinchos, empiezan a correr al caer de la tarde por la ciudad vieja. La visita tendrá un sabor aún más intenso.