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"Últimamente sólo toco en castillos medievales"

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Debe de ser cosa del verano. O quizá porque en mi último disco las protagonistas son mujeres. Pero lo cierto es que mi público más fiel ha pasado de ser gente patológicamente erudita (esos fans, generalmente masculinos, que al terminar el concierto se te acercan y analizan tanto las canciones que el músico no tiene más remedio que terminar bebiéndose todo el licor que tan amablemente los promotores han dispuesto en el camerino) a chicas muy jóvenes y guapas que no dudan en pedir hacerse fotos conmigo mientras cantan Superluv desinhibida y desafinadamente. Algo está cambiando. Y eso me gusta.

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Aunque también me gustaría conservar a mi otro público, y decirles a esos chicos tan analíticos que por qué no hablamos mejor de la NBA y del bufé libre del hotel, que realmente es de eso de lo que quiero hablar, que sobre de dónde vienen las canciones ni yo mismo lo sé, y ni me interesa. Y querría mantener a mis más entusiastas fans, esas señoras de mediana edad cuyos maridos suelen odiar mi música y dicen airados a la tercera canción “Vámonos ya”, hasta que ellas parpadean lentamente y les susurran con dulzura: “Nos quedamos un poquito, a mí me está gustando”. Debe de ser cosa del verano. O quizá porque ya me han entrevistado en El País Semanal y los vecinos del barrio ya me han visto en la televisión más de una vez y ya no dudan de que sí, soy yo, el mismo que sale sin ducharse a comprar cruasanes para el desayuno. Pero es novedad que los promotores cumplan con todos mis caprichos de artista.

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"Mi público ha pasado de ser gente patológicamente erudita a chicas jóvenes y guapas que se quieren fotografiar conmigo mientras cantan 'Superluv'"

Lo cierto es que, hasta ahora con relativo éxito, siempre he pedido tocar frente a espacios naturales protegidos, en parajes paradisiacos silenciosos escondidos en medio de una gran ciudad, o en escenarios situados sobre antiguas construcciones que al menos en alguna ocasión hayan solicitado a la UNESCO la consideración de patrimonio de la humanidad.

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Y por fin lo he conseguido. En el Petit Format (Hospitalet de Llobregat, Barcelona) tocamos en un patio vecinal bucólico, ante un público muy respetuoso recostado sobre un césped perfecto para la práctica del Tai Chi Chuan. En el Día de la Música de Tenerife tocamos en un castillo medieval, a escasos metros de una mágica playa de arena negra volcánica, desde el que divisábamos nada más y nada menos que el Teide. Un volcán en tensa calma. Parecía que una de mis canciones discurriera ante mis ojos. La proyección, esta vez, estaba enfrente y no detrás del escenario. Y para rematar (este verbo lo suelen usar como guiño los periodistas musicales en las crónicas de mis conciertos), en el Jamón Pop (Sierra de Cortegana, Huelva), no sólo toqué de nuevo en un castillo medieval sino que además el sitio en el que nos hospedaron era de esos en los que le dices al promotor que vas a volver con tu novia. A pesar de todas esas jóvenes y guapas nuevas fans.

Sólo espero que no sea cosa del verano.

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