La UE sigue tomando las decisiones con corbata: la marcha de Merkel deja aún menos mujeres en puestos relevantes
Con la marcha de la canciller Angela Merkel, solo tres de los 27 líderes que se sientan en la mesa del Consejo Europeo son mujeres. Los nombres femeninos van ganando protagonismo en las esferas de influencia comunitaria, pero casi siempre quedan relegadas a la segunda línea, como le ocurrió a la propia canciller en su foto de despedida.
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Bruselas,
Tras 16 años y 107 cumbres europeas, la canciller Angela Merkel se despidió de sus colegas del Consejo Europeo en la cumbre celebrada esta semana en Bruselas. Entre halagos, regalos y una gran ovación, la que ha sido la lideresa de Europa durante cerca de dos décadas dejó inmortalizado el momento con una foto de grupo. Pero fue desplazada a la segunda fila.
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Pocos meses atrás, su delfín en Bruselas, Ursula von der Leyen, vivió una situación que provocaría portadas e indignación en los medios de comunicación de todo el mundo: el sofagate. En una visita oficial a Ankara, el equipo de Recep Tayyip Erdogan, presidente turco, preparó solo dos sillas para el encuentro. Una era para el turco. La otra la asumió de forma innata Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, desplazando a una Von der Leyen desconcertada a un segundo plano en el sofá. "No puedo encontrar ninguna justificación a esto en los Tratados", señaló en referencia a las excusas de protocolo otorgadas por parte del Consejo Europeo en torno a esta tormenta. "Así que solo me queda concluir que sucedió por el mero hecho de ser mujer", reconoció la inquilina del Berlaymont –del conservador partido CDU– poco después.
La huella masculina sigue muy presente en el fondo y en las formas de la política europea. Es cierto que desde 2019 por primera vez una mujer asume los mandos de instituciones como la Comisión Europea o el Banco Central Europeo. Simone Veil fue la pionera en 1979, convirtiéndose en la primera presidenta del Parlamento Europeo.
Pero también está más que presente el techo de cristal en la segunda línea de fuego. Es frecuente ver a Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores de la UE, a Michel o al propio presidente español Pedro Sánchez rodeados de asesores u hombres de confianza varones. Los portavoces principales o jefes de gabinetes de Borrell o Michel son todos hombres. En el conjunto del equipo hay bastante paridad, pero a ellas a menudo les toca ocupar el puesto de asistentas o gestiones de comunicación.
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A pesar de todo ello, las instituciones europeas se encuentran más avanzadas que las propias capitales. El Consejo Europeo es el órgano que toma las decisiones políticas más trascendentales. Reúne a los líderes de los 27 Estados miembros. Con la salida de la canciller Angela Merkel, solo tres lideresas –el 11%– tendrán nombre de mujeres: Mette Frederiksen en Dinamarca, Kaja Kallas en Estonia y Sanna Marin en Finlandia. Aunque se espera que pronto se ratifique también a la sueca Magdalena Andersson como la primera ministra sueca de la historia. En 40 años de democracia, España todavía no ha contado con una presidenta del Gobierno.
Además, la desigualdad es visiblemente punzante en los puestos de diplomacia y asuntos internacionales. En el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) que dirige el español Borrell, solo el 31,3% de los mandos medios y el 26% de los de alta dirección lo ocupan mujeres. En el seno del Consejo de la UE, solo hay dos ministras de Asuntos Exteriores, frente a 25 varones. Un escenario que se estrechó todavía más tras el cambio de Arancha González Laya por José Manuel Albares en España.
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El Me Too marca un hito también en la política
La denuncia global sobre abusos, acoso sexual y desigualdad impulsada por el movimiento Me Too provocó un tsunami social y político. La toma de conciencia ante una lacra que había estado históricamente invisibilizada sacudió las mentes de millones de personas en todo el mundo. En el corazón de la propia Eurocámara se creó el blog MeTooEP, que recogía testimonios anónimos de casos de acoso sexual acontecidos en el Parlamento Europeo. La ola morada ya era imparable y puso la brecha sobre igualdad en el centro de la agenda política comunitaria por primera vez. Por ejemplo, a conciencia, el actual colegio de comisarios fue cocinado bajo la consigna de la igualdad. También se han alcanzado puestos de liderazgo jamás ocupados por mujeres. Y las políticas de género –para pesar de la extrema derecha– generan cada vez más consenso y apoyo ante unas sociedades que caminan con paso firme, pero muy lento hacia esta justicia social.
El impacto de este momento histórico y su versatilidad se puede mirar a través de los ojos de la propia Merkel, la declarada como mujer más poderosa del mundo durante 15 años por la revista Forbes y cero sospechosa de ideología de izquierdas. En el G20 de 2017, preguntaron a la germana si se consideraba feminista. "Con la historia del feminismo tengo puntos en común, pero también diferencias", señaló. Cuatro años después, poco antes de despedirse de la vida política, lo tenía claro: "Sí, soy feminista".