Tan imperfecto como tu vecino
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Hay algunos actores y actrices que son los representantes del ser humano en su perfección, los prototipos. Los guapos y las guapas. Tan hermosos como inorgánicos. Los Romeos y las Julietas cuyo único remedio contra la vejez es la muerte. Son los héroes y las heroínas. José Luis López Vázquez nunca formó parte de este grupo, cuya misión en el cine es, a la larga, la de estimular la reproducción de la especie.
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Al lado de los hermosos está la vida, el organismo en decrepitud. La figura del perdedor, del humano, del secundario, incapaz del heroísmo si no es a partir de superar su propio miedo. Hombres y mujeres tan imperfectos como sus vecinos. Ligeramente bajitos, con una incipiente obesidad, o alopécicos. Pero con esa mirada que tienen los dependientes de ferretería, las cajeras del supermercado, los camareros de discoteca, el bedel. Y con la función primordial de hacer reír.
José Luis era todos ellos: conductor de autobús, sastre, padrino, cura integrista, maestro onanista, funcionario, funcionario, funcionario... Adjunto perpetuo. Nunca fue galán, ni ganador, ni estrella; pero sí el mejor actor de la historia del cine universal, con permiso de Keaton, Lennon, Totó, Sordi y pocos más. Y de la historia del cine español sin permiso de nadie.
Dentro de un rato iré a verle al María Guerrero, donde está haciendo su último papel. Le diré: ¡Acción!. Y seguro que inventa algo genial. Como siempre.