Albelda movía la cabeza de un lado al otro, incrédulo. Maduro se iba cabizbajo. Alexis simplemente se iba. Emery, para entonces, ya estaba en el vestuario mirando en el diccionario palabras que explicaran la nueva debacle de su equipo. Y los jugadores del Numancia se abrazaban alborozados en el centro del campo. El colista había vencido al Valencia, tras remontar un gol de Vicente.
Con el miedo en el cuerpo y una baja autoestima llegó el equipo ché a Soria. Se fue con el miedo transformado en terror al vacío y la identidad perdida por los suelos. Los Pajaritos, pío, pío, era el campo al que agarrarse. Pero este Valencia tiene las alas muy cortas y no remonta el vuelo. Los sorianos, con el aliento del descenso en la nuca, respiraban aliviados.
El primer tiempo se dividió en tres partes. Cinco minutos iniciales de habitual desconcierto defensivo de los valencianistas; gol de Vicente y control del juego ché, y vuelta a las andadas hacia el descanso, tras el empate de Aranda. No hay encuentro, desde hace ya 22, que los blanquinegros dejen su puerta a cero. He ahí uno de los problemas de este Valencia descafeinado y tembloroso, que ha de marcar siempre más de un gol si quiere vencer. Es lo que tiene la hemorragia defensiva.
Ni siquiera la placidez tras el tanto imprevisto de Vicente, sirvió de trampolín hacia un triunfo balsámico. Eso parecía. Mata y Vicente creaban peligro, Fernandes mostraba su fortaleza en el medio campo y la defensa, superado el susto inicial, se asentaba. Fueron minutos de espejismo. Próximo al descanso, Aranda se revolvió dentro del área y marcó el llamado tanto psicológico.
Tumbado en el diván, así anda el Valencia. Y, claro, ese gol le afectó. Emery, que no ceja en su empeño de alejar viejos fantasmas, tendrá que echar mano de Jung, porque el inconsciente colectivo de su grupo de futbolistas está dominado por la depresión. Ayer faltó Villa; vale. También Morientes. Zigic, el espigado delantero, está cedido en el Racing. Sin delantera, los blanquinegros lo fiaron todo a sus interiores. Funcionó por momentos. Pocos. Luego volvió el quiero y no puedo, la impotencia y el miedo metido en el cuerpo.
Cuando Barkero marcó de falta directa en la reanudación, el colista se adueñó del partido, de la moral valencianista y de los tres puntos. Siete jornadas llevaban los sorianos sin llevarse un triste empate a la boca. Hasta que llegó el Valencia, cuya camiseta blanca tiene el color de la aspirina; sus rivales se la toman y alivian sus penurias. Si el fútbol es un estado de ánimo, los de Emery no levantan cabeza del diván, desde donde miran al techo de una cabeza de la tabla que se aleja y aleja.
El Numancia hizo lo que se esperaba: aferrarse a la victoria con uñas y dientes. Y se encontró con un conjunto que le miraba desde lo alto de la clasificación, pero que baja en un tobogán pringado de vaselina. Si exceptuamos a Alexis, que salvó un gol bajo los palos y sabe que la colocación es algo más que luchar contra el paro, el resto de la retaguardia ché hizo aguas. Maduro no es lateral, Albiol se ha vuelto transparente y Moretti zascandilea por su banda izquierda. Emery probó dos parejas en el centro del campo, y la delantera está de baja. Tampoco la fortuna, es cierto, acompaña: Vicente estrelló un balón en el poste en el último minuto. A los equipos deprimidos les pasa estas cosas: que pierden sin ver el final del túnel.
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