El símbolo del secuestro que sufren 700 personas en Colombia
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La política francocolombiana Ingrid Betancourt se ha convertido en el símbolo del secuestro a manos de las FARC que sufren más de 700 personas en Colombia. Algunas llevan diez años cautivas. Ingrid ha pasado más de seis años en poder de la guerrilla.
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Betancourt nació el 25 de febrero de 1961 en Bogotá. Hija del ex ministro Gabriel Betancourt y de la antigua Miss Colombia y posterior senadora Yolanda Pulecio, Ingrid estudió en el Liceo Francés de Bogotá y más tarde en París, donde su padre estaba destinado por Exteriores.
Se casó con el diplomático francés Fabrice Delloye, con quien tuvo dos hijos, Melanie y Lorenzo. Por ello obtuvo la nacionalidad francesa. Ingrid se divorció de Fabrice y regresó en 1989 a Colombia, donde se metió de lleno en la política. Se casó de nuevo con Juan Carlos Lecompte.
Elegida diputada del Congreso en 1994 y senadora en 1998. Ingrid siempre se hizo notar por su lenguaje directo e irreverente y porque no tenía problema en lanzar durísimas críticas a los políticos corruptos. Al presidente Ernesto Samper le apoyó al principio, para más tarde declararle la guerra por usar fondos del narcotráfico en su campaña.
En 2002, decidió presentarse a la Presidencia, pero sus aspiraciones terminaron bruscamente con su secuestro. El Ejército le advirtió de que no fuera a San Vicente del Caguán, zona rebelde, pero la candidata presidencial Ingrid Betancourt lo consideró "una cuestión moral" y quiso estar con el pueblo "en lo bueno y en lo malo". Fue apresada junto a su candidata a la vicepresidencia, Clara Rojas, liberada el 10 de enero.
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La primera prueba de que seguía con vida llegó en un vídeo difundido cinco meses después de ser apresada. Para entonces, había fallecido por problemas cardiorespiratorios -un mes después del secuestro- el padre de Ingrid, que no pudo despedirse de su hija. Hubo un segundo vídeo, difundido un año más tarde. Después, un largo silencio. Sólo en noviembre de 2007 se difundió un nuevo vídeo, que la mostraba extremadamente delgada. Sus compañeros rehenes liberados confirmaron que su salud era muy precaria y su vida corría peligro. "Aquí vivimos muertos", decía Ingrid en una carta dirigida a su madre. "No tengo ganas de nada. El pelo se me cae. Estoy mal", añadía. Hoy, terminó la pesadilla de su secuestro.