Los reos encerrados en la cárcel de la Inquisición española en Palermo, en la isla italiana de Sicilia, plasmaron en sus muros su desesperación y sufrimiento con dibujos, oraciones y poesías, que desde mañana podrán ser por primera vez contemplados por el público.
El temible Tomás de Torquemada, nombrado Inquisidor Supremo para Castilla, Aragón y el llamado Reino de las Dos Sicilias, se encargó de crear el Tribunal de la Santa Inquisición en la isla.
En el Palacio Steri de Palermo, actual sede del rectorado, Torquemada instaló una de las prisiones, donde desde 1605 a 1782 se encerró, interrogó y torturó a cientos de inocentes en el nombre de Dios.
Después de cuatro años de restauraciones y gracias a 6 millones de euros de fondos de la Unión Europea, las voces silenciosas de los desgraciados prisioneros podrán ser rememoradas gracias a estos dibujos.
"Ellos no pudieron hablar, fueron condenados al silencio. Ahora cuatro siglos después las piedras hablarán por ellos", explicó a Efe Giuseppe Silvestri, rector de la Universidad de Palermo, quien se ha ocupado de realizar la restauración de la cárcel.
A partir de mañana, los visitantes podrán recorrer algunas de las angostas celdas de esta prisión, donde cientos de inocentes expresaron su agonía dejando en los muros poesías, mapas, oraciones y frescos, la mayoría con motivos religiosos.
"Un testimonio único al mundo que conjuga el arte con las acusaciones al poder y a la Iglesia", añadió Silvestri.
Diseños refinados, verdaderas obras maestras realizadas con carboncillo, o simples garabatos llenos de desesperación que delatan los sentimientos de personas condenadas a la oscuridad, al dolor y al miedo.
Muchos de ellos estaban acusados de brujería, herejía, blasfemias o de ser amigos del diablo, pero sus diseños muestran en muchos casos que eran sólo rivales políticos, intelectuales y, la mayoría de ellos, fervientes católicos.
"Existen decenas de dibujos que muestran el sufrimiento de estas personas, pero sobre todo el alto nivel cultural de muchos de ellos, que dejaron sus nombres en las celdas", comentó el rector.
Los historiadores y restauradores han conseguido a través de los dibujos y de los archivos de la Inquisición, guardados en Madrid, reconstruir algunas de las historias de los condenados, como la de Paolo Maggiorana.
Maggiorana, seguramente un militar de la época, es el autor de uno de los más impresionantes frescos de la cárcel: una auténtica batalla naval entre turcos y cristianos, como muestran las banderas de las naves, que los historiadores identifican con la de Lepanto.
En otra de las celdas, un preso dejó para la posteridad el dibujo de una crucifixión, pero con una salvedad: quienes condenan a la cruz a Cristo son los propios inquisidores.
Otros, que firmaron simplemente como "el abandonado" o "el infeliz", escribieron melancólicas poesías de amor o tristes declaraciones de su penosa situación, aun creyendo que nadie las leería.
"Siento frío y calor, siento que me ha llegado la fiebre, me tiemblan las tripas, y el corazón y el alma se han hecho pequeños, pequeños", describió en dialecto siciliano uno de los presos en sus últimos días de vida.
En 1782, el Virrey de Sicilia, Domenico Caracciolo, abolió la Inquisición y transformó la prisión en la sede del Tribunal y además ordenó quemar todos los archivos con las actas de los procesos, las acusaciones y las sentencias.
De lo que ocurrió en aquellos vericuetos siniestros sólo quedaba la ficción del libro del siciliano Leonardo Sciaccia (1921-1989) "Muerte del Inquisidor" y, cuando la memoria de los prisioneros parecía haber quedado enterrada para siempre, ahora ha revivido.
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