¿Lucharía usted a muerte por la custodia de su retoño si este se pasara el día colocado y fuera un hijo de puta redomado? Si se llama usted Werner Herzog o Abel Ferrara seguro que sí. Es más, nos podemos imaginar perfectamente a los cineastas, conocidos divos del cine de autor torturado, viendo al chaval fumando crack en el salón de casa y diciendo algo así como: 'En el fondo, este chiquillo es un loco maravilloso'.
El director Werner Herzog presentó ayer en la competición de la Mostra Bad Lieutenant: Port of call New Orleans, el remake de un policiaco maldito de Ferrara: Bad Lieutenant (Teniente corrupto, 1992). El problema es que, aunque llevan meses anunciando que se trata de un remake, protagonizado por Nicholas Cage y Eva Mendes, Herzog negó ayer la mayor y aprovechó para mandarle un recadito a Ferrara: 'No sé quién es ni he visto ninguno de sus filmes'. Toma, moreno.
Este nuevo teniente parece tomarse las cosas a pitorreo
Y acto seguido, aseguró lo siguiente al más de medio millar de periodistas que asistían a la rueda de prensa: 'Seguro que los dos acabaremos hablando de todo esto alrededor de una botella de whisky'.
A juzgar por la opinión de Ferrara, que también presenta en Venecia un filme, la botella puede acabar estampada en la cabeza de Herzog. 'Desearía que los responsables del remake se pudrieran en el infierno. Espero que todos acaben en el mismo coche y éste explote', dijo hace unos meses el cineasta del Bronx con su habitual sutileza.
Pero mientras esperamos a que Ferrara saque la navaja del bolsillo, podemos ir resumiendo la acogida al filme: tibia. Aunque quizás el teniente corrupto de Herzog tenga mas miga de la que parece. De momento parte con dos desventajas festivaleras: es cine de genero y, para colmo, Herzog se toma la cosa un poco a pitorreo. Porque la historia de un policía que consume todas las drogas disponibles en el mercado y acepta sobornos (hasta aquí las similitudes con Ferrara) está contada a través de un filtro lisérgico: según avanza la trama criminal la investigación de un asesinato múltiple en la Nueva Orleans post Katrina, el cineasta aprovecha los colocones que se pilla un tambaleante Nicholas Cage ('tuve que recordar cuando me drogaba... hace décadas', dijo ayer el actor) para introducir sus clásicos detalles marcianos: que si la cámara se pone a seguir a un caimán que pasaba por ahí, que si Cage se queda mirando fijamente a una iguana, que si llevo tal pedo que le pego cuatro tiros a un fulano y veo al cadáver bailando break como un loco (escena hilarante como pocas).
'No sé quién es ni he visto ninguno de sus filmes', dijo Herzog de Ferrara
Por no hablar de la humorada final: justo cuando el madero está hasta el cuello y le queda muy poco para que le vuele la cabeza alguno de los muchos macarras a los que le debe dinero, Herzog, como si tuviera una varita mágica para obrar milagros, decide darle la vuelta a la tortilla, en un gag humorístico que aclara sus intenciones subversivas. 'El cine negro no debe hablar sólo de la oscuridad del mal. También me interesa la alegría de lo malvado', dijo.
Pero para milagros el obrado por la cineasta austriaca Jessica Hausner en la sensacional Lourdes, sin ningún genero de dudas lo mejor de la Mostra hasta ahora. Y ojito que la trama se las trae: una excursión de peregrinos y penitentes (muchos de ellos en silla de ruedas) al santuario de Lourdes. En efecto, la guasa. Más datos: la protagonista es una joven (Sylvie Testud) que sufre esclerosis múltiple y viaja en busca de un milagro.
El caso es que Hausner va cocinando parsimoniosamente una extraña e imprevisible historia que, como explicó ayer, apunta en una dirección: 'Reflexionar sobre la ambigüedad de los milagros'. Y de paso, habría que añadir, contar un cuento sobre las ilusiones, las debilidades y las miserias humanas. Es muy difícil que veamos otro trabajo en el festival tan ambivalente como el de Hausner, que bien podría gustar y disgustar al mismo tiempo a creyentes y ateos.
'El cine negro no debe hablar sólo de la oscuridad del mal', según Herzog
Por último, la extenuante jornada de ayer también incluyó Prince of tears, del taiwanés Yonfan, una interminable mezcla entre melodrama histórico y culebrón kitsch ambientado en la época, años cincuenta, en la que en Taiwán te cortaban la cabeza si tenías algo que ver (o no) con el comunismo chino.
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